POLÍTICA

Los sueños, sueños son

Los sueños, sueños son

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Con un agravante, entre el PRI que pudo llegar en el 2000 y el que se asume triunfante para el 2012 hay una diferencia abismal: aquél estaba urgido de legitimarse con cambios de gran calado y dilatado aliento; éste cree, como Fox, que su legitimación l

¿Qué PRI?

Cuando el PRI perdió la Presidencia la discusión fue sobre culpas ajenas, muebles viejos y alfombras roídas. La lucha fue por los escasos espacios y menguados recursos. Nadie deliberó sobre su futuro e identidad ideológica; ninguno sobre los por y para qués, los cómos y con quiénes. Una deslustrada comisión de sus expresidentes fatigó foros y subcomisiones, al tiempo que innumeras ponencias engrosaron carpetas a granel. Al final... nada. Enfrentar la realidad resulta áspero para quien ha hecho de la simulación forma de vida.

Lo primero que debió definirse entonces fue qué PRI debía prevalecer; porque los hay muchos, no pocos vergonzosos y ofensivos. La mayoría encontrados, coyunturistas, voraces y egocéntricos.

Pero la realidad, decía Reyes Heroles, es muy necia y alcanzó al PRI en el 2006 y volvió a hacerlo en julio del 2010. Hasta antes de esta última fecha, el PRI se veía en un triunfal regreso para el 2012. Los amos de ese sueño acusaban un retorno a Los Pinos similar al arribo de Fox: sin idea de gobierno ni proyecto de Nación. Un retorno por defecto ajeno, no por propia virtud: a Fox le bastó con llegar; al PRI soñador le sobra con regresar. En ello no hay espacio ni oportunidad para cuestionamientos, deliberaciones y proyectos. Lo suyo son actos de fe, descargo de profecías, misiones trascendentes que se actualizan y perfeccionan con llegar.

Si atendemos al discurso de Fox, lo único substancial en su vida fue sacar al PRI de Los Pinos, qué pasó después y los jirones de patria que entregó no tienen cabida en su entendimiento. Colmado con su hazaña primigenia, la historia se detuvo y México se congeló en felicidad. De igual forma, para el PRI soñador todo acaba con regresar a Los Pinos, basta cruzar el umbral para conjurar problemas y que una bienaventuranza sin fisuras reine por siempre.

Un regreso así no se equipara al de la Odisea, labrado con voluntad, imaginación, esfuerzo, disciplina y sacrificio; más bien se relaciona con una especie de perdón divino y popular: México y los mexicanos no pueden vivir sin los gobiernos y gobernantes priistas, y se aprestan a expiar su perfidia recatándolos del olvido; no cual sátrapas defenestrados, sino como héroes ultrajados.

Hace diez años que el PRI perdió la Presidencia y, como el Tango... Son nada. Nadie se hizo cargo de su crisis, ni quién se acordara de ella. ¿Cuál crisis?, preguntan ofendidos rumiando sus triunfos que, no por efímeros, dejan de negarla y anuncian su regreso al Valhalla.

En realidad el PRI lleva diez años sin hacerse cargo de su Götterdamerüng y se sueña regresando a un México que ya no es.

Con un agravante, entre el PRI que pudo llegar en el 2000 y el que se asume triunfante para el 2012 hay una diferencia abismal: aquél estaba urgido de legitimarse con cambios de gran calado y dilatado aliento; éste cree, como Fox, que su legitimación le viene de origen y, como él, no anida arrestos de cambio.

Si en el PRI habita alguna idea, de seguro la guardan celosamente in pectore, porque es el secreto mejor conservado. Prueba de ello es su publicidad que concita lo que vende: vacuidad.

Al PRI del 2000 le asistía, aunque ya quebrantado, un proyecto de Nación, una visión de Estado y una perspectiva de largo aliento; al del sueño del 2012 lo ofusca la contingencia de su retorno: todo empieza y acaba con regresar.

Con independencia a si lo logra o no, su asignatura pendiente sigue siendo qué PRI debe ser entre los muchos que hay; cuál debe prevalecer, con qué proyecto, a la luz de qué principios, bajo qué valores y, sobre todo, con quiénes, porque no es posible seguir negando las vergüenzas que el electorado reprueba y condena con sobrada y reiterada enjundia, pero que sobreviven y se perpetúan a la sombra partidista de cobijos, negligencias, connivencias y chantajes.

