LO DE HOY

Democracia en pedazos

Democracia en pedazos

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Fragilidad democrática.

A Luis Rodrigo

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La democracia es frágil.

Cualquiera puede abusar de su nobleza y buena fe.

Se le puede atropellar desde el poder; confundirla, someterla, torturarla y hasta sodomizarla.

Se le puede engañar con cuentas de vidrio, afeites, regalos, malabares y falsas promesas.

Se le puede aprisionar alegando defenderla.

Se le puede anular impersonándola, asumiendo su voz, subrogándose en su destino.

Se puede hacer de ella comparsa de impotencias y carnaval tropical de desfiguros.

La violencia, la locura, la prepotencia y hasta el miedo suelen hacer de ella befa y escarnio.

¡Frágil es a democracia!

Tarda décadas forjarla, pero marchita en un suspiro.

La primera lección sobre el poder en Juego de Tronos es la que Ned Stark da a su hijo Brad: "El hombre que dicta la sentencia debe blandir la espada", según dictaban las enseñanzas de la sangre de los primeros hombres. "El gobernante que se esconde tras ejecutores a sueldo olvida pronto lo que es la muerte."

Hijo, si la sentencia es "quitar la vida a un hombre, tienes un deber para con él, y es míralo a los ojos y escuchar sus últimas palabras. Si no soportas eso, quizás es que el hombre no merece morir…" ni tú gobernar. Esto último no lo dijo expresamente, pero lo enseño con su propia muerte. Y no es que él, Ned, no fuese digno de gobernar, sino aquellos que a trasmano cercenaron su cabeza.

Ned no podía saber entonces que un día no muy lejano, después que el Rey Robert lo nombrara La Mano del Reino y que, en el lecho de la muerte causada por intrigas de la Reina adultera Cersei, confiados ambos en el honor del poder, le nombrase Lord Regente del bastardo de su primogénito hasta que aquél estuviese en edad de gobernar, no podía saber que "ni el mejor caballero puede proteger a un rey de sí mismo", ni a sí mismo del rey. Ned vestía su honor como armadura, pero no hay armadura contra la traición desde el poder.

El rey Robert finalmente muere y la viuda y primogénito se enfundan del trono tras espadas sedientas de sangre y borrachas de sedición. Ned les extiende la última voluntad escrita del difunto rey, bajo los formalismos propios del Consejo Real y la institucionalidad de la Mano del Rey.

"Protector del Reino, leyó la auto-enviudada Cersei, ¿Y esto es vuestro escudo, mi señor? ¿Un trozo de papel?", rompiéndolo en dos y luego en cuatro para dejar caer lentamente los pedazos de la otrora voluntad real a sus pies.

En el cadalso Ned fue obligado a confesar traición para salvar a sus hijas rehenes del joven rey y su madre, segundos antes de perder la cabeza por el filo de la espada del verdugo.

Lo demás es el "Juego de Tronos". Ése que juegan los grandes señores para sufrimiento de los inocentes. Tras la sangre del rey Robert siguió la de Ned Stark y corrió y corrió hasta inundar a todos los reinos conocidos y extraños.

Brad, el penúltimo de los hijos -primera víctima de Cersei y su hermano amante en la trama del juego de tronos- yacía inválido demasiado lejos para poder observar en persona la última lección de poder de su padre: hay, sin embargo, quien no sigue las enseñanzas de los primeros hombres y mata sin ley, sin honor y sin palabra. Ejecuta sin sentencia, sin mirar a los ojos, sin oír el último aliento de la víctima, sin blandir espada alguna con honor, escondido tras ejecutores a sueldo y coronas robadas, sin importarle lo que es la muerte y lo que debiera ser la vida.

La enseñanza para nosotros es lo frágil que son las reglas que los humanos nos damos para convivir, siempre en riesgo en terminar en papeles rotos por la ambición o la traición y, generalmente, por ambas hermanadas.

El juego de tronos se sigue jugando desde siempre, en ciertas temporadas se juega por la vía democrática, donde los ciudadanos deciden su propia suerte, en lugar de dejarla en manos de monarcas, y ven por el interés de todos, no el capricho de uno.


En la democracia no se cortan cabezas, se suman votos



La democracia, además, evita que el juego de tronos se hunda en sangre y luto, que impere el caos, reine el hambre y se enseñoreé la violencia. En lugar de trono hay república, en lugar de honor de deshonrosos caballeros, leyes; en lugar de herederos, elecciones; en lugar de válidos, tribunales de pleno derecho.

De eso trata la democracia, que el juego de tronos no se reduzca a la concupiscencia y estirpe de una casa sobre otra, a un miedo sobre otro; a una feria de fantasmas y borracheras de poder. Que no sea un juego en el que "sólo se puede ganar o morir". Porque en la democracia nadie tiene que morir, ni ninguno pierde todo ni para siempre. La democracia es el juego de tronos civilizado, regulado, auto-sostenido, garantizado y cuidado por todos y para todos. En la democracia no se cortan cabezas, se suman votos. En la democracia no se apilan espadas, se acumulan sufragios.

Pero la democracia es tan frágil como la voluntad del rey Robert en los pedazos de papel rotos y pisados por Cersei. No la movía el reino, sus dioses, súbditos, honor y ni siquiera su estirpe; le hurgaba las entrañas el poder descarnado por el fuego del infierno y resurgido en la tierra para miseria de los pueblos.

Robert y Ned, y, para todo efecto práctico, todos se equivocaban. El poder es demasiado para un solo hombre o una sola mujer. Por eso debe compartirse entre todos y ejercerse en equilibrio de pesos y contrapesos. Por eso debe renovarse periódica y fatalmente. Por eso no admite prorrogas, ni excusas, ni salvadores. Solo todos juntos podemos garantizar que el poder controle al poder y evitar que en lugar de instrumento de convivencia lo sea de "sangre, sudor y lágrimas".

Solo la democracia, es decir, la voluntad activa de todos, puede evitar que la Constitución y las leyes que nos hemos dado se conviertan en un trozo de papel, nuestros legisladores en ayudas de cámara, nuestros jueces en válidos y nosotros en siervos.

La historia universal está poblada de los personajes tórridos que George R. R. Martin pinta de cuerpo entero en Juego de Tronos. Confinémoslos a la novela y que jamás nos despueblen de nueva cuenta de nuestras democracias.

Este seis de junio, cuidemos la democracia. ¡Que nadie la rompa en pedazos!





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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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