POLÍTICA

En manos de la publicidad

En manos de la publicidad

Foto Copyright: lfmopinion.com

Dotar a la publicidad de propiedades propias a la alquimia

No me refiero al lugar común de las mentiras, afeites y ardides que la publicidad utiliza para que compremos lo que no necesitamos, comamos lo que no nos alimenta, elijamos con las tripas y, en general, vivamos permanentemente bajo una sensación de frustración y vacío.

La falacia que menciono es la de los políticos (bueno, es un decir, porque esa es una especie extinta en México) de dotar a la publicidad de propiedades propias a la alquimia.

Hace muchos años el político tenía que tener un marco ideológico y programático, un discurso acorde y un haber consecuente. Ello le exigía el uso de las neuronas y un nivel elemental de pudor. Hoy el político sólo requiere de "slogans" ocurrentes, inasibles y no comprometedores, con musiquita pegajosa y fotografías de estudio y escenarios artificiales. Basta la publicidad para convertir un sapo en estadista y una ocurrencia en política pública.

En un primer momento se utilizó la publicidad para ganar elecciones; luego la llevó a publicitar logros de gobierno con la multimillonaria ofensa de vender como éxito epónimo lo que no es más que obligación pública y razón del salario que se devenga: "Construimos tantas escuelas", se festina cual si hubiesen sacado agua de las piedras; pero, ¿no es acaso la construcción de escuelas una parte importante de la política pública, programa y presupuesto educativos?

Sin embargo, ahora el político le otorga a la publicidad calidad ejecutiva: ya no sólo sirve para vender y festinar, sino para alcanzar metas gubernamentales. Y eso sí me parece un poco demasiado.

Hay en ejecución una publicidad que busca promover la lectura e inculcar su hábito en nuestra población.

El ingenio publicitario de la campañita acusa una especie de dislexia, habida cuenta que la primera "e" de "lee" se presenta inexplicablemente al revés. En otras palabras, se promueve la lectura con una escritura ilegible.

No creo que el hábito de la lectura pueda inculcarse publicitariamente, se requiere un esfuerzo más serio, imaginativo y consistente. Si lo que se quiere es gastar dinero, que mejor impriman libros a precio accesible.

"Lee", dice la mal escrita campaña. Muy bien, pero ¿qué leer? No es lo mismo una lectura para un niño, que para un joven; para hembra que para varón, sin mencionar gustos, aficiones, regiones y nivel cultural.

Leer, ¿dónde, si nuestra red de bibliotecas da grima; a qué precio y con qué guía, si nuestros maestros son unos trogloditas analfabetos?

Lo peor de todo es que quienes promueven la lectura en esta campaña publicitaria son personeros de la farándula que, es de presumirse, el único libro en su casa es la sección amarilla del directorio telefónico. No tengo nada contra las estrellas del duopolio televisivo, pero se antoja al menos anticlimático, por la programación de éste y la actuación de aquéllas, que sean uno y otras los más adecuados para promover la lectura en México. A mayor abundamiento: si a alguien no le conviene que el mexicano lea es precisamente al susodicho duopolio.

¿No habrá personajes nacionales más indicados para promover la lectura que los impresentables personajes de los medios electrónicos?

Lo mismo podríamos decir de la campaña multimillonaria que inunda nuestras carreteras con letreros de "Ruta 2010", sin señalar ruta alguna, orientar a ningún lado y tener mayor propósito que gastar dinero a carretadas. ¿De quién será el negocito?

Iba a proponer que si a esas vamos dejemos el gobierno en manos de publicistas, pero me percato que hace mucho está en ellas.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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