RAÍCES DE MANGLAR

Nick Cave, la infructífera búsqueda de la belleza

Nick Cave, la infructífera búsqueda de la belleza

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Amor en las entrañas.

El tiempo pasa, ya sea realmente, ya sea vuelto cliché. "Una chica debe saber cómo apañárselas, especialmente en la calle Jubilee". Siento la punzada larga y fina taladrando lentamente con su enfermedad mi cerebro. A ratos el encierro la vuelve vertiginosa e insoportable. El dolor de cabeza ya es algo fijo y conforme los temblores se esparcen por todos lados, en mis manos, en los dedos de mis pies, en mi ahora frágil virilidad, todo se va cerrando y quiero belleza, busco desesperadamente belleza.

Vamos, mírame, déjame amarte un mes o un día: "Me estoy transformando, estoy vibrando, mírame ya".

El sonido de la guitara slide y la viola es hipnótico. La batería me recuerda a las lluvias y al sonido de los grillos, cuando no me mareaba con sólo girar abruptamente la cabeza, ahora todo es humo y una amarga sensación de pérdida, como si cada memoria caducara; al final no habrá más que un pozo vacío de todo evento, familia, hogar, amor, todo convertido en polvo: malsano almizcle.

Aquellas experiencias negativas son las que ahora me alivian. El rechazo, el asco, la humedad propia y la catarsis extrema de saberse diminuto, insípido y a veces insoportable. Los tiempos prometidos de amores jóvenes y salvajes nunca llegaron, de hecho comienzo a pensar que todo fue una gran traición de la que no hay culpable, todo es corolario e inútil.

Intento aferrarme, transformarme en aquel mozalbete incoherente, aquel que buscaba llamar la atención de maneras grotescas y vulgares y que cuando encontró el amor y la aceptación se dejó llevar, como si el mundo empezase y terminase ahí, en aquel calor vaginal y tierno. Pero ya no es posible. Subyace el pensamiento casi etéreo de que nada vale la pena y que todo termina, incluso la vida misma y que pronto ya no estaré más.

Otra vez la punzada incómoda, dolorosa en el cerebro: "Ella solía decir que toda esa buena gente en la calle Jubilee debería practicar lo que predican". A mí me gustaría practicar lo que predico sin perder, pero es difícil cuando olvido incluso lo que acabo de pronunciar.

No es posible, todo alcance es insuficiente y al final no soy más que un tonto malagradecido. Por momentos me dispongo a perder todo lo que amo y me ama por una pizca de belleza. En efecto, no hay manera de practicar o de predicar sin perder.

"Jubilee Street", como todas esas canciones engañosamente faraónicas tiene un crescendo que culmina con una explosión de emociones. Una vorágine paradójicamente contenida en su propia autoría. Nick Cave es un poeta sabio y frío, calculador incontenible de lo más bajo de la naturaleza humana. Adicto y en algún momento cliente frecuente de prostitutas y decadencias. Esto último no lo sé pero lo intuyo mientras como él busco la belleza, pero no hay rastro, nunca fue mi designio hallarla.

La corbata y el traje no ocultan la podredumbre. Saben ellas lo que soy y golpean con su indiferencia, con sus falsos besos que a nada llevan. Me asquea saber que me conformo: "Y estoy aquí, sobre la colina, empujando mi propia rueda de amor".

Empujando mi propia rueda de amor, un Sísifo cínico y visceral, el final del mito cansino y amargo: "Estoy volando, estoy vibrando, mírame ya".

"Jubilee Street" termina su frenesí sin hacer sudar a Cave, si acaso tres últimas notas azarosas de piano, discordantes. Sus baudelairianas semillas del mal son las que absorben todo el ímpetu y energía en aquellos seis minutos 35 segundos de canción.

Y mientras todo estalla a su alrededor él se mantiene aparentemente tranquilo, como los enfermos terminales a los que sólo les resta esperar: "Tengo amor en mis entrañas y un dolorcito. Una catástrofe de 10 toneladas colgando de una cadena de 60 libras".

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