POLÍTICA

El rencor

El rencor

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El Rey Midas jamás supo del trémulo rubor de la piel al roce de una caricia, del océano encerrado en una lágrima o la hecatombe escondida en un beso furtivo; para él todo tenía la impersonal y fría textura del metal. De igual manera, nuestros estados de ánimo convierten el campo cuántico en realidad material.
"El rencor es un árbol de espinas que crece en el corazón". Sus semillas se esparcen a nuestro alrededor y terminan por envenenar el entorno social. Siembra ira, dicen, y cosecharás tempestades; odia y serás odiado.

El rencor es un resentimiento arraigado y tenaz, expresión de un sentimiento de odio por el que se desea mal a algo o alguien. Nada positivo puede derivar de él. El rencor es un padecimiento que sufre quien lo emite, quien es objeto de él, quienes guardan relación con uno y otro, e, inclusive, el ambiente mismo que se ve cargado de su energía negativa. Su ecuación es de perder-perder.

El rencoroso siempre tiene mil y un razones para justificar su ira, pero las más de las veces resultan pueriles y caprichosas a la perspectiva del tiempo. Si el rencoroso supiera el daño que su enojo causa en su digestión y presión sanguínea, así como la atención, esfuerzo y tiempo que malgasta en ello, dedicaría sus energías a mejores causas, pero, además, si supiera de la contaminación anímica que su irritación provoca, huiría del rencor como el demonio del agua bendita. Michel Talbot, en su libro The Holographic Universe, nos habla de la tragedia del Rey Midas quien jamás supo del trémulo rubor de la piel al roce de una caricia, del océano encerrado en una lágrima o la hecatombe escondida en un beso furtivo; para él todo tenía la impersonal y fría textura del metal. De igual manera, nuestros estados de ánimo convierten el campo cuántico en realidad material: nuestro enojo afecta nuestra bioquímica, realidad y relaciones (Talbot, 1991).

Solemos argüir ofensas como causa del rencor, cuando las más de las veces son envidias propias de nuestra sociopatía nacional. El mexicano, tan pronto se ve inmerso en una relación la verticaliza: quién está arriba y quién abajo. Con el de arriba nos sometemos en abyecta espera de su caída, con los de abajo ensañamos nuestro despotismo, ¡Ah, pero al que está a nuestro nivel le recetamos el más depurado de nuestros rencores!

Santiago Ramírez sostiene que "el problema básico de la estructura familiar en México es el exceso de madre, la ausencia de padre y la abundancia de hermanos" (Ramírez, 1977). Al hermano lo vivenciamos como usurpador del amor materno, causa del abandono paterno y rival de nuestro espacio vital. En esa condición lo agredimos y buscamos eliminarlo. Es por ello que somos capaces de jugarnos la vida con tal de que nadie nos rebase al manejar, o de meternos en la fila a los mensos en ella formados, o grillar al compañero antes que nos grille con el jefe.

En el fondo lo que el mexicano busca es identidad y lugar en el mundo, quiere ser reconocido y amado. El rencor bien visto es un grito desesperado de soledad, una súplica por ser visto, reconocido y querido.

Pero en el día a día la psicología social actúa inconscientemente y esparcimos nuestros rencores con ventilador. En México no somos educados para colaborar en equipo, tampoco para competir; se nos prepara para destruirnos suicida y despiadadamente.

La peor mezcla posible es la de rencor y poder. Nunca he aceptado que el poder corrompa por sí solo. El poder no es más que una relación humana, donde alguien manda y otros obedecen; ya por autoritas, es decir, por reconocimiento social, o por potestas, ergo por fuerza e imposición. El poder no corrompe, sólo saca lo mejor y lo peor de quien lo detenta, y un poderoso lleno de rencor, como Hitler, puede poner al mundo al vilo de extinción. El problema es que a los hombres no se les conoce sino hasta que llegan al poder. "Los hombre somos una arca cerrada, en la que puede haber diamantes, estofas ricas, paños burdos, y hasta estopa; y sólo se sabe de su valor cuando abriéndose se hace público" (Aranda, 1781).

Y cuando hablo de poder no me refiero sólo al poder del Estado, aunque sea éste el más obvio. En toda relación hay circunstancias de poder, en la familia, escuela, trabajo, iglesia, partido.

Los medios de comunicación, por ejemplo, despliegan y ejercen poder, a veces por encima del propio Estado, y no están exentos de hacerlo con rencor. Nada más grave, toda vez que por su naturaleza los medios son instrumentos de comunicación de y entre la sociedad. Utilizarlos como destilería de rencores no sólo desnaturaliza el instrumento, sino acrecienta exponencialmente los efectos del rencor. Siempre será mayor el daño que cause la difusión del rencor por un medio de comunicación social que el que pueda causar una persona en lo individual. Los medios deben ser luz que ilumine, una y enriquezca, mal manejados suelen ofuscar nuestro entendimiento, sembrar guerras y perdición, y rebajarnos a la sinrazón.

Los señores de los medios no tienen patente de corso para hacer y deshacer lo que les venga en gana, aunque algunos lo crean. Tienen la más delicada de las responsabilidades sociales y tarde o temprano la sociedad terminará pidiéndoles cuentas sobre el uso del instrumento social a su encargo. Por mientras ello pasa, bien harían en atemperar sus ánimos cuando estos sean movidos por el rencor, a menos de darle la razón a Nietzsche cuando decía: "vomitan su bilis y lo llaman periódico" (Nietzsche, 1892).

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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