POLÍTICA

Decepción

Decepción

Foto Copyright: lfmopinion.com

A pleno sol, en las goteras de la plancha del Zócalo capitalino, atrapado en un mar amarrillo, escucho a Rosario Ibarra de Piedra a través de un sonido defectuoso, "Voto por Voto, Casilla por Casilla", contesta mecánicamente la gente a quien poco importa lo que digan desde el templete y encuentro que jamás fue más certera aquella frase de que en México Derecho y Sociología viven en divorcio.

Familias enteras convergen de todas las direcciones hacia el Zócalo, los contingentes organizados entraron desde temprano. Dos cuadras antes empieza el congestionamiento. Imposible entrar por 20 de Noviembre, busco por Pino Suárez, finalmente llego a la plancha, mas es inútil pretender penetrarla, desde horas antes las gentes cuidan su lugar con rabioso celo, se han sentado en el suelo o en banquillos obstruyendo materialmente el paso. Intento por varias partes y no logro penetrar la masa humana. Adentro no cabe un alfiler.

Todos los edificios públicos del Gobierno del Distrito Federal han sido puestos al servicio de "la resistencia civil" y hacen las veces de graderías VIP para perredistas de cepa, fotógrafos amigos y burócratas de alto rango.

El sonido es defectuoso, empieza el mensaje del Mesías: largo, lleno de lugares comunes, sin altibajos. Al final regresa a su origen, vocación y destino: el plantón.

Lo que me sorprende es que pocos lo escuchan, casi todos continúan sus pláticas, sus ventas, sus rollos. Pareciera que poco les importa lo que diga, nadie se queja del sonido, por lo menos donde me encuentro, algunos ni siquiera se dan cuenta que es López Obrador quien habla. Cada quien trae su propia agenda, los niños pitan sus cornetas por sobre el discurso, la vendimia no respeta ni al mismísimo prócer: "Sombreros, Sombreros"; "Nieeeveeeeeee de limón la nieeeeveeeeeeeee", "A diez la camiseta"; los dirigentes tienen mayores responsabilidades que escuchar: "No se despeguen compañeros, horita les informamos del regreso". "Voto por Voto" gritan entusiastas despistados buscando levantar el coro correspondiente, sin percatarse que éste espera a que la arenga venga del templete para, entonces sí, levantarse mecánicamente aunque sin contundencia.

Esperaba encontrar más enjundia, enfado, vibra, ánimo. Aprecio una masa afín, convencida y cansada, más no (aún) alebrestada. Corean consignas, mientan madres, responden al estímulo, pero sin pasión, como letanía en iglesia, no consigna en mitin; con más agotamiento que ánimo.

Más no nos engañemos, la gente ahí reunida, en su mayoría humilde, está fervientemente convencida que le robaron la elección, que los ricos quieren imponer a un pelele en la Presidencia porque temen al luchador por los pobres, al moderno Pepe el Toro como rezan varias cartulinas.

Escucho los comentarios, observo las caras, palpo el ambiente. No hay duda. Es un dogma de fe, AMLO ganó y la elección se la robaron el IFE, Fox y los ricos.

Y es donde derecho y sociología se bifurcan. Durante años construimos un entramado jurídico electoral moderno y modelo. Hijo de la desconfianza partidista, salió forzosamente complejo y complicado. Pero ése es nuestro sistema. Sistema, sin embargo, que no se toca con la sociología, no se comunica con grandes franjas de la población, no le dice nada a buena parte del electorado, no le genera confianza y no ha logrado generar en ellos un mínimo elemental de adhesión. ¿Cómo explicarles a estas personas que no se pueden volver a contar, en su caso, más que los votos de las casillas impugnadas, y que como no se impugnaron todas las casillas la consigna de su líder es una falacia y un engaño?

¿Cómo hacerles ver que lo de la manipulación del PREP es una patraña engañabobos, que este instrumento sólo tiene efectos informativos de alcances fugaces con el único propósito de llenar el vacío la noche de la elección; que lo que cuentan son las actas que se levantan en casilla por ciudadanos y ante representantes de partido?

¿Cómo hacerles entender que un error aritmético no es necesariamente un fraude, que existen elementos suficientes para, sin necesidad de abrir nuevamente los expedientes, llegar a la verdad jurídica de la mayoría de las casillas?

¿Cómo explicarles que los engañan una y otra vez, que el Tribunal se rige por un procedimiento, no a capricho de parte; que la mejor garantía que tienen es la calificación jurisdiccional de la elección y que las concentraciones suelen terminar construyendo monstruos y guillotinas, más jamás democracias?