¿Con quién?

Todo ejercicio de definición demanda una capacidad de análisis, objetividad, prospectiva y tolerancia de las que es ayuno el PRI actual, ¿qué deliberación puede haber a su interior ante la ausencia de masa crítica? ¿Con quiénes analizar la realidad, pensar el futuro, estructurar un proyecto de Nación?

Dicen los soñadores que los mejores hombres están en el PRI y la inteligencia y experiencia gubernativa alinean en sus filas. ¿Es eso real, u otro sueño? ¿Cuándo tuvo lugar el último foro de discusión ilustrada, sensata y propositiva dentro del PRI? ¿Dónde están sus intelectuales y voceros preclaros? ¿Existe algún santón cuya inteligencia y voz merezcan la escucha ponderada y el respeto intelectual de su militancia?

¿Tienen hoy y aquí con quién integrar un programa de gobierno, o se lo van a encargar al CIDE? La cuestión no es baladí: cuando pregunté quiénes de sus actuales diputados podrían estructurar una reforma política de fondo me contestaron que para eso había despachos que maquilaban iniciativas.

Hoy, como en el pasado, todos juegan el juego del tapado, como si el problema se redujera a atinarle al bueno. Este comportamiento se explicaba -no justificaba- cuando el PRI tenía a su alcance y en su apoyo a todo el aparato gubernamental y, llegase quien llegase, lo hacía acuerpado por expertos en áreas sensibles que se mantenían inamovibles ante los caprichosos vaivenes de la política.

Nunca como ahora puede ser más válido el apuntamiento de Offe cuando señala que "el concepto de política, entendido como hazañas solitarias y decisivas de líderes no constreñidos a la razón, se hace irracional y convierte dichas cuestiones en algo falto de sentido"[1]. En otras palabras, es irracional y sinsentido apostarle a un candidato, que bien puede ser el mejor dotado en la historia, que si no viene acompañado de análisis de la realidad, visión de Estado, programa de gobierno y equipo con aptitud y actitud de cambio será arrollado por las circunstancias.

Hace diez años que el PRI salió del gobierno federal y, con independencia a los cambios vertiginosos en México y el mundo entero, la experiencia gubernativa priista se difuminó; muchos hombres y mujeres de su masa crítica política fueron cooptados por organismos internacionales, otros por grupos empresariales, algunos más orientaron sus pasos al ejercicio de su profesión, la academia o la investigación. El PRI no tuvo cabida para ellos: las Fundaciones partidistas en México, a diferencia de las europeas, son espacios burocráticos, no de inteligencia, y la burocracia dirigente es territorio ocupado a fuego y sangre, y siempre prisionera de lo urgente.

Luego, su otrora inteligencia política no le es asequible al PRI de hoy, con independencia a la brecha generacional que la separa ya de la media nacional.

Y suponiendo sin conceder que ésta pudiese ser reciclada al gobierno, estaría presta a atender el llamado de un Partido que sólo le ha obsequiado desprecio y olvido; a dejar un presente granjeado en diez años de trabajo para arriesgarse a ser dejada nuevamente a la vera del camino una vez que el pragmatismo priista se apropie del gobierno.

Por otro lado, en el PRI debe haber una franja juvenil de gran inteligencia, pero ésta no ha tenido práctica gubernativa, oportunidad política ni ocasión partidista.

Y ajeno a su inexperiencia, qué suerte podrá correr este novel talento en las procelosas aguas de la lucha por el poder entre lo más granado del troglodismo priista.

Guardo por igual la certeza que entre los diputados, senadores y dirigentes priistas deben sobrevivir hombres y mujeres de ideas, pero también que para subsistir han tenido que guardarlas en algún oscuro cajón, ya que sus artes y capacidades no son justipreciadas, requeridas ni utilizadas por el Partido.

Sea joven o madura, incorporada o no, ¿dónde escribe la inteligencia priista, en qué foros articula su pensamiento; cuál es su posición en torno a los graves problemas nacionales; quién en el Partido la consulta, la convoca, la escucha?

¿Qué es hoy el PRI ideológicamente hablando? ¿Hay quién se atreva a definirlo? ¿Dónde se plasma esta ideología; cuáles son sus ejes rectores, qué su proyecto de Nación, dónde alinea frente al ominoso futuro nacional? ¿Cuál es el paradigma que permita confrontar la congruencia de los actos y decisiones de sus dirigencias y militantes? ¿Dónde, cuándo, cómo y por quiénes se definieron sus pautas ideológicas? Y no hablo de formalismos y simulaciones estatutarias, sino de deliberación abierta, plural, profunda y efectiva.

