PARRESHÍA

Un límite sin mundo

Un límite sin mundo

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Padre y consecuencias

Retomo el tema de que la cárcel no afecta cuando sé es inocente.

El aserto es igual a que el castigo no castiga y delata ausencia de límites y consecuencias, y, sobre todo, de figura paterna y autoridad.

Devela a un niño al que los castigos no castigaron, que siempre se salió con la suya, que doblegó, chantajeó y hasta tiranizó a sus padres; una infancia donde los castigos se olvidaban, relajaban, revertían, burlaban, simulaban o, simplemente, jamás se impusieron; una personalidad sin sentido de consecuencia, de responsabilidad, de rendición de cuentas. ¡Un mundo sin límites!

¡Un límite sin mundo!

Ante un perfil así, de no consecuencia, de castigos que no castigan, es lógico sostener que el castigo no afecta si sé es inocente. Porque se presume una inocencia fuera de este mundo cuando jamás se han enfrentado consecuencias. En una personalidad así, pesa por sobre cualquier castigo posible: MI nobleza de intención y tranquilidad de MI conciencia.

Mi calidad moral está más allá de la justicia de este mundo, por eso no reconozco tribunal, juicio, crítica, cuestionamientos, ni deidad más allá de mi conciencia: mientras esté YO tranquilo con MI conciencia, no hay cárcel que me afecte, ley que me restrinja, consecuencia que me alcance ni lluvia que me moje.

Ello no quiere decir que no se haga todo lo posible por jamás pisar la cárcel, aún se viva del papel de víctima. Lo importante es saberse con autoridad moral superior a cualquier castigo o norma. Entre la ley y la justicia, escogeré siempre la justicia, según mi inocencia primigenia y intocable por derecho alguno.

A quien nunca se castigó de niño, entiende toda regla como represión, así sea de transito, de urbanidad o de estricto derecho. Porque no hay regla que valga sobre la nobleza y trascendencia de sus actos y, por ende, éstos están extraterritorializados de todo sistema de derecho que imponga sanción a la violación del deber ser.

Para este tipo de personas, no hay cárcel que les afecte, aunque se cuiden siempre de no pisarla. ¡Por sí las moscas! Aunque la recomienden como receta al heroísmo.



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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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