POLÍTICA

La cultura del medro

La cultura del medro

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Impera una voracidad desbocada: Síndrome Bejarano de embolsarse los fajos de billetes, las ligas, los lápices, los y todo lo que pueda empacarse

Todo mundo está legitimado a ganar de su esfuerzo y todo esfuerzo humano debe ser remunerado. Aunque no toda remuneración deba ser en dinero. A veces valen más los reconocimientos, la gratitud o las sonrisas que todas las fortunas del mundo.

Lo que no debe ser es ganar sin esfuerzo alguno.

Hay quienes piensan que ganar no implica necesariamente una contraprestación; que se pueden ir por la vida acopiando sin esfuerzo a costa de los demás. Basta que otro tenga para que despierte en ellos una ambición desmedida de lucro; lucro no por merecimiento propio, sino por apetito de la riqueza ajena. Medro, pues: "Me tienes que dar, porque tienes no porque lo merezca". Entre quien roba a mano armada, extorsiona o secuestra, y el que medra de otro sin merecimiento alguno sólo hay diferencia de grados, no de especie.

Por supuesto sobresalen quienes buscan hacerse millonarios en un vuelco de suerte: jóvenes reclutados por el narcotráfico que prefieren uno o dos años de riqueza inmediata e ilimitada, a costa de la muerte o la cárcel, a una vida de trabajo y medianía económica, o políticos que se enriquecen de la noche a la mañana, o empresarios de sexenio.

Sin embargo, el mal está más extendido de lo que se cree y no necesariamente implica grandes fortunas. Con preocupación veo esparcirse en México la voracidad desmedida y salvaje de medro: ganar a cambio de nada. Intermediarios que no aportan más que encarecimiento a la cadena productiva; abogados que crean los problemas para cobrar su solución; doctores dispuestos a acabar con el patrimonio familiar en una intervención quirúrgica innecesaria; ejidatarios que venden su tierra varias veces; inversionistas que pagan los pesos a centavos; asesores que no asesoran; intelectuales de pose y vacuidad; financieros prestidigitadores; funcionarios públicos que siembran de errores los trámites para vender su solución cuando dejen el puesto; maestros que no enseñan, seguros que no se cubren; medicamentos que no curan, acaparadores que especulan con el hambre del pueblo. La lista puede seguir al infinito.

Hay empresarios cuya empresa es robar a sus empleados, clientes, proveedores, fisco y aún a sus propios accionistas sin dejarse de dar golpes de pecho por el vuelo de una paloma, y pontífices mediáticos que ofician en el altar de la anticorrupción pero viven de y en ella.

Pareciera que todo mundo quiere hacerse rico a costa de otro y de inmediato. Nadie cree en la cultura del esfuerzo, ni está dispuesto a sembrar para cosechar en un futuro. Se busca la satisfacción total e inmediata.

Pero la vida no es así: sólo el trabajo premia y todo implica sacrificio, esfuerzo y tiempo.

Pero además impera una voracidad desbocada: Síndrome Bejarano de embolsarse los fajos de billetes, las ligas, los lápices, los y todo lo que pueda empacarse.

El problema no es sólo la codicia y voracidad desmedidas, también lo es el daño que causan en las relaciones sociales. Cuando todos ven a todos con ojos de medro y no de colaboración, cuando el prójimo es alguien a quien explotar y no alguien con quien sumar esfuerzos, futuros y ganancias, los lazos de convivencia, confianza y solidaridad se rasgan. No hay incentivos para permanecer unidos en sociedad de desconfianzas.

En la ecuación del medro, siempre hay alguien que gana todo y otro que pierde y es explotado. Una relación así sólo incuba conflictos. Son muchas las cosas que andan mal en México, pero una muy importante es haber entronizado la cultura del medro, la transa y la satisfacción inmediata por sobre el esfuerzo, la colaboración y la solidaridad. Una sociedad no se construye ni sustenta en el medro, sino en el esfuerzo y fruto compartido.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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