LETRAS

La gimiente

La gimiente

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Escucha.

Un gemido en el negro silencio de la noche.

¿Escuchaste?

Espera, guarda silencio. ¡Shhhhhhhhh! Es medianoche, ¡hombre!, no hables; no hay nadie que te oiga. ¡Cállate!

Acalla a la loca de la casa también, silencia tu mente. ¡Escucha! ¡Shhhh! ¡Carajo hombre!

¿La escuchas? Es ella. Sí, sí lo es.

Allá, en lo profundo. En lo incomunicable, en el rincón de tus silencios. Sí, oye, escúchala.

¡Calla!

¡No temas! No desesperes, no rezongues, tan sólo escucha.

No, no oigas afuera, tampoco escuches al espejo, deja de engañarte. De verdad escucha, no simules. No te mientas.

Deja de mentirle a ella y mentir de ella. Deja de negarla.

No, no eres sordo, bien lo sabes: eres cobarde. ¡Calla y escucha! ¡Por Dios! ¡Amordázate el hocico!, aunque sea por un instante.

Sí, sí, lo sé: el silencio aterra, pero no hay otra manera de escuchar. No puedes seguir de espaldas a ella. No es justo para ambos.

Calma, no temas, no huyas, no niegues. Sólo escucha.

Así es, respira profundo, olvida odios y temores; glorias y mentiras. Escucha. Abísmate en ti.

¿La oyes?

Sí, allí. Casi inaudible, ése, ese susurro, ese gemido. ¿Lo escuchas? Hasta suena a ti.

No huyas, ni veas el reloj, no esculques en el pijama. Estás solo, no hay nadie aquí. Estás universal e infinitamente solo, en la oscura soledad de tu orfandad; nadie vendrá en tu ayuda. Nadie derramará miel en tus oídos ni hiel en tu rencor. Ningún bufón saltará de la chistera. No es momento ni de focas ni de moscas.

Por una vez en tu vida, ¡calla cobarde! Por una maldita vez escucha. Date ese privilegio.

Sí, sí, es ella, no lo dudes. Ése es su lamento, su ruego; su imprecación.

Y sí, también son las "tempestades de tu negación". ¿Lo niegas?

Así, así, bien.

Limpia tus oídos de cavernas, recámaras, cerrojos y las mentiras de siempre. Ábrete, deja al mundo llegar a ti.


No eres sordo, eres cobarde



Te llama, ¿la oyes? Te necesita; te busca en la oscuridad, desde el abismo de tu abandono, desde la ciénaga de tu olvido, desde el infierno de tu soberbia.

No le robes la oportunidad de oírla. No te hurtes su palabra y compañía. No desvalijes su existir.

¿La escuchas? ¿Oyes su lamento? ¿Su ruego? ¿Su soledad? ¿Su aullido?

¿Escuchas lo gélido de su llanto, lo telúrico de su suplicio, lo amargo de su reclamo?

¿La reconoces? ¿Te ves en ella?

¿Te acuerdas de su risa y caricia protectora; de su compañía, de su lealtad? ¿Revives ahora su calor? ¿Su verdad? ¿Su rectitud?

Sí, así es. Es ella. Nadie más. Deja de engañarte. Depón la artimaña.

Y te necesita.

Te necesita desde el día que la abandonaste en el enjambre de tu fama, en el laberinto de jactancia, en la sordera de tu temor. No te engañes, le temiste; desconfiaste, la negaste… la arrumbaste. Como haces con todos y con todo: la traicionaste.

Traicionaste a la única que jamás te traicionará.

No sólo has perdido la meta, también el camino, el viento favorable y hasta el espinazo. La has perdido a ella. Te has perdido a ti.

La necesitas más que ella a tu proyección.

¿Lagrimas? ¿Lloras? ¿Tú? ¡Carajo! ¡Esa sí que es sorpresa! Quiere decir que aún queda algo en ti de humanidad. ¡Y yo que te creía irremediablemente perdido!

¡Oh, no te enfades!, no quise ofenderte. No malinterpretes.

Pero deja, malandrín, de utilizarme de escudo. No me abuses como excusa. Ésta es otra de tus trampas, de tus enojos fingidos, de tus falaces victimizaciones. Es tu forma de escapar, de nunca enfrentarte a ti mismo, de fugarte hacia delante, de evadir de la realidad. Deja de hacerte güey; escúchala, no te distraigas, no niegues, no te escurras: Culpar en respuesta no te libera de la culpa señalada. ¡A otro con ese cuento, Satanás!

¿Acaso crees que no sé que renegaste de ella por tu patológica desconfianza? Eres capaz de sospechar hasta de tu alma. Si por ti fuera la extirparías.

Bien sabes que la abandonaste por miedo, porque es a la única que no puedes engañar, a la que nunca embrollaste en tus galimatías. La que siempre te habla con verdad, la que no teme a tus furias ni venganzas. La que no cree en tus huidas. La que no deja te mientas. La única inmune a tu veneno.

Y bien sabes que sin ella no resolverás tu circunstancia, ni tu amargura tendrá alivio.

Calla... eso es. ¿La escuchas? Te llama, te necesitas.

¡La necesitas!

Hoy más que nunca.

Quizá sea ésta tu última llamada.

No la niegues, no te niegues; no persistas en tu tormento; en tus tormentas.

Frente a ti ya todo es oscuridad.

Entre el negro silencio de la noche y el balbuceo de sepulcros en reclamo, escúchala gemir.

Calla y escucha.

Es ella Andrés, sí, ella. ¿Quién más?

¡Abrázala! Es tu sombra.




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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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