Para desgracia de México, desde hace muchos años lo que define a la política, y con ella al PRI y resto de los partidos, es el exilio de las ideas, el eclipse de la reflexión y el ostracismo de la deliberación política.

No quiere ello decir que no se discuta a su interior del PRI. Se discute y mucho, pero no sobre su ser y deber ser, su qué, para qué y cómo, sino acerca de espacios, prebendas y recursos; y no en foros de deliberación donde fragüen acuerdos, sino en aquelarres de intereses, localismos y coyunturas que enraízan diferencias.

Al PRI de hoy le sobran sueños, pero le falta inteligencia que piense, plan que concite, idea que oriente y estrategia que aglutine.

Los liderazgos del PRI no son de ideas, ni de proyectos; son de interés y coyuntura. No responden a principios ni gozan de reconocida legitimidad; son de facto, pacto o cuota. No se les sigue por convicción, sino por expectativa de recompensa. No se cree en ellos, se apuesta a una posición. No convocan a un anhelo de Nación, sino a refugios burocráticos o negocios a la sombra del gobierno. En su sueño no salvan a México, tan sólo regresan a Los Pinos; de igual manera, sus seguidores no aspiran a acompañarlos en una empresa y esfuerzo epónimos, demandantes de disciplina, sacrificio y paciencia, sino a asegurar quincenas, bonos y oportunidad de corruptelas.

Después del 2000 las grandes sacudidas del PRI se dieron entre la Profesora Elba Esther Gordillo y Roberto Madrazo, primero, y entre el TUCOM (grupo de Gobernadores) y Madrazo, después. En ningún caso el conflicto versó sobre cuestiones sustantivas del Partido, sino sobre espacios de poder; no se buscó modernizar al PRI, democratizarlo o liberarlo de las rémoras que lo asfixian; todo se redujo al control de la patente, manejo de recursos y monopolio de candidaturas.

La otrora disciplina priista, en algún momento, paradigma de madurez y compromiso político, derivó en una cultura de sometimiento y silencio aparentes, pero de conjuras y chantajes soterrados.

En el PRI privan los "operadores políticos", hombres y mujeres de acción, sañudos y aguerridos; ávidos de poder, insaciables y acomodaticios: acción pura, sin brújula y ayunos de pudor. Mercenarios, mercaderes y parásitos de la política.

Cuando las elecciones empezaron a desplegar competitividad en México todos los partidos echaron mano de personajes especializados en el trabajo de Ciénega electoral. En su caso, el PRI urgió de operadores electorales para que los hombres que necesitaba hacer llegar a congresos y gubernaturas asegurasen su arribo, poco tiempo les tomó a los operadores cuestionarse por qué hacer el trabajo sucio para que otros, si podían hacerlo ellos o, en su defecto, sí para otros debidamente amarrados con gravosas facturas. Bastó apropiarse de las áreas electorales para apropiándose del Partido. Esta historia, con las especificidades de cada casa, puede escribirse de todos los partidos nacionales.

En su caso, al interior del PRI tomaron preeminencia los operadores, cada vez menos efectivos en ganar elecciones, cada día más repelentes al electorado, a cada instante más necesitados de protección, a cada momento más enredados en sus redes y complicidades. Estos fueron los primeros en colgarse al sueño del 2012, en encumbrarlo en profecía, en asumir los triunfos electorales como plebiscito de "su" regreso.

Desconozco quién vaya a encabezar los esfuerzos electorales del 2012, lo que puedo asegurar es que cargará sobre su espalda una lápida de desprestigios, compromisos, componendas y divisionismos que atenuará sus fortalezas, frenará su impulso y obstaculizará su avance. En otras palabras, el candidato del PRI no contará con una masa crítica política que le auxilie a diseñar e implementar un nuevo modelo de sociedad y Estado, tampoco con la experiencia de gobierno que tanto se presume, pero sí con un ejército de "operadores políticos" desprestigiado, costoso, conflictivo y, por esencia, no apto para gobernar.

Por años he venido observando cómo este ejército convierte cada triunfo del PRI en un lastre inversamente proporcional a su posibilidad de cambio: "Por qué cambiar si ganamos", argumentan en el éxito; "Por qué, si el PRI no pierde; pierden los malos candidatos que no se dejan ayudar", sostienen en la derrota.

