Una industria redonda
Derivado de la alquimia, cuando los sabios y charlatanes se esforzaron por transmutar el cobre en oro, cuando las brujas mezclaban patas de rana, aguijones de abeja, sangre de chivo, pelos de gato y otras materias secretas para enamorar, para dormir, para olvidar, para ayudar a los preferidos a enfrentar los maleficios, las enfermedades y las tinieblas, a los elegidos a conquistar la victoria.
Derivado de la alquimia se desarrolló la química y junto con ella, la industria farmacéutica moderna, cuyo valor al día de hoy es de miles de billones de dólares y eurodólares, de millones de lingotes de oro en instalaciones ultramodernas y aparatos y nuevas tecnologías para investigar, fabricar, producir y distribuir masivamente el moderno elixir del amor, el último brebaje para el bienestar, la cura infalible contra el cáncer, la pócima en busca de la juventud eterna, la aplicación de tratamientos simples y complejos para reducir o aumentar medidas de todas las partes imaginables del cuerpo humano y de nuestras mascotas preferidas.
Se trata así, desde una simple gripa, un leve dolor de estómago o encías, hasta epidemias y epizootias desconocidas en magnitud y riesgo, como el actual coronavirus que recién apareció en Wuhan, China.
Todo, materialmente todo, se vende para el tratamiento y prevención de las enfermedades y el cuidado de la salud.
Por tanto, las ganancias de la industria suman cantidades más allá de la imaginación, del costo original de las materias primas del perol caliente que removían las manos expertas y huesudas mientras se recitaban a ‘sotto voce’ versos para iniciados.
Hoy hay pastillas, cápsulas, inhaladores, inyecciones, óvulos y supositorios prácticamente para cualquier menester, dolencia o lúdica experiencia.
Hoy el asunto es más sencillo: el mercado manda y es oligopólico, gracias, en parte, a gigantescos pasos para beneficio de la humanidad como cuando el Dr. Sabin desarrolló la vacuna contra la poliomielitis en los años cincuenta del siglo pasado, hasta las modernas vacunas contra el VIH o la influenza, por ejemplo.
Las corporaciones de los grandes países desarrollados o trasnacionales son las que generalmente cuentas con la capacidades para invertir en investigación y desarrollo de nuevos productos y materiales de alivio, son además expertos para manejar patentes y áreas de influencia en los mercados mundiales donde sólo ellos pueden producir y vender, en muchas ocasiones manipulando precios y calidades de esos fármacos milagrosos de patente.
Al pasar de los años, 10 o 15 por lo general, la patente expira y entonces se abaratan y se consumen más ampliamente en el globo y más seres humanos pueden beneficiarse y eventualmente aliviar sus dolencias.
Una interesante actitud es lo que hacen en la India, gracias a una ingeniosa manipulación de la última molécula o átomo destacado, se modifica la fórmula de la patente y se vende a precios de barata para beneficio de la población nacional e internacional. Un ejemplo ilustra bien el proceso: el Nexavar es un anticancerígeno de Bayer cuyo costo es de alrededor de 4 mil euros al mes, en la India se vende como genérico sólo en 134 euros.
En los primeros años del presente siglo dos empresas dominaron el mercado de medicamentos: la estadounidense Merck y la británica Glaxo. Hoy son excepcionalmente poderosas también: Parke, Warner y Smithkleine, Hochst, Bayer La Roche (Ciba-Geigy y Sandoz) a.k.a. Novartis y Squibb, entre otras.
El negocio es redondo porque las farmacéuticas promueven las medicinas más caras y de última generación en los hospitales y entre los médicos, que con razón y a pesar del Juramento Hipocrático que norma su comportamiento ético, a pesar de todo, generalmente recetan lo que saben es lo mejor sin ninguna consideración adicional en cuanto al precio y otros factores sociales o morales, por decir lo menos.
