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Hoy, nuestros jóvenes no tienen sueños por vivir ni revoluciones por hacer. Ningún futuro arrebata su pasión, ningún mañana puebla su imaginación

El fenómeno "ninis" (jóvenes que ni trabajan ni estudian) no es solamente un problema de número, de su posible militarización o del peligro de ser cooptados por el narcotráfico. Expresa el fracaso del modelo de sociedad y desarrollo… y el de nuestra generación como mexicanos.

Tenemos que hacernos cargo que el mundo que tienen en perspectiva es uno sin opciones ni pasiones. Las alternativas de nuestra juventud son el desempleo, la migración o el narcotráfico… y ninguna es para entusiasmar.

Inmersos en una cultura de satisfacción inmediata, nuestros jóvenes no están dispuestos a esforzarse la vida entera para alcanzar una vejez en un departamento de interés social con paredes de cartón, deuda impagable y credencial de descuento por senectud. Y tienen razón.

La juventud solía ser la edad de los grandes sueños. Joven era sinónimo de rebelión, coraje, arrojo, heroicidad. Tiempo y oportunidad para cambiar el mundo, incendiar galaxias, conquistar futuros. Ningún reto se antojaba insuperable, todo riesgo devenía insignificante, la vida misma carecía de sentido si no se apostaba en la más temeraria de las quimeras. La sangre tenía que arder y el corazón explotar instante a instante; nada era aceptable, todo estaba por hacerse, sólo el futuro era digno.

Hoy, nuestros jóvenes no tienen sueños por vivir ni revoluciones por hacer. Ningún futuro arrebata su pasión, ningún mañana puebla su imaginación.

Ni trabajan, ni estudian, ni tienen a qué entregar su voluntad.

No tienen un mundo que quieran componer, un futuro que aspiren alcanzar, una injusticia por combatir.

El problema no es que no estudien, ni trabajen; es haberles robado su juventud al privarles de futuros posibles. El drama es que no tengan razón alguna para ser cohesivos con México.

No nos quejemos pues de que no estudien y no trabajen si no tienen razón alguna para hacerlo. Preguntémonos mejor cómo resucitarlos de la muerte en vida en la que los hemos condenado.

Preguntémonos en qué momento perdimos la brújula y cambiamos al mayor de nuestros tesoros, nuestra descendencia, por las cuentas verdes de la modernidad.

Hemos cosificado su existencia, porque cosificamos la nuestra: son las cosas -a cual más absurdas e innecesarias- las que se convirtieron en el centro de nuestra atención y desvelo. Tener y no ser se convirtió en la razón de nuestra existencia y los hijos pasaron a ser una cosa más… en el mejor de los casos. No nos quejemos ahora de su inanimasión.

Preocupa que no trabajen ni estudien; pero nada se dice de que no rían ni canten, que sus fiestas sean beber hasta embrutecerse con una música que evita la conversación, la poesía y hasta el raciocinio; que sus juegos sean con el televisor o la computadora y no con personas, y que ninguna pasión anide en su alma.

Les hemos dado un mundo de mentiras y cinismo: los programas sociales atacan la sintomatología y su finalidad es el clientelismo electoral; partidos e ideologías sólo enmascaran apetitos de poder; el compromiso social de nuestros empresarios es fachada para la evasión fiscal y la verdad es una puta al mejor postor. Bueno, hasta el patriotismo es objeto de la manipulación mediática con selecciones nacionales diseñadas para el lucro y no para el triunfo deportivo.

De seguir así, corremos el riesgo de ser una nación "nini": ni sociedad, ni mañana.

#LFMOpinión
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#Narcotráfico
#SinFuturo



Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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