Pero si hemos de ser honestos, los triunfos electorales que tanto entusiasman a los soñadores, y en los que sustentan la profecía del 2012, no acusan unidad, no integran tendencia, ni acreditan fortaleza. Todo lo contrario, las victorias recientes muestran un partido en diáspora, mejor dicho, desvelan los muchos PRIs que son el PRI; sin eje rector, sin voluntad ni acción unitaria, sin proyecto común, sin espíritu de equipo. Uno es el PRI de pompa y fotografía, otros, múltiples, diversos, incomunicados y antagónicos, los PRIs reales.

De cumplirse su profecía del 2012, no tendríamos una pareja, sino una bufalada presidencial.

El gran perdedor ante cada victoria priista es su aliciente al cambio; el ganador nato, el desenfreno de sus franjas más rancias y autoritarias. Cada triunfo fortalece su soberbia e ingenuidad, todo éxito ahonda sus descuidos, dispara su voracidad, desborda sus desmemorias, embota su razonamiento.

Los descalabros del 2010 tienen explicación: las elecciones se dieron por ganadas desde el 2009. Ante el anunciado e irreversible triunfo del 2012, todo esfuerzo ajeno al regreso triunfal a Los Pinos era innecesario, todo cautela impropia, toda duda apostasía. El problema no era escoger al mejor candidato, sino acomodar piezas para el regreso; el desempeño gubernamental podía obviarse, el hartazgo ciudadano revertirse con aceitados presupuestos publicitarios y de operativos electorales, la corrupción galopante y su afrentosa ostentación nada contaban frente a un 2012 en el bolsillo.

Nada se interponía entre el PRI y el 2012, salvo el PRI mismo… ¡y se interpuso!

Pero, al igual que el 2000, ¿cuál derrota en el 2010? ¡Vive Dios! El sueño continúa y las palabras que Diego Fernández de Cevallos me dijo días después de las elecciones del 2009 son hoy más válidas que entonces: ¿Sigan ganando las intermedias, sólo déjennos las presidenciales?

El sin sentido de las hazañas solitarias y decisivas de líderes no constreñidos a la razón, en este caso argumentado de los gobernadores de todos los partidos, sirve para explicar también los resultados electorales del 2010. Con la caída del presidencialismo hegemónico los gobernadores adquirieron una preeminencia y peso político jamás visto. Esta independencia, sin embargo, al no tener asidero en un nuevo diseño institucional ni contrapeso alguno, derivó en actitudes con aristas hegemónicas, aldeanas y centrifugas.

La primer lectura que debe hacer el PRI de los resultados electorales del 2010 es que no se puede ser un partido nacional sin una visión, estrategia y unidad de acción nacionales; que éstas, si bien se construyen de la periferia hacía el centro y de lo local a lo nacional, no pueden ser el simple agregado de partes inconexas y proyectos excluyentes y Babeles partidistas.

Un partido nacional requiere de visión y unidad de mando nacionales. No se trata de reproducir en la dirigencia partidista el otrora autarquismo presidencial, pero sí de dotar a la toma de decisiones partidistas de elementos cohesionadores por encima de cegueras de taller, cálculos provincianos, caprichos políticos o sueños caciquiles.

En el 2010 se dirimió en los hechos, no así en la deliberación, el sistema de imposición -que no selección- de candidatos en los Estados con gobernador priista: si los candidatos debían pasar por cierta valoración partidista o quedaban al absolutismo discrecional del gobernador en turno. En ningún caso se planteó una verdadera consulta a la militancia, fue un tour de force cupular. Ganaron los gobernadores.

Los resultados están a la vista: candidatos de carrera exprés, inflados con Royal de encuestas; metidos con calzador, impuestos a billetazos; frutos de la división y enfrentamiento; hijos del gobernador, no del esfuerzo, menos del trabajo y acuerdo políticos. Se privilegió la lealtad y los compromisos personales por sobre las necesidades del Estado y la idoneidad de los sujetos. Se apostó a productos publicitarios sin hechos que los avalaran, razones que convencieran, proyectos que concitaran. Toda generalización lleva su propia negación en su generalidad, por lo que apunto que no en todos los casos se dieron exactamente estos fenómenos, aunque sí alguno emparentado.

