PARRESHÍA

Orfandad política

Orfandad política

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Partidos.

No faltó quien reclamara mis comentarios ayer sobre Porfirio Muñoz Ledo. ¡Benditos la pluralidad y el disenso!

Quitémosles nombre a las tres figuras recuperadas ayer de Así­ hablaba Zaratustra; que el objetivo no era liarse en denuestos o ponderaciones sobre nadie, sino destacar nuestra orfandad política.

Caminamos al abismo del 2024, esperanzados en que los partidos dejen de ser y de hacer lo único que han sido y saben hacer desde siempre.

Pero son las crisis globales de las democracias, sistemas de partidos y personajes políticos, las que nos tienen al descampado.

No culpó a nuestros partidos y sus esfuerzos por poder meter al menos las manos en las próximas elecciones presidenciales, pero es su perspectiva la que los condena.

Están encajonados en un rincón desde el que sólo pueden ver el mismo ángulo de la realidad que observan desde siempre y que les priva observar la mayor parte de la realidad cambiante de México y el mundo de hoy.

Su pequeño nicho vive, además, eternamente sitiado desde dentro y desde fuera. En un caso por las luchas internas de poder entre los mismos y, en otro, por las externas de los ajenos.

Acostumbrados a ello, su lenguaje también es rehén de sus horizontes: a los de casa les repiten las mismas historias y arengas; a los diversos los ataques y críticas de siempre.

Viven en y de espejismos dentro de sus sarcófagos y en putrefacción.

Y, nuevamente, no faltará quien critique la dureza de mis expresiones, pero como Nietzsche creo que en esta emergencia sólo nos queda la filosofí­a del martillo. Sólo destruyendo se puede construir. Hay que romper el bloque de mármol partidario para que de su interior surja la escultura de una nueva organización política.

Llevamos décadas tratando de sostener contra viento y marea un sistema de partidos y una democracia espectáculo que dejaron de ser funcionales hace mucho.

Si funcionaran, no tendríamos en perspectiva un 24 bajo "el México de un solo hombre". Ni andarían los partidos buscando bajo las piedras personeros y publicistas para enfrentar algo que no se resuelve con individuos providenciales ni escándalos mediáticos temerarios.

Tenemos que cambiar perspectiva y valores. Poner de cabeza la ecuación. Desaprender todo lo aprendido. Adentrarnos sin temor al ocaso en busca de la luz. Abismarnos a las alturas.

Quien vaya al 24 con una campaña tradicional, embelesado por las cifras de seguidores en las redes, o engañado por lémures partidistas no ha aprendido nada en los últimos 30 años.

Aceptémoslo, los partidos en México están más extraviados y confundidos que el ciudadano de a pie. No están para guiar; están para transportar como animales de carga o 'taxis' (Beltrones "dixit") un nuevo Proyecto de Nación.

La orfandad política es reciproca: nosotros estamos huérfanos de las correas de transmisión (ekklesí­a, asamblea ciudadana) que debieran ser los partidos, y ellos, de la ciudadaní­a que es su origen.

Ante el nihilismo (la nada) de la 4T, ante la destrucción de todo por la destrucción misma, de cara al rencor y al resentimiento hecho institución y gobierno; no requerimos los partidos de siempre, sino un nuevo pacto político nacional. Ahora sí­ que una Nueva República.

Luego vendrá el instrumento.

Lo dijo Reyes Heroles el viejo en 1975: primero el programa y luego el hombre. Actualicémoslo: primero el proyecto de Nación, luego el vehículo y finalmente el hombre. Donde vehí­culo y hombre siguen proyecto, no lo imponen.

No estamos, pues, para buscar un candidato ideal. Estamos en la disyuntiva de defender Nación o verla sometida a un proyecto personal y sin rumbo. La única forma de defenderla es otorgándole de nueva cuenta norte, destino y voluntad.

Hoy caminamos hacia la nada, las tinieblas pueblan el horizonte. O nos encerramos en el viejo corral de los partidos o corremos a las praderas, bosques y selvas en busca de nosotros mismos hechos Nación.

El reto es seguir a los profetas y sacerdotes partidistas de siempre, cada vez más vetustos o cada vez más incapaces, o cada vez más vergonzosos; o hacernos cargo de destino, timón y velas, que al viento no podemos controlarlo, pero sí aprovecharlo.

A la deriva o con puerto de destino.

PS.- Saludos al buen Porfirio.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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