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Crónica de Ida y Vuelta

Crónica de Ida y Vuelta

Foto Copyright: La Vanguardia

Sonó el ruido infernal del despertador. Mi sueño era que soñaba volando, entre nubes y hojas de papel picado, de todos los colores del mundo. En el vértice de un juramento, tú, tierra mía, y yo volando. Paso a paso: la desnudez de tus palabras y el sabor ácido picosito de las jícamas a la salida… de la Trece. A todo eso me supo en el sueño la fruta y más se atragantó en el cogote cuando me pidió, casi exigió, una crónica de viaje. ¿Y ahora qué?, ¡válgame María Purísima!, oí que decía la conciencia de vieja rezandera que todo mexicano lleva en el morral pa’ cuando se ofrece. Otra vez el ruido. Desperté atolondrado, como siempre, con el pie derecho entumido y pájaros en la cabeza. Hoy si será, hoy tendré que resolver de una vez por todas esta mediocre incapacidad para triunfar, cualquier cosa que ello sea. Yo, que siempre he sido un guerrero de a caballo olvidé que a veces es preciso volar.

Se trata de meterte entre el cielo azul violeta, con los ojos bien abiertos y el pecho hinchado de orgullo, cuando mi petiza, ahora ya capitana, me invita a volar. ¡Qué Santos Dumont, ni qué espíritu de San Luís!, esto sí es navegar, andar por los cielos haciendo poesía y ¡sin boleto alguno que pagar! De que soy afortunado, mira que lo soy, apuesto que poquitos tienen una hija voladora, capitana y también exviolinista y cátcher retevaliente.

El jet brasileño parece de lejos un Concord liviano, mucho más pequeño pero igual de aerodinámico. Una aeronave tocada con la música de Carem, con el ritmo de Vinicius de Moarés y la saudade de haber querido ser más grande, como un lejano cóndor de Los Andes. Este es su destino y frente a ello, sólo hay que colgar la ristra de ajo para atraer la buena vibra en los incontables despegues y aterrizajes que ordenan comandos obedientes de manos expertas, entrenadas con visión económica de alta responsabilidad.

A mi lado, entusiasmada, me dijo que iría a San Diego para abrir una tienda de arte: que la cerámica y las pinturas, los collares hechos a mano. Todo very Mexican con un toque de American marketing para poder vender y vender. ¿Usted es Mexican? ¿De verdad? Detrás el rostro cubierto con lentes verdes. En el otro extremo, otro pasajero con las horas contadas y el color cetrino del cáncer: recordó en silencio una última recomendación médica: súbase al avión y vuele, vuele de ida y vuelta, le dijeron los médicos Pieichdis. La cosa es sencilla; apenas se descubrió, aunque sin suficientes datos en el sistema, que una vez que usted vuela y vuela de ida y vuelta, se le compone el tracto lagrimal y desaparece el tumor, nadie lo sabe con certeza pero por eso los vuelos están llenos de enfermos que al despegar se curan y tan bien se sienten que quieren siempre volar. Bebí un escocés con hielo. Debe de tenerse cuidado porque si uno dice simplemente whiskey, de este lado del Atlántico, sirven una bebida más rancia y ácida que los nativos de Kentucky llaman bourbon y que puede enviar a mas de uno desacostumbrado a cometer fechorías, ricas, dulces, innombrables y, me temo, todas reglamentadas y con castigos de multa y cárcel. Pero ello es de otro sueño.

En cambio, diligente Sheryl, trajo una botella de vino tinto que una vez escanciado, hice firmar a todos en recuerdo de una memorable tarde de ida y vuelta, ya curado de stress y agotamiento, de migrañas y derrotas y dolores musculares. Como a las tres mil quinientos pies, el vecino antes enfermo de cáncer recuperó el color de carne; la de los lentes verdes dijo que llevaría un par de estrellas con suficientes destellos para ver el arte mexicano en la tienda, aunque antes había dicho ser ciega; yo me sentí fortalecido, una nube con ángeles y angelitas cubrió el avión y mi hija, la capitana, siguió guiándonos con destreza hacia nuestro destino final. Todos nos sentimos aliviados de los males de la humanidad. Cuando uno vuela dice cosas bellas. Es cierto, hace cosas bellas, vimos todos cómo una pareja de viejos se atrevió otra vez a besarse sin rubor alguno, con sus labios recién nacidos. Allá, arriba, son otras las referencias, es sólo cuando se deja el cielo cuando sabes que estás aquí. Se oyó en el magnavoz la instrucción: abróchense los cinturones, enderecen sus asientos, apaguen sus baterías y un niño anónimo en la tercera fila a la izquierda, dijo a su madre a voz en cuello, tan alto como para que todos supieran: cuando crezca, quiero ser piloto, como Cristy, quiero cruzar las nubes y curar las tristezas, como ella.


Arturo Martinez Caceres

Arturo Martinez Caceres

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