La balcanización se impuso y los resultados son contundentes y perturban los sueños del 2012. Ninguna campaña nacional podrá articularse con un partido feudalizado.

Se olvida que el PRI surge a la vida como una respuesta a las fuerzas centrifugas que desgarraban la vida política nacional haciendo de cada elección un levantamiento y de cada jefe militar un candidato o viceversa. Es una broma macabra regresar al caos postrevolucionario por la ausencia de un poder hegemónico federal y su derivación, sin diseño y contrapesos institucionales, a hegemonías regionales en manos de gobernadores sin perspectiva y cohesión nacionales.

La selección de candidatos dentro del PRI sigue siendo una simulación cupular que a nadie deja contento y a ninguno convence. Su entramado estatutario y normativo es un laberinto de reglamentos fragmentados e inconexos diseñados para que sólo los iniciados los transiten. En alguna ocasión comenté con alguno de sus autores lo ininteligible de alguno de sus artículos y por respuesta obtuve: "De eso se trata: ¡que nadie entienda!"

Esta estructura reglamentaria es hija de un pragmatismo ramplón que pretende dotar a las dirigencias de margen de maniobra, flexibilidad y control, cuando, con singular incidencia, terminan victimadas por las presiones y chantajes de quienes conocen las trampas reglamentarias y saben aprovechar los vacíos e imperfecciones técnicas de su normatividad.

Lo que nos lleva a los sistemas de justicia partidaria; elevada ésta a rango constitucional por los partidos políticos en el Congreso de la Unión y emblema discursivo de su democracia interna por sus dirigencias, es en el fondo una clara expresión de la esquizofrenia de unos y otras: para los partidos sus sistemas de justicia interna no debieran ser instrumentos de defensa de los derechos del militante, sino de control y sometimiento político. No deja de ser cómico observar su pasmo cuando un militante justiciable les hace valer una norma interna en contra de sus determinaciones, como si fuese algo contra natura una teleología normativa que no favorezca siempre y en todo lugar a las dirigencias, o cuando se ven sometidos a procedimientos estatutarios: se enojan y desesperan porque los términos de ley no se compadecen de sus tiempos y cálculos políticos o porque la justicia lisa y llana no considera sus apuestas políticas; donde política no es otra cosa que control de las dirigencias y sumisión de la militancia.

Estado imposible.

Pero no sólo las ideas y la reflexión son de echar de menos. Cualquier político medianamente sensato estaría aterrado ante las ruinas de País que quedarán al 2012. Tal vez en lugar de hablar de un Estado Fallido debiéramos hablar de Estado Imposible.

El entramado institucional ha sido metódicamente derruido por devastación, descuido y olvido. El viejo régimen nunca se preocupó por un esfuerzo de renovación de cuadros y remozamiento de instituciones. Los escasos esfuerzos por un cambio de paradigma fueron tardíos, exóticos y, finalmente, truncos. Fox nunca tuvo idea de Estado ni gobierno, y Calderón se obstina en abdicar cotidianamente a la Presidencia de la República por la de su partido. Nuestra vida institucional es, por decir lo menos, una yermo en espera de arder.

La legalidad ha dejado de ser en México instrumento de convivencia, motivo de confianza y cimiento de seguridad. Nuestro edificio legal es una carga compleja y pesada para el pueblo, un sendero laberíntico e indescifrable; una justicia costosa, lejana y diferida: guarida de poderosos, patente de corruptelas, escudo de impunidades.

La sangre tiñe días, enluta hogares, flagela sosiegos. Nuestra seguridad ha sido secuestrada y la violencia ha mucho derrotó al Estado.

Nuestro modelo de desarrollo está en quiebra; sólo esparció costes sociales y concentró riqueza.

Lo único que producimos exitosamente son pobres.

La desigualdad social se ahonda y el país enfrenta divisiones antes jamás pensadas.

La inversión, siempre escasa y medrosa, es la primera en abstenerse en climas borrascosos; todos los días se pierden empleos sin más salida ocupacional para millones de mexicanos que la informalidad, la migración, la ilegalidad o el crimen.

Los poderes fácticos han concentrado más poder que el Estado y la sociedad en su conjunto, carecen de límites, sentido social y compromiso nacional. Ven a México como su propiedad privada y a los mexicanos como una pelusa harapienta, mugrosa e incómoda, pero económicamente explotable.

La clase política sólo aporta su rijosidad pueril, avidez mezquina, ceguera y autismo. Nuestro sistema de partidos hizo de la democracia un botín y de la política patraña.

