PARRESHÍA

Idiotización

Idiotización

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Política como distracción.

El nuestro, es un mal de "idiotización".

"Ideotización" hija de despolitización.

Ambas propias de una sociedad de distracción, "en su doble sentido, el de esparcimiento y el de falta de atención, sobre todo en lo que debiera importarnos como ciudadanos." (Vallespín)

Resucita Ayotzinapa para ocultar, tras 43, a 28 mil muertos COVIT-19 in cresciendo, sin contar un promedio de 80 diarios a manos de la inseguridad.

Lozoya pacta para librar a madre, esposa y hermana de la cárcel entrar de trapecista estelar al circo de las apariencias.

En tanto, el crimen organizado lanza el mayor reto al Estado mexicano en su historia.

La "idiotización" es ya sociología. Sus raíces escarban las más profundas entrañas de la prostitución de la política del espectáculo.

En su capítulo, "El bazar de los disfraces", Vallespín (La mentira nos hará libres, 2012), destaca que las noticias pesan más en cómo se reacciona a ellas que en los hechos mismos: "las palabras sobre los hechos" son las que fijan la "realidad", no los hechos en sí.

Bajo esa tesitura, la guerra no es por y en hechos, sino por hacerse del espacio público de su propagación y agenda.

El punto no es menor, el espacio público es el centro que concentra la atención del público en tanto sujeto político; escenario que recoge todas las miradas y pauta la conversación mayoritaria, llamada opinión pública; eufemismo de unidad de la pluralidad de opiniones. Digo que no es menor, porque quien logre descentrar la atención del sujeto opinión del foco del escenario monopolizado romperá el encanto, cual Sigfrido al cerco de fuego de Brunilda.

Más regresemos a nuestro tema, hoy pesan más los datos de la realidad que la realidad misma. La narrativa, le llaman hoy. No importa lo real cuánto lo narrado. Pero la narrativa, no por lo que muestra, sino por lo que oculta; porque, sostiene Vallespín, "el punto fundamental es que los ciudadanos hoy estén lo suficientemente distraídos para que no sean ellos quienes lleven la iniciativa". El fenómeno zombi ya no es sólo saga novelesca.

La distracción como estrategia ha impuesto a la política la lógica televisiva del entretenimiento. Hay una creciente dependencia de la política a la diversión, en su doble acepción de entretener y falsear; una "acusada subordinación" al espectáculo como fin en sí mismo.

Parecer y aparecer o fenecer, tal es la cuestión. No se es fuera del mercado de la atención y en él la competencia es por las audiencias en el ring de la excitación y el esparcimiento.

No cabe la deliberación ni el debate. Lo discursivo es desplazado por lo emocional y secuestrado por lo frívolo. De allí personajes como los que hoy constelan bajo el poder, como el deleznablemente alumbrado Lord Molécula.

El escenario público, así, se llena de trivialidad, estridencia, morbo; con los que se busca solo impactar y excitar a golpes de asombro y escándalo en cultivo del conflicto. ¿Quién quiere deliberar cuando sólo mediante los puños se habla? Maximizar crispaciones en anillo al dedo para dar paso a medidas draconianas, golpes de timón, estados de excepción, victimización autócrata.

La escenificación substituye la gobernanza. Parecer, no ser. Menos hacer.

Parecer mientras los aparatos de control, indoctrinación y crispación hacen sus artes distractoras.

"Idiotización" o razón. No hay términos medios.

En ello nos va el Estado y la convivencia.

El reto es rescatar lo público de lo trivial y ocupar hoy el escenario con temas centrales venciendo la nada en él posicionada.





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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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