POLÍTICA

¿Hay vida después de la democracia?

¿Hay vida después de la democracia?

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A partir de 1977 México inició un serio esfuerzo de reforma política, mismo que concluyó en 1996; no por haber alcanzado su perfección, de suyo imposible, sino porque entones el proceso ascendente y consistente de democratización se desvirtuó por la mezquindad de los partidos, los odios de Zedillo y los delirios del entones Secretario de Gobernación.

Empiezo por Zedillo. Era la campaña de Colosio, a la sazón fungía como coordinador de su campaña. Temprano de mañana mi amigo esperaba el elevador en la planta baja del PRI, Zedillo lo alcanzó saludándolo cuando la puerta se abre y sale Héctor Hugo Olivares Ventura, entonces Secretario de las N carteras que ha tenido en el CEN, quien le dirige a Zedillo con un despectivo "quihubo", aquel le responde con su silencio. Tras el intercambio de pasajeros la puerta se cierra, mi amigo finalmente saluda: ¿Cómo estás Ernesto?

"Aquí, aguantando a estos pinches priistas."

Zedillo nunca quiso al PRI y menos a los priistas. Éste y aquellos le correspondieron ampliando una distancia que de sana nada tuvo.

Cuando diciembre cometió "su" error, Zedillo culpó al mes y a Salinas; a Raúl, su hermano, lo hizo el icono del encono nacional y ante Clinton pactó el triunfo del PAN en el 2000. Trabajó con esmero y sin descanso para ello.

Para abrir paso a las reformas del 96 declaró legal pero ilegítima su elección y endosó la agenda política del país a la personal de Castillo Peraza, quien se daba el lujo de dejar en vilo la "reforma" cada vez que le subía o bajaba la bilirrubina.

La reforma, pues, no fue hija de un propósito modernizador y democratizador, lo fue del pacto de Washington y de los odios de Zedillo.

Los partidos, entonces, de oposición, se sentaron a la mesa no para abrir espacios de participación ciudadana y consolidación democrática, sino con un ánimo insaciable de medrar.

Por su parte, la conducción de la reforma fue puesta en manos de Emilio Chuayfett, ya para entonces embelesado con la Presidencia y dispuesto a ceder, como siempre, lo que fuera para entronizarse como "El Reformador" mexicano. A Emilio no le importaba el contenido de la reforma cuanto el hecho de que saliera por "concenso"; las oposiciones lo midieron con exactitud y jugándole el dedo del consenso en la boca le sacaron hasta la risa: un órgano electoral marcado por sus filias anti PRI, financiamiento público que terminó por desquiciar democracia y partidos, spoteo que convirtió la democracia en circo, las campañas en porquerizas, los candidatos en rehenes de los publicistas y las elecciones en pingüe negocio.

Por si fuera poco, ya en la feria de voracidades, el Poder Judicial cayó en la tentación: si los magistrados del Tribunal Electoral iban a ser una especie de Ministros de Minicorte y el órgano judicial en estación de paso de la carrera judicial, no era posible dejar el espacio solo para los recién formados magistrados electorales, menester era que en ese coto de poder jugaran todos los miembros de la judicatura, qué importaba la especialización y especificidad de la materia. Llegaron así los administrativistas, tan ignorantes de la especialidad electoral, como de la vilezas partidistas. Desde el primer día descarrilaron una materia que requería más prudencia que temeridad y protagonismos en su consolidación, de la manga se sacaron aberraciones como la nulidad abstracta (Tabasco), que minutos segundos después se negaron a aplicar (Jalisco).

Partamos de un principio, éste de carácter constitucional, la objetividad es principio que rige la materia electoral, ¿puede haber algo más contrario a la objetividad que una causal que no prevé la ley y es tan difuminada que se tiene que llamar "abstracta" y explicar con retruécanos?

Pues bien, cada quien se acuesta con los demonios que crea y el Tribunal, PAN y PRD, y con ellos México entero, dormimos hoy con la posibilidad de que por abstracciones se anule la elección presidencial.

La crearon y festinaron para joder al PRI. Hoy su hijo devora las desbocadas ambiciones de PAN y PRD.

La reforma del 96 fue una reforma sin aliento democrático, hija de la voracidad y medianía partidista, de la ciega ambición de un Secretario que sólo pensaba en la banda presidencial, del antipriismo zedillista y de sus oscuros pactos con Norteamérica.

Al final, cuando Chuayfett ya no tenía nada que negociar, cuando había entregado todo, las oposiciones lo dejaron colgado con su consenso y votaron en contra de la reforma que les entregaba todo a cambio de nada. Hecho eso le declararon la ley del hielo y terminaron por enviarlo al congelador del que en mala hora lo rescató Madrazo en oportunidad para morderle la mano, como puntualmente lo hizo.

Hoy nuestra legislación electoral está rebasada, caduca y ha demostrado sus grandes limitaciones.

La regresión a etapas que creíamos superados es evidente.

Necesario es replantearnos todo desde un principio: el sistema electoral, el régimen de partidos, su financiamiento, los medios, los órganos electorales, los instrumentos electorales, la civilidad y responsabilidad de los actores políticos. Todo.

Pero la reforma del 96 no es la culpable de nuestra debacle, lo son los actores políticos que la fraguaron, se beneficiaron y perjudicaron con ella hundiéndonos en la hediondez que es hoy nuestra democracia. ¿Y estos monstruos que creamos van a ser quienes hagan la valoración y replanteamiento de nuestra democracia?

¿Hay vida después de esta democracia que nos dimos?

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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