El desencanto democrático es ostensible y peligroso.

El retorno a un honesto compromiso democrático pasa por una aduana legislativa controlada por intereses partidistas sin otra prioridad que la Ley de Hierro de Michels.

El ejército patrulla nuestras calles pero su presencia no genera el sosiego deseado. Su otrora lustre y estima popular se desgastan en una guerra pensada y declarada como sucedáneo de la cuestionada legitimidad electoral del Presidente.

En la escala internacional somos una Nación en crisis, extraviada en la violencia y sin salidas económicas y sociales, sin prestigio y voz.

Nuestros niveles alimenticios, educativos, de salud, de productividad y de competitividad caen a los estándares internacionales más bajos. Competimos por el primer lugar mundial de obesidad, pero el Estado es incapaz de tocar con el pétalo de una rosa a los grandes intereses económicos que, al tiempo que engordan criminalmente a nuestra niñez, ceban campañas electorales y bolsillos políticos.

Nuestros niños desconocen la historia patria, carecen de sentido de nación. No sólo envenenamos sus cuerpos con comida chatarra, vendida bajo el amparo del gobierno, sino sus razones de convivencia, identidad y civilidad.

Por si ello fuera poco, no están dadas las circunstancias, ni existen agentes aptos, ni voluntad que los mueva, para generar condiciones de gobernabilidad. Ya no para el 2012, sino de aquí a entonces. Vivimos en el sálvese quien pueda, sin cohesión social, sin respeto cívico, sin acatamiento a autoridad y ley alguna.

Los sueños, sueños son.

El regreso del PRI a Los Pinos moja los sueños de unos y atiza las pesadillas de otros. Pero los sueños, sueños son.

El PRI no requiere de sueños, demanda de principio de realidad, igual que México.

El PRI debe dejarse de ensueños y enfrentar su circunstancia interna y la crítica, si no terminal, situación del país.

El PRI no requiere de sueños, urge definir dónde está parado, cuáles son sus fortalezas y debilidades; hacia dónde va, por qué, para qué, cómo y, sobre todo, con quiénes. Subrayo el plural, no hay lugar para hazañas de llaneros solitarios ni hombres predestinados.

El PRI no necesita soñarse bello y querido, reclama saldar las innumeras afrentas de sus personajes impresentables para con México en un acto de constricción honesto, sin taxativas y comprometido.

El PRI no requiere de sueños, debe reconstruir una verdadera alianza con los ciudadanos, sin trampas electoreras, sin esclusas clientelares, sin remedos paternalistas, sin dirigencias y estructuras secuestradas.

El PRI no requiere de sueños, urge recobrar un sentido realista y soberano de Nación, que rescate a México de los poderes fácticos que lo tienen secuestrado.

El PRI no requiere de sueños, apremia ser de nuevo espacio ciudadano, recinto de ideas, territorio de deliberación, encadenamiento capilar de generaciones, proyecto de Nación.

El PRI no requiere de sueños, demanda de una nueva clase política; de visión actualizada, plural, democrática y respetuosa del País.

El PRI no requiere soñar ser otra vez gobierno, necesita que todo gobierno, principalmente los que encabeza, funcione, que cumpla cabalmente su cometido, que no pervierta su labor con intereses partidistas, ni esclavice sus decisiones a cálculos electorales.

El PRI no requiere soñar, debe aplicarse a restaurar el principio de legalidad en todos sus actos y resoluciones, con un entramado normativo integral, sencillo y entendible por todo militante. Nadie puede garantizar la restauración del Estado de Derecho si en casa la norma es instrumento de sometimiento y befa de la justicia.

El PRI no requiere soñar, urge de un verdadero sistema de Partidos, no del negocio de sus patentes.

El PRI no requiere soñar, necesita recuperar su dignidad, su autoestima, su pasado, su presente y su futuro.

El PRI no requiere soñar, necesita un México en paz, con instituciones puestas al día y eficaces.

México no requiere soñar con Los Pinos, demanda contar con mujeres y hombres que forjen en los hechos su legitimidad democrática y con sus actos una gobernabilidad efectiva.

El PRI no requiere soñar, necesita despertar.

#LFMOpinión
#Política
#PRI
#MiserablePRI


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[1] Offe, Claus, "Contradicciones del Estado de bienestar", Alianza Universidad, Madrid, 1990, Pág. 73.


Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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