Confieso
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Confieso haberme equivocado. He buscado explicación racional donde no la puede haber. He buscado juridicidad electoral donde lo electoral ha derivado, para unos, en coartada y, para la realidad nacional, en detonante de algo que rebasa con mucho los estrechos límites procesales electorales.
Los grandes movimientos sociales no tienen racionalidad, por naturaleza son explosiones de energía social contenida. Sus actores son llevados, no conducen. Décadas después historiadores e intelectuales logran descubrir a la distancia sus grandes líneas de origen, tránsito y arribo, y, de entre ellas, fijar lo que fue su eje o leiv motiv, pero los que viven inmersos en estos fenómenos sociales difícilmente pueden explicar su dinámica y menos vislumbrar sus horizontes. Andan en la bola como los personajes de Mariano Azuela en (y el de) Los de Abajo.
Hace unos días escribí que México estaba inmerso y convertido en una gran mentada de madre; hoy caigo en razón de que ese grito envolvente, que nace en unos y en otros por diversos y encontrados motivos, es una expresión de rabia que surge del fondo del estómago como estallido que incendia todo el cuerpo social mexicano.
Hoy se grita en el Zócalo "Voto por Voto", pero bien pudiera gritarse cualquier otra consigna, porque lo que importa es gritar, sacar ese arrebato candente que abrasa y desespera, ese dolor indescifrable, ese vacío de esperanzas disipadas. Gritar, incendiarse, fundirse y expresarse en una gran Mentada de Madre. Ser una mentada, aunque sea sólo eso, que es mejor que no ser. Es el grito atroz del desgarre de la Madre violada, de la "chingada", de un México que grita en su furia y derrota que, aunque sea así, en el desgarre y saña de su violación, quiere dejar de "no ser".
Gritan para saberse vivos, como el recién nacido que chilla para oxigenarse y afirmarse fuera del vientre materno; como el adulto que grita para escapar de su pesadilla, como la mujer "chingada" por una vida sin perspectivas. Gritan, pues, para ser, para reafirmarse aún con vida, para escapar de una realidad de pesadilla, para negar su dolor y sojuzgamiento.
Mentada y grito contra todo y contra nada, que los movimientos sociales no tienen por qué explicitar los huracanes que agitan sus profundas aguas, la gravitación de sus mareas, la atracción de sus planetas. Simplemente son, sencillamente explotan, les basta consumirse consumiendo todo a su paso, porque no aceptan geometrías, ni cauces, ni psicoanálisis que los expliquen. Eso tocará a quienes hagan su antropología. Hoy se grita porque nace gritar, porque se puede, porque sale de lo más profundo de un atormentado y olvidado ser social. Hoy es voto por voto, mañana será otra consigna y luego otra y otra más, hasta que la rabia acabe y México reencuentre su identidad y proyecto de Nación. La proclama de El Peje pegó. Poco importa la veracidad o falsedad de su aserto, lo manido y torpe de sus argumentos, lo insustancial de su juridicidad, lo engañoso e impostado de su martirologio, lo delirante de su mesianismo. La gente grita y eso es lo que cuenta. Gritan porque su grito les quema las entrañas. Gritan contra la vida, contra el pasado, contra el presente, contra el futuro; gritan por la ausencia de expectativas, la violencia, la frustración, la estupidez; gritan por su silencio milenario, por los niños llenos de lombrices y costras, por los vestidos de Marta, por los ropajes publicitarios de un Presidente desnudo, vacuo y fugado, por los desastres humanos que se ceban sobre los naturales, por la estulticia de candidatos y de partidos, por las campañas estúpidas y multimillonarias; gritan por el hambre, por los piojos, por el padre ausente, la madre protectora, la autoridad corrupta, la ley omisa y cobarde, la ausencia de compasión y misericordia; gritan por "nomás", por gritar, por no llorar, por no explotar, por no poder más.
Confieso que no comparto los sofismas y coartadas electorales de El Peje, ni lo torcido de sus métodos, ni lo falsario de su ser, ni lo cavernícola de su Estado Mayor, pero eso a estas alturas es lo de menos. El problema hace tiempo que dejó de ser electoral y responder a dinámicas institucionales. Precisamente los grandes movimientos sociales hacen erupción cuando las leyes e instituciones han perdido eficacia y autoridad para procesar pacífica y civilizadamente los conflictos y los acuerdos. Lo que hace al mandato es la obediencia, y las leyes y las instituciones se obedecen hasta que se dejan de obedecer por considerarlas inútiles e inservibles.
El Peje, en su discurso champurrado y tropical, mezcla de populismo trasnochado, mesianismo religioso y torpeza mental, ha hecho un amasijo de sus gastados e insulsos reclamos electoreros con sus ofuscamientos y delirios, y con reclamos sociales de vieja y sentida raigambre popular. Los que lo siguen, bien pueden compartir o no su confusión, lo importante es que se identifican en un sentimiento de orfandad, de olvido, de desesperanza, de rabia. Y esos sentimientos son sólidos y consistentes como el granito, dolorosos y punzantes como el cáncer, airados y aguerridos como la injusticia.
