PARRESHÍA

Hasta de la edecán nos privaron

Hasta de la edecán nos privaron

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Debate descafeinado

El ADN de López obrador es de plantones, movilizaciones, caravanas, mítines, toma de pozos petroleros y Reforma.

Su espacio es la plaza pública, su lenguaje la arenga, su papel el de pontífice, su mejor montaje el de perdonavidas, su momento estelar la adoración.

Su discurso no es para hacerse entender, sino para ser adorado.

Por eso no entiende de dar razones, de explicar, de discutir, de convencer.

Él dicta la verdad desde el Olimpo y no es ésta para discutirse.

Ese es su mundo y su adicción, el propio de campaña política; de templete, de proclama, de aplauso.

Su tarea no es persuadir cuanto levantar el aplauso fácil, contagioso, acrítico.

Y en los últimos cinco años ha hecho campaña política en solitario, sin nadie enfrente.

Debatir, por el contrario, es controversia, contienda, lucha, combate. Por ello se pasmó cuando frente a las cámaras el pontificador adorado de las masas se vio reducido a contestar a sus ¡pares¡; por eso no pudo más que balbucear lugares comunes y guiones de televisión frente a cuestionamientos puntuales; por eso sacó por escudo argumentativo encuestas que lo sitúan arriba, sin percatarse que no era lugar ni momento para presumir candidatura, sino para acreditarla.

Andrés Manuel requiere el aplauso fácil y ciego tanto como el oxigeno, la aclamación es para él lo que la nicotina al fumador; pero ante la replica se eriza, de cara a la polémica se traba, al ataque lo percibe inaudito, injusto y perversamente manipulado por la mafia del poder. Tres campañas sin aprender que su incapacidad polémica es su kriptonita.

Lo que vimos el domingo pasado fue a un enano de tapanco acusando ante las cámaras que le echan montón; un boxeador que se sorprende y reclama al primer golpe; al campeón que se baja del ring, cansado y cabizbajo, antes de que suene la última campana.

De igual forma se aprecia a un Meade convencido que la Presidencia le pertenece por merecimiento propio, experiencia y capacidad. Y puede que así lo sea, pero no se le nota interés de convencernos de ello, hambre de pelear por ella, emoción por el viaje, ni entusiasmo por la meta.

Su campaña es la de quien cubre un requisito procedimental, un mero trámite y podríamos decir hasta con cierto enfado. No hay en su talante goce por la campaña, tampoco enjundia por persuadir a su favor; si López Obrador no hace nada por convencernos porque para él su pensamiento es infalible, Meade tampoco, porque está cierto que porta los mejores conocimientos, instrumentos y experiencia, y eso basta, como por escalafón, para que le entreguemos la Presidencia.

Ahora sabemos por qué Margarita fue considerada una buena Primera Dama: porque no abrió la boca en seis años.

Jaime Rodríguez sigue haciendo escarnio de las candidaturas independientes.

Finalmente Anaya hace gala de sus aptitudes discursivas y controversistas, pero algo hay en él que niega la bondad de su empaque, lo estructurado de su mensaje y lo prístino de su parecer.

Para colmo hasta de la edecán nos privaron.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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