Hace muchos años, un Director de PEMEX refinación, ingeniero químico de reconocido prestigio mundial, se quejaba con amargura no haber logrado desmontar a su madre de una falsa creencia que la opinión pública se había formado en torno a algún asunto de la paraestatal. Decía, "Si yo, su hijo y Director responsable, fui incapaz de convencer a mi propia madre con todos los argumentos técnicos habidos y por haber de lo falso de la creencia popular que en torno a esto tiene el grueso de la población, cómo quiere que convenza a alguien más." Lo mismo sucede con nuestras elecciones. De nada importan los datos objetivos, las actas, las pruebas, las leyes, las instituciones, los observadores, los candados, las salvaguardas; de nada las explicaciones jurídicas, la lógica, el procedimiento, lo que al final prevalece es la creencia popular a prueba de todo.

Así, aquí, en el Zócalo, entre un pueblo dogmatizado, creo que de nada sirvió nuestro esfuerzo por tener un sistema electoral normado y judicializado, que en el fondo el pueblo estaba contento con el sistema que tenía, que poco le importaban los cocientes y restos mayores, la ciudadanización, la sobre y subrepresentación parlamentaria, los medios de impugnación, las insaculaciones, la fotocredencialización, los programas de resultados preliminares, los juicios de inconformidad y los sistemas de procedencia, legitimidad y probanza.

Dicen los transitologos que el PRI gobernó dictatorialmente durante 70 años y mienten, el PRI gobernó con esta especie de democracia plebiscitaria que, entonces, a todo mundo complacía, pueblo, empresarios y políticos. Cuando por presiones internacionales nuestra democracia tuvo que envanecer los partidos de oposición aprovecharon el viaje y demandaron y construyeron con el PRI una partidocracia que no logró enraizar –porque jamás se lo propuso- en un verdadero compromiso democrático popular. Nuestra democracia, pues, fue partidista, de cúpulas peleándose el poder, no ciudadana. Partidocracia, pues.

Nuestra partidocracia logró echar de Los Pinos al PRI, pero no construir una democracia. Poco nos duró la borrachera, la partidocracia se hundió el pasado 2 de julio en el mar de sus contradicciones, excesos y perversiones.

Lo verdaderamente grave radica en que los instrumentos normativos y andamiaje institucional que diseñamos para defensa de este defectuoso sistema están pensados para una verdadera democracia, pero carecen de vigencia y eficacia en una partidocracia en crisis que muere a manos de la imposición por las vías de hecho, pisoteada por las marchas, apabullada por el plantón y la concentración, enajenada por el engaño, el chantaje, la concertaseción.

No hay ley que prevenga la mala fe, y ésta sólo puede combatirse con leyes e instituciones jurisdiccionales vigentes y efectivas.

Tampoco hay democracia por decreto, ésta es un estilo de vida, una convicción y un compromiso que autolimita al pueblo en su tentación suicida de postrarse ante los pies del caudillo.

Pero en política la obediencia hace al mandato, y en México hay hoy grandes franjas ciudadanas que han dejado de obedecer las leyes que rigen la democracia y respetar las instituciones que operan su expresión.

Veo a un Tribunal chiflando en la loma. Al IFE ni siquiera lo alcanzo a ver. Gobernación es una rata de sacristía y la Presidencia dedica sus mejores días defendiendo a los hijos de su pareja, tras rebajarse a coordinador de campañas publicitarias, muchas de ellas groseramente partidizadas, más que a favor de su candidato en contra de sus dos principales adversarios. El Ejército (aún) calla.

Imposible es cerrar los ojos a las obscenas y torpes intervenciones presidenciales, difícil deslindarlas de la crispación y división que carcomen las entrañas de la Nación.

Desconozco cuál será el desenlace de este lamentable trance, pero dudo de su naturaleza democrática. Me encuentro en el Zócalo entre cientos de miles de Píos Marcha que, de regreso al XIX, ungen al caudillo mientras queman en la pira de su dogma y engaño la partidocracia que construimos por democracia, imponiendo a cambio la masocracia de las concentraciones y aclamaciones populares. Descanse en paz la democracia legal que nunca logró amancebarse con la sociología.

No sólo lamento haber perdido tanto tiempo y esfuerzo en este vano afán democrático, más me duelen los miles de millones de pesos que en él invertimos en detrimento del campo y la educación.

Reconozcámoslo, México no está listo para la democracia. Quizás nunca lo esté.
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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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