Las redes del enredador
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López Obrador logró una ecuación política simplificada y vendible: Una sociedad desigual e injusta; primero los pobres y toda culpa es de la corrupción.
Personificó toda la trama, primero, con el innombrable, luego con la mafia en el poder y finalmente con el neoliberalismo. Salpimentada con adversarios, conservadores y fifís terminó un platillo apetitoso y de fácil digestión.
Se escrituró la pobreza como tema monopolizado y la honestidad como atributo exclusivo.
Pero, o la receta ha empezado a hostigar el paladar de los comensales, o López perdió la brújula.
Empezó primero con las madres con niños en edad de guarderías, siguió con los órganos autónomos y grupos feministas, pasó luego con las víctimas de la violencia, los niños con cáncer y los fideicomisos, hasta llegar a las clases medias, los científicos y las universidades. En su ascenso al Valhalla se llevó entre las patas a los otros dos poderes, la federación, al sistema de salud, al Estado de Derecho, la confianza, la unidad nacional y la fraternidad que presume como farol de la calle.
Pero de meses atrás López Obrador se separó de su fórmula probada, y casi ninguno de los temas nuevos en su agenda responde a un diagnóstico compartido con la ciudadanía, ni a una narrativa simplona, ni a una fácil venta y menos una digestión sin agruras. Menos responden a materias, personajes y causas popularmente odiadas, y, lo más grave, no enmarcan en su conclusión universal: la maldita (y para él bendita) corrupción.
Este quiebre de narrativa y abandono de su zona de confort lo ha metido en problema que ha logrado evadir con su gran capacidad distractora, pero no ha tenido el éxito de su original estratagema comunicacional, ni ha resuelto problemas ingentes, y menos convencido de su procedencia y asertividad.
A su vez, los enanos del circo le van creciendo, la militarización avanza sin resultados en el tema de la seguridad y se enreda en temas de transparencia, corrupción y operaciones ajenas a su naturaleza; la inseguridad toca directa o indirectamente a todas las familias y a todo el territorio, dejando un tufo, en bastos corredores bien identificados con narcogobiernos.
Sus programas de bienestar encadenan a la precariedad, no resuelven nada. Una vez gastado el apoyo se está más pobre que antes. Y los números hablan: cinco millones de nuevos pobres en sus tres años de gobierno, con cifras oficiales.
La pandemia tiene más vidas que un gato, avanza hacia una cuarta ola que el secretario del ramo pretendió esconder a la prensa y todos los días exhibe al gobierno en su incapacidad, supina soberbia y mentira. La falta de medicinas, a tres años de haberse imputado a las farmacéuticas y su corrupción, no halla solución y nadie puede dejar de ver el elefante blanco que metieron a la recamara al pretender adquirir y repartir directamente medicamentos sin conocimiento, organización y estructura operacional. Mientras, gente muere sin respiro ni horizonte.
El discurso nacionalista no alcanza a tapar el único argumento en favor de su reforma eléctrica: beneficiar a la CFE, no a los ciudadanos. Un contrasentido imposible de sostener a base de "Chuchus" o imputaciones tardías de la caída del sistema.
Aunado a ello, está sus impactos negativos al medio ambiente, a la infraestructura energética instalada, a la confianza de inversionistas, a la credibilidad de nuestros socios comerciales y al riesgo de incumplimiento seriales de tratados internacionales.
Ir a la Cumbre de Jefes de Estado de América del Norte y admitir una agenda que en los hechos y discurso se reniega todos los días es algo cada vez más insostenible y nos infama como cobardes, mentirosos y cínicos.
Lo de las clases medias se pudiera entender como enfado y excusa por la significativa pérdida electoral de bastiones importantes en la Ciudad de México y principales capitales de la República; lo de las Universidades como un distractor para ocultar desempeños económicos y de salud, y lo de los fideicomisos como urgencia de rellenar el cochinito para sus programas clientelares.
Pero todo ello le significa un costo, no nada más político, sino de efectividad comunicacional y de lógica narrativa.
La hace meses exitosa exigencia por la revocación hace agua, el propio Morena la boicotea presupuestalmente y ha resultado insostenible vestir de ratificación y premio, lo que es revocación y castigo. La aberración que sean los propios morenistas sus promotores es de un surrealismo sin parangón. No es el riesgo de que lo revoquen, sino de perder la fácil excusa del pueblo sabio y sus consultas populares más propias del asambleísmo universitario que de la democracia participativa.
Él sostiene que la corrupción ya acabó y saca su pañuelito blanco a la menor provocación. Pero, si el problema universal de México está resuelto, por qué prevalecen miseria, desigualdad y la propia corrupción. Por qué hemos empeorado en salud, economía, educación, seguridad y ánimo ciudadano.
Ahora, en una medida que se antoja desesperada e hija de la impotencia, lanza un decretazo para obligar a toda autoridad —federal, estatal y municipal— a otorgar permiso provisional e inmediato a toda obra de infraestructura que solicite la federación, dejando sin efecto todas las salvaguardas que nuestra legislación nacional —general, federal, estatal y municipal— ha establecido para la pertinencia, viabilidad y factibilidad de las mismas.
La lógica del decreto no se sostiene, arguye que por ser federal es necesaria y, por ende, de interés general, de seguridad nacional y de urgente ejecución.
Delata la incapacidad de su gobierno austericida de poder armar, siquiera, expediente; instaura la opacidad, la ilegalidad y la no rendición de cuentas.
Ya no hace falta pedirle permiso al sol, hacer consultas patito o guarecerse en emergencias como el Huachicol para hacer de la ley un reguilete. Basta un decreto por el que se autoautoriza todo.
Si su silogismo simplificado ya no cuadra con la realidad ni con el sentir de la mayoría de los mexicanos; los verdaderos problemas, en su complejidad y densidad, terminan por imponerse y el discurso se gasta y se vuelve contradictorio, insostenible e ineficaz.
Imposible alegar combate a la corrupción decretando aprobaciones ciegas y automáticas, así como reservando, en razón de seguridad nacional, toda información y documentación de la transparencia y la rendición de cuentas.
La alineación de los señalados por el dedo flamígero mañanero engrosa por segundos y para colmo la impudicia, ordinariez y bajo nivel intelectual y formas de sus diputados no ayudan en nada.
La diferenciación en trato y cercanía con los gobernadores de su corral de cara a los de diverso, ofende, no a sus personas, sino a las ciudadanías que los eligieron. Un presidente no puede pecar de favoritismos, pero menos de fobias. La legitimidad democrática que aduce para su persona, es la misma para todos los gobernadores y presidente municipales, sin importar banderías, de otra suerte estaríamos en la sinrazón de que las únicas elecciones democráticas en la historia nacional son la de él y las que él determine, incluidas las de Madero, Cárdenas y Juárez que tanto mienta.
Las corcholatas han sido atropelladas por sus propias debilidades y rivalidades, así como por lo adelantado de los tiempos y lo ajeno a la realidad ingente que se vive más allá del Salón Tesorería.
Para su suerte, los opositores a López Obrador no alcanzan hilar una agenda propia, un discurso balbuceable y una fama pasadera.
Pero el reloj sexenal es implacable y cada segundo más es un segundo menos.
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