POLÍTICA

Desdoro electoral

Desdoro electoral

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Y existe aún una amenaza mayor en torno al desprestigio de nuestras autoridades electorales, y ésta es que en caso que Calderón vea perdida la elección, aprovechándose del desdoro y debilidad de éstas y de la violencia desbocada en el País, nos salga con que no hay condiciones para llevar a cabo las elecciones y termine por imponer, por la vía de hecho, a su sucesor.

Desde hace meses la Cámara de Diputados viola la Constitución al no designar a los Consejeros Electorales del Instituto Federal Electoral.

Queda claro que violar la Constitución es la menor de sus preocupaciones y vergüenzas.

Lo único que importa es no alterar el equilibrio de cuotas partidarias en los órganos electorales del País.

Ese es el problema y el daño.

Envueltos en el discurso democrático, ciudadanizado y antigobiernista los partidos se hicieron del control de los órganos electorales por la puerta de atrás: las cuotas de poder.

Les quitaron el derecho al voto a sus representantes en las instituciones electorales, pero lo recuperaron –enmascarado- en la persona de los Consejeros Electorales, supuestamente apartidistas y ciudadanizados, pero en el fondo piezas y cuotas de partidos políticos.

Lo propuso Molinar en una de tantas reformas electorales, y lo dijo con todas sus palabras: que cada partido, según su fuerza electoral, designe a Consejeros Electorales de su confianza.

Y en eso estamos atorados. Nuestros diputados no violan la Constitución por no encontrar a los hombre o mujeres mejor capacitados para el trabajo, sino porque con la integración actual de la Cámara el PRD exige un Consejero más que le quitaría al PRI. Y como nadie quiere ceder y no se trata de escoger al mejor, sino al peón más abyecto, pues al diablo con las instituciones.

Así de fácil y descarado.

Los principios electorales consagrados en nuestra Constitución de legalidad, objetividad, independencia, certeza y profesionalismos son letra muerta. Nada valen frente a los intereses partidistas.

La credibilidad en la autoridad electoral y en los resultados electorales se ha perdido; miles de millones de pesos gastados en crear órganos profesionalizados y autónomos, e instrumentos de certeza y confianza, así como infinidad de esfuerzos institucionales y ciudadanos para pavimentar la normalidad democrática se han perdido irremisiblemente. Hoy estamos peor que antes, no porque tengamos un partido hegemónico que asfixie la participación ciudadana, sino porque el sistema de partidos que construimos es parasitario, mediocre, irresponsable y corrupto. Ajeno al sentir ciudadano e insaciable en su voracidad.

Y ello explica, a su vez, que nuestras instituciones electorales se hayan achicado y desdorado.

Tenemos las autoridades electorales que nuestros partidos quieren, chiquitas, desprestigiadas, grises y desintegradas. No responden al reclamo ciudadano sino a la cuota partidista.

Y también tenemos los magistrados electorales que nuestros partidos quieren, a grado tal que ya no son abogados especializados en la materia quienes litigan los casos, sino los senadores que participaron en su designación.

Y existe aún una amenaza mayor en torno al desprestigio de nuestras autoridades electorales, y ésta es que en caso que Calderón vea perdida la elección, aprovechándose del desdoro y debilidad de éstas y de la violencia desbocada en el País, nos salga con que no hay condiciones para llevar a cabo las elecciones y termine por imponer, por la vía de hecho, a su sucesor.

¿Sueño guajiro? No lo creo, hoy el IFE podía ser tragado por un hoyo negro y nadie se daría cuenta de su ausencia.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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