POLÍTICA

¿Progreso?

¿Progreso?

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Teilhard de Chardin, uno de los paradigmas del siglo XX, fue un científico sacerdote que vivió profundamente el divorcio entre conocimiento y fe. Sus descubrimientos antropológicos confirmaban la evolución del hombre, mientras su fe se enfrentaba a dogmas inamovibles y su sacerdocio a procesos eclesiales propios del medievo.

Y mientras el hombre extraviaba humanidad y razón de ser en dos guerras mundiales, Chardin, atento al conflicto (Escritos de Tiempos de Guerra), se debatía, además, en otro gran extravío, el de los infinitos de Pascal: entre lo infinitamente inmenso, galaxias y estrellas, y lo infinitamente pequeño, células y átomos (la física quántica es posterior a Chardin). Para Teilhard, a la luz de los grandes números el hombre no pasa de ser un accidente cósmico, a menos de hallar un hilo conductor que explicara su presencia en el universo. Fue así como de cara a los infinitos pascalianos Teilhard enfrentó un tercer infinito, el de complejidad conciencia. En el universo conocido, entre los grandes gases de estrellas y los componentes nucleares, se inserta otro gran infinito, el de los organismos complejos, siendo el cerebro humano el más complejo en su composición y funcionamiento; con un agregado adicional, la conciencia. Entre todos los seres vivos sólo el hombre sabe que sabe.

Bajo este esquema, el hombre no es un accidente en el universo, ni éste un agregado caótico de fenómenos. El cosmos responde a un movimiento y tiempo orgánico donde todo emerge de un antecedente. En ese tenor, "cada parcela de lo real: i) deja de ser puntiforme para convertirse en fibrosa, o sea, se prolonga indefinidamente lo mismo hacia atrás que hacia adelante; ii) es solidaria del conjunto de las fibras que constituyen el todo" (Claude Cuenot, 1970).

Dentro del tiempo orgánico los fenómenos adquieren sentido y tienen referentes para medir su avance. Pero, ¿avanzamos? ¿El frenesí que desgarra y angustia la vida actual acusa, a la luz de la evolución, avance alguno, o es que sólo vivimos en un ciego y delirante movimiento?

Antes de contestar hagamos conciencia que el hombre no sólo es el organismo vivo más complejo y consciente sobre la tierra, sino que es, además, el único que por libre decisión puede parar la evolución o, mejor dicho, volarla en pedazos con sus ojivas nucleares o exterminarla con el gran negocio de convertir nuestro hábitat, la tierra, en basurero de residuos tóxicos. En otras palabras, el universo responde a un movimiento evolucionista, pero éste en su estado actual es responsabilidad de nosotros. Algo, por cierto, que nos regresa al sentido cósmico de los Aztecas, cuya razón de vida era sostener los astros en su eterno movimiento.

Bien, es tiempo de hacer un alto en el camino y ver si es cierto que nuestros pasmosos avances científicos, tecnológicos y económicos han hecho nuestra vida más cómoda, más segura, más saludable y más humana. ¿Somos más felices y más humanos? ¿Tenemos más tiempo para familia, salud, estudio y esparcimiento? ¿El enajenado stress que atormenta nuestro existir puede significar algo más que locura? ¿Son nuestros alimentos más sanos y nutritivos? ¿Son nuestras urbes sustentables y saludables, o fábricas de locura, violencia y polución? ¿Son nuestras sociedades más justas? ¿Está la riqueza mejor distribuida? ¿Cualitativamente hablando, la pobreza de hoy es más humana y digna que hace siglos? ¿Gozamos de mayor conocimiento? Y utilizo el término "gozar" en sus dos connotaciones: de tener conocimientos y sentir placer por y de ellos. ¿Estamos mejor comunicados e informados o somos -como lo somos- simples espectadores-consumidores-pasivos de información chatarra?

A ojos cerrados podemos contestar que no somos más felices, ni más sanos, ni sabios, ni justos; tampoco estamos mejor comunicados y nuestro hábitat carece de cualquier escala humana, además de estar herido de muerte. Vivimos en la zozobra de una desgracia inminente, en mucho porque gobiernos y medios saben que en la paranoia las sociedades son más manipulables, pero en parte porque nuestra vida no nos llena, no nos entusiasma, no nos mueve.

"Progreso, decía Teilhard, no es lo que piensa el vulgo, ni eso que irrita no ver llegar nunca. El progreso no es inmediatamente la dulzura, ni el bienestar, ni la paz. No es el descanso. No es ni siquiera en manera directa la virtud. El progreso es esencialmente una fuerza, la más peligrosa de todas las fuerzas. Es la conciencia de cuanto es y de todo lo que puede ser. Aun cuando se levante un clamor indigno, aunque se hieran todos los prejuicios, hay que decirlo, porque es la verdad: ser más es, antes que nada, saber más".

Hoy sabemos infinitas cosas la cuestión es si esos pseudoconocimientos nos hacen más o son alienantes.

Hablamos de un saber que nos haga más, no del simple almacenamiento caótico de datos. ¿Saber cuántos penaltis ha fallado cada jugador de cada equipo de cada liga de todos los países, o los últimos secretos de alcoba de la artistilla del momento, o los índices de la bolsa de Nueva York nos hacen más y mejores? ¿Somos más conscientes de nuestro ser, vida, salud, familia, ambiente y comunidad, o no tenemos ni idea de lo que somos, ni de lo que hacemos, y menos de lo que queremos?

Ladran los medios y cual jauría de perros los secundan políticos, opinión pública, religiosos e intelectuales a nómina, pero ni el mismísimo Quijote se atrevería a afirmar que avanzamos.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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