Renuncias por adelantado, sin investigación ni explicación de por medio, sin transparencia, sin rendición de cuentas.
La secretaria de turismo de la Capital tuvo que renunciar por utilizar un avión privado en un viaje personal, no sabemos aún si lo pagó con fondos públicos o privados, si se lo prestaron o fue aventón; el Director de la Unidad de Inteligencia Financiera tuvo que renunciar por realizar su boda en el extranjero, tampoco sabemos si utilizó recursos públicos o no.
Temas decisivos estos tratándose de cargos públicos pero que parecieran no importar.
Una y otra renuncias hablan del moralismo y la hipocresía tan características de las clases reaccionarias.
Ambas tuvieron lugar al margen de la ley y del escrutinio público, ajenas a cualquier criterio racional de austeridad, a las prácticas y al ejercicio transparente de la función pública y de buen gobierno.
Malolientes baños de pureza de un poder cada vez más alejado de la sociedad.
Una vez más estamos ante la demagogia y la politiquería barata, engañosas por antonomasia
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