POLÍTICA

Soñemos

Soñemos

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Soñemos una legislación electoral que prohíba el spoteo en campañas políticas y regule la transmisión de noticias y entrevistas de candidatos en televisión. Soñemos, que soñar no cuesta nada.

En un México así los mexicanos nos ahorraríamos por concepto de financiamiento público a los partidos de 3 mil a 3 mil quinientos millones de pesos en año electoral y de 2 mil a 2 mil quinientos en los demás años, e indirectamente otro tanto que por financiamiento privado no reportado se distrae en estos menesteres y en detrimento de actividades productivas.

Los partidos y los políticos no tendrían que andar buscando financiamientos inconfesables ni adquiriendo compromisos del mismo Jaez.

Sería la mejor manera de blindar la política contra el dinero sucio y los intereses particulares, principalmente económicos: si no se requiere exceso de dinero sus oferentes tendrían que lavarlo, corromper y comprar compromisos en otros ámbitos.

Los perredistas quedarían protegidos de los Ahumadas a los que son tan propensos. Los panistas ya no tendrían que andar salvando Korrodi y compañía y el PRI dejaría de pasar lo que queda de la charola.

Los actos de gobierno estarían regidos sólo por la ley y el interés público, sin contubernios insultantes como los del opaco Creel y sus postreras concesiones a Televisa y demás "empoderados" del sexenio.

Los gobiernos –federales, estatales y municipales- se dedicarían a trabajar en lugar de andar haciendo cochinitos.

Los constructores y desarrolladores no tendrían que solidarizarse con "la causa" y la obra pública bajaría su costo considerablemente.

Al dejar de ser negocio, las televisoras dejarían de trastornar a aspirantes con el embeleso de las popularidades instantáneas. Caso clínico: Sra. Marta Sahagún de Fox.

De igual manera, ya no siendo negocio, las televisoras no andarían atizando el avispero electoral anticipadamente con miras a medrar del aquelarre.

Durante cinco años los mexicanos nos dedicaríamos por completo a resolver nuestros problemas y sólo en año electoral compartiríamos esas tareas con asuntos propios de campañas.

Los publicistas regresarían a anunciar pantaletas, autos y detergentes, liberando a la política de la sinrazón del mercado publicitario.

Los políticos dejarían de denigrarse a sí mismos, a sus adversarios y a la política. Tendrían que volver a aprender a expresarse sin guion, es decir, a articular sus propias ideas, a sonreír sin maquillajes, a mostrarse tal cual son, a razonar sus afirmaciones, a dialogar y convencer en persona y no tras la pantalla. En otras palabras, los políticos volverían a ser personas de carne y hueso, no personajes de telenovela.

Recuperaríamos el discurso político y la deliberación ciudadana.

Dejaríamos de ser espectadores-consumidores de mensajes chatarra, para ser nuevamente ciudadanos discutiendo y decidiendo el destino de la Nación.

Las campañas y los candidatos tendrían que tratar los problemas de la sociedad, plantear soluciones, discutir propuestas y convencer al elector, no engatusarlo, manipularlo asustarlo o confundirlo con argucias mercadológicas.

El clima político se despejaría de rijosidad, banalidad y sandeces.

Los Mesías tendrían que regresar a sus ámbitos de fe. Los candidatos de plástico, como Calderón y Creel, ocuparían su lugar de tinterillos. El PRI reposaría sin tentaciones en su tumba.

La falsa popularidad mediática dejaría de ser factor de decisión de partidos y ciudadanos. Ya hemos visto como la televisión nos vende ballenas por bailarinas, gangosos por cantantes, necios por intelectuales, payasos por pontífices y burros por presidentes.

Elegiríamos entre el mejor hombre o mujer y la mejor propuesta y experiencia, no entre el menos malo, el menos atacado, el más cínico, el mejor vestido, el que logró sobrevivir a la propaganda negra, el que asusto con el cuento del lobo, el que mejor atacó aunque nunca probó; el que sobreviva a la Maestra, a las filtraciones, a los plantones, a...

La televisión, tal vez, algún día, llegase a ser un espacio amigable y de cordura, generador de buenas ideas y voluntades y no sólo promotor de odios, desencuentros, denostaciones, ignorancia, estupidez, desánimo, bellaquería, consumismo y locura.

Soñemos que las noticias y entrevistas a precandidatos, candidatos, funcionarios de partido y, como vamos, de plantones, se manejan en una barra de noticias fija, con un conductor diferente al estelar, y todas bajo el mismo formato. Que a cada bite nota y bite entrevista se le otorga una puntuación y a cuadro siempre tiene que salir los puntos que a cada partido y candidato ha otorgado esa televisora sumados todos sus canales y espacios.

Los partidos y candidatos únicamente podrían ir a estos espacios noticiosos, quedando prohibidas apariciones en programas de mimos (así se disfracen de conductores de noticias), chisme o farándula.

Soñemos que el IFE tenga facultades para compulsar la contabilidad de las televisoras con los informes de gastos de partidos.

Soñemos con una televisión sin anuncios de gobierno que publicitan como logro lo que es su obligación y función, y es por lo que se les paga. Soñemos con un gobierno que sólo informe y oriente sobre la existencia y operación de programas y campañas sociales, pero no promueva personal o institucionalmente a funcionarios, programas, proyectos, obras, resultados, viajes y familia.

Soñemos que las televisoras que violasen la normatividad fueran sancionadas con la revocación inmediata de la concesión con recurso de un amparo uninstancial y sin derecho a suspensión del acto reclamado.

Y ya que soñamos, porque no lo hacemos con un consejo ciudadano nombrado por el Senado de la República a propuesta de la CONAGO en calidad de órgano supervisor de los programas sociales federales y de atención de desastres naturales, con facultades de recomendación y acción judicial de oficio, obligado a rendir informes semestrales a los tres Poderes de la Unión, a los Gobernadores de los Estados y al Jefe de Gobierno del Distrito Federal acerca del desarrollo de estos programas y su ejercicio presupuestal.

Soñemos con una norma que obligue al IFE a cancelar el registro de un candidato por recurrir propaganda negra contra adversarios, así como funcionarios y órganos electorales. De igual forma por recurrir a la violencia, alterar el orden público, perturbar el goce de las garantías o impedir el funcionamiento de los órganos de gobierno.

Soñemos con una norma que obligue a quien acusa a alguien de un ilícito y no lo prueba plenamente ante tribunales, a pagar de su propio peculio los desmentidos correspondientes que serían, uno por uno, por cada segundo y canal de transmisión que la acusación haya ocupado los medios electrónicos, en los mismos canales, horarios y veces. Por igual, pagaría, una por una, las notas publicadas en diarios y revistas en los mismos espacios y veces de publicación. Si el acusador es funcionario de partido, candidato o legislador, el partido correspondiente sería deudor solidario y el IFE le descontaría de su financiamiento público los montos correspondientes para pagar a los medios.

Soñemos que las filtraciones se castiguen con cárcel sin libertad bajo fianza para el conductor de noticias que las publicite. No estaría obligado a develar su fuente, pero sí sería cómplice del delito de filtración.

Y que el medio que se presté a una filtración pagase una multa correspondiente a los ingresos completos del tiempo aíre a la venta del canal el día o días de transmisión. De transmitirse varias veces al día, cada transmisión se computaría como día de multa completo.

Finalmente soñemos que los particulares puedan demandar por daños y perjuicios a los líderes de marchas y plantones y que los partidos, sindicatos y agrupaciones a que pertenezcan sean deudores solidarios de ellos.

Soñemos, que soñar no cuesta.

#LFMOpinión
#Polítca
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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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