Confieso que no veo a El Peje como el líder que requiere la Nación, más pronto que tarde será víctima de propio dogmatismo, autismo, autarquía e ignorancia. El movimiento hace tiempo lo rebasó, las pocas inteligencias que en algún momento lo acompañaron lo han abandonado a sus delirios, sus actuales aliados y allegados, quizás sin saberlo, lo más seguro es que sabiéndolo, acopian la leña para la pira donde pronto sacrificarán al líder para "purificar" el movimiento, reinaugurando la piedra de sacrificios donde el pedernal y la oxidiana alimenten de corazones nuestro viejo espejo negro.
Confieso que hemos construido una sociedad de profundas, insalvables, injustas e inhumanas desigualdades. Mienten quienes dicen que López Portillo se equivocó cuando dijo que los mexicanos íbamos administrar la abundancia. Lo que no dijo fue qué mexicanos iban a administrarla. Porque la riqueza ahí está, insultantemente concentrada, injustamente administrada, asquerosamente detentada, inhumanamente vivida.
Hemos construido un México de desigualdades. A partir de los setentas se impuso sobre los ya de por sí olvidados contenidos sociales de Revolución Mexicana el pragmático e injusto modelo económico del Banco Mundial. Y mientras eso se hacía, derivaron nuestra atención y esfuerzos a un reformismo electorero que hasta hoy ha tenido sólo cuatro desenlaces.
El primero, orientar por décadas -y sin límite de recursos varias veces millonarios- el diseño de las instituciones (autoridades y partidos), instrumentos y procedimientos democráticos más caros, complicados y absurdos del mundo.
El segundo, convertir la democracia, es decir la participación y decisión del pueblo, en el más insultante de los negocios privados, donde dos empresas, sólo dos, se "chingan" -perdón por el término, pero no hay otro más a modo ni ilustrativo ya que hablamos de la "chingada"-, se chingan, repito, el más criminal financiamiento público jamás pensado, el financiamiento de los partidos políticos mexicanos que, en los hechos, es un financiamiento público a dos televisoras.
El tercero, distraer en lo electorero –que no electoral-, no sólo la atención y el cuidado, sino, principalmente, monstruosas e inimaginables sumas de recursos económicos que debieron destinarse a resolver los verdaderos e ingentes problemas de injusticia social que a un siglo de nuestra Revolución vuelven a hacerse presentes con reclamos más lacerantes y cargas más agobiantes. No digo que no fuera necesario reformar nuestro sistema electoral y abrir espacios a la participación ciudadana. Lo que sostengo es que lo que hicimos nos costó demasiado en tiempo esfuerzos y recursos, y que por hacerlo de esa manera dejamos a la vera del camino demandas de vida o muerte de decenas de millones mexicanos, y que nuestro trabajo no derivó en una mayor participación ciudadana, sino tan sólo en la participación de más dirigencias y dirigentes partidistas de los mercedes del financiamiento público electoral.
El cuarto, no construimos una verdadera democracia ciudadana, sino una pseudodemocracia de popularidades y manipulaciones mediáticas. Esto lo hemos abordado en innúmeras ocasiones, pero el que aún dude que volteé a ver el lerdo que la popularidad mediática nos impuso hace seis años por Presidente y el desenlace de su administración expresado hoy día en caos, confusión y división nacional.
Confieso, pues, que hemos perdido irremisiblemente el tiempo dándonos un andamiaje jurídico electoral de posible tecnicidad jurídica, pero que de nada sirve por no contener, reflejar y procesar la realidad sociológica mexicana.
Por un lado, creímos atender los problemas de la democracia y lo que creamos fueron voraces Frankesteins partidarios y mediáticos; por otro, sacrificamos al pueblo, a sus esperanzas, a su paciencia, a su confianza en el altar de los índices macroeconómicos. En ambos casos traicionamos al mexicano de carne y hueso, a nuestro hermano, a nuestro hijo, a nuestra sangre.
En nuestro ensueño de ser primer mundo olvidamos el campo y al campesino, al obrero y al empleado, al profesionista y a la clase media, al joven y a la mujer, a los indígenas y a los ancianos… olvidamos al mexicano. El dinero que debimos invertir en nuestras tierras lo destinamos a la sofisticada paranoia electoral partidista y a los créditos ilegales en la panza del FOBAPROA. Somos una Nación expulsora neta de su mano, de sus hijos, de su futuro. Para mantener los índices inflacionarios y las reservas en divisas sacrificamos campo, salarios, cadenas productivas, economías regionales, empleos, infraestructura nacional, soberanía, identidad, educación, confianza, Patria.
El mexicano producto -¿víctima?- de estas políticas es el que ahora grita y su grito, soliviantado, con razón o sin ella, por cuestiones electorales deriva, instante a instante, en un reclamo, éste sí, verdadero, fundado e inocultable, un reclamo de justicia social por un México sin desigualdades insultantes, donde cargas y beneficios se distribuyan con justicia y no sólo se distribuyan las cargas.
Confieso ver un México convulsionado, obnubilado, ofendido, sediento de justicia y esperanza. Un México que se reclama para los mexicanos todos y no sólo para algunos. Un México milenario que se punza con agujas de maguey y riega con su sangre y sacrificio un futuro mejor para sus hijos. Un México que llora en su noche perenne en voz de la Cihuacóatl (La Llorona):
-¡Hijitos míos, pues ya tenemos que irnos lejos!
-¡Hijitos míos!, ¿A dónde os llevaré?
Un México hecho un grito de dolor y llanto, un México urgido de ser escuchado.
¿Lo escuchas?
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