En México, la población se atiende médicamente dividida en cuando menos 5 sectores: hospitales y médicos particulares, nacionales y en el extranjero, generalmente considerados de mejor calidad y comodidad en ciertas áreas de atención, aunque desde luego mucho depende de la diosa fortuna el éxito o no del tratamiento incluidos los fármacos, el diagnóstico y la pericia del médico (a) y cuidado de las enfermeras (os); además del equipo médico disponible.
Al hospital inglés llega y sale después del check up el dirigente de Morena, el pago es lo de menos, Amexco bien lo vale. Somos iguales, pero no tanto.
Los asegurados en el Seguro Social, donde las urgencias y exámenes de gran especialidad tienen fama de ser tratadas con un alto porcentaje de éxito, aunque en ocasiones no hay medicinas suficientes o de ultima generación, los médicos realizan jornadas agotadoras y se notan instalaciones viejas, descuidadas, como que les falta su manita de gato. Además de la enorme cantidad de pacientes que rebasan la capacidad de calidez y eficiencia que se requieren, el polvo se aposentó.
El ISSSTE, donde los pacientes del sector público saben que su mejor servicio, salvo casos de excepción con una buena recomendación, podría ser los velatorios de Peña Pobre. Recuerdo que un director del instituto, hace años, tuvo la mala fortuna de caer ahí un domingo y no hubo quien lo salvara.
El resto de la población, es decir, alrededor de 60 millones de mexicanos que no pueden darse el lujo de pagar hospitales privados, que no están asegurados por el Seguro Social o el ISSSTE irán indefectiblemente a los hospitales generales, al seguro popular ahora Instituto de Salud para el Bienestar,
Los menos, a las beneficencias y otros hospitales de urgencias como la Cruz Roja, que de acuerdo al día de la semana y a la temporada salva o mata.
En este entorno, ¿quién evalúa a la industria farmacéutica nacional, quién autoriza la incorporación de medicamentos al mercado, a qué precio? Supongo que la secretaria de Salud, donde al parecer navegan fantasmas, más la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios. (Ufff… Cofepris) y la Procuraduría del Consumidor que deben de tener obligaciones, responsabilidades importantes que cumplir en esta materia.
Lo cierto por lo que se ve, es que cada quien jala para su lado. La distribuidora Pisa, por ejemplo, es acusada en voz alta, de cuando menos ser corresponsable del desabasto y de altos precios y no pasa nada.
Es público y notorio que políticos tradicionales de administraciones pasadas con fuero y sin él son dueños o accionistas de las principales farmacéuticas y distribuidoras de medicinas en el país, incluso en sociedad aunque minoritaria, de las grandes transnacionales, y tampoco pasa nada.
Y no pasa nada hasta que, como en las historias de Dickens, la miseria y la enfermedad se vuelven costumbre y necedad.
Hoy en día se calcula que sólo 5% de la investigación científica y desarrollo de nuevos productos de la salud, lo hace el gobierno federal y la academia. La dependencia es altísima en esta materia y se verá en el nuevo Tratado México-EUA-Canadá.
¿Cómo reducir la obesidad de niños y jóvenes, donde México es líder mundial? ¿Y en los adultos cada vez más gordos y propensos a enfermedades cardiacas? ¿Cómo combatir con éxito la diabetes? ¿Los cánceres?¿ Las drogas, el alcoholismo, las nuevas epidemias? Tal vez estemos al borde de darnos cuenta que las grandes farmacéuticas están interesadas en controlar los síntomas principales de nuestras enfermedades, pero no están interesadas verdaderamente en acabar con la enfermedad. Habrá que cambiar.
Si a lo anterior se suma la ineficacia y la avaricia por el poder y el dinero, tanto de un lado como de otro, habrá definitivamente que renunciar a darse el lujo de enfermar.
El Congreso podría avalar un decreto presidencial: "Todo está bien. Vamos bien. Esta prohibido enfermar".
Mientras, los secuaces de las farmacéuticas y distribuidoras de medicinas y asociados, de vacaciones en el Mediterráneo se soban la panza de contento, sin saber que se están muriendo. Dicen los pobres que las brujas los han embrujado… Águila o sol, la suerte está echada y la moneda es redonda. ¿A quién le toca primero?
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