LO DE HOY

Miedo y poder

Miedo y poder

Foto Copyright: Pendiente

Fuga.

En una entrevista verdadera, con periodistas profesionales, en las postrimerías del destape de aquellas ya no tan lejanas épocas, preguntaron a López Portillo qué se requería para ser presidente.

Sin dudarlo contestó: valentía.

"Se requiere valor para estar sentado aquí", puntualizó.

Años después, en largas pláticas que sostuve con él en un ejercicio con miras a construir una biografía, me dijo: "el miedo se huele". Se refería al miedo en los políticos. "Es algo —sostuvo— que no se puede ocultar".

Pero hoy ni esfuerzo se hace por ocultarlo; antes bien se confiesa pública y enfáticamente, así se le invista de investidura.

"no puedo exponer la investidura presidencial y no voy a ir a que se me falte al respeto y se haga un escándalo, imagínense. Pero qué necesidad".

Ello en relación a un Twitt de la senadora Lilly Téllez en el sentido de que el presidente es "un violador serial de la Constitución" al que "hay que hacerle frente", ahora que tendría que acudir protocolariamente al Senado a imponer la medalla Belisario Domínguez a Ifigenia Martínez Navarrete.

Y sí hay necesidad y se llama política, que ni tiene porque ser irrespetuosa y menos escándalo. En los regímenes parlamentarios los primeros ministros acuden permanentemente al parlamento a discutir en el pleno y no se acaba el mundo ni se manchan investiduras. Y si a escándalos vamos, basta con los del gabinete presidencial y las mañaneras.

Y Echeverría —tan caro a López Obrador— decía que no se vale que el boxeador se suba al ring y al primer intercambio de golpes acuse violencia, si sabe lo que es el boxeo y pidió estar allí.

Pero regresemos al valor como requisito para ser presidente. Nada hay más peligroso que un presidente con miedo. No es que les esté vedado a los presidentes sufrirlo. Es más, el miedo es una alarma instintiva del hombre para prevenir algún riesgo o daño. El miedo nos es consubstancial. Lo importante no es no tener miedo, sino saberlo procesar y encauzar.

Un presidente con miedo es como un animal herido. El miedo en el poder aliena y desafuera. Y el miedo con poder corre libre a derribar las formas y las normas que someten el poder al derecho.

Así que no voy a decir "no tenga miedo señor presidente". Al contrario, téngalo a la crítica, a sus adversarios, al tiempo en su inexorable correr, a los yerros y torpezas de todo hombre que se arriesga a tomar decisiones; a la soberbia, a la ignorancia, al engaño, al autoengaño.

Lo importante es saber procesar el miedo, traducirlo en decisiones y acciones asertivas y oportunas, en políticas públicas, en gobernanza. El miedo frena un primer impulso reactivo ante una amenaza; es una alarma que nos pone en guardia y obliga a prevenir y a actuar conscientemente. Pero cuando al miedo se responde en fuga o con acusaciones a diestra y siniestra, se aborta la oportunidad que la circunstancia nos brinda para actuar racionalmente con un propósito y no solo como un acto reflejo.

La fuga no enfrenta el riesgo; lo niega, lo ignora, huye de él. Pero en política riesgo que se evade crece a crisis.

La simulación es una reacción condicionada común en hombres con poder pero sin visión de estadista. Aquél arrostra riesgos y consecuencias con miras a un fin ulterior y no los evita por el inmediatismo del aplauso fácil y la arenga placera.

Lo malo no es que el presidente tenga miedo, lo terrorífico es que miedo y poder suelen ser una mezcla diabólica. Hitler y Stalin fueron seres dominados por un miedo epitelial, enfermizo y mortífero.

Ojalá López Obrador recapacite, enfrente su miedo y se pruebe a sí mismo, que enfrentar al otro en política no sólo es normal, sino que es lo esperado, como el boxeador en el ring.

Cierto, el fiel espejo no responde, pero la realidad existe y persiste a donde quiera que se huya fuera de él.



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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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