Epifanías

Sin enemigos no hallaba humor

Sin enemigos no hallaba humor

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Aquel Rey sólo era feliz con sus enemigos y en la carpa.

Anti. La lealtad le era todo, excepto la felicidad.

Los siervos le aburrían. Necesitaba de enemigos para hallar el buen humor.

¡Cómo reía de ellos!, ¡Cómo su mirada brillaba al solo mentarlos! ¡Degustaba cada puya en su honor, cada insulto y descalificación en su nombre, cada culpa inventada, cada batalla en sus delirios, cada herida reclamada!

Cuando terminaba de versar a sus enemigos acababa agotado, cual si hubiese luchado cuerpo a cuerpo los 10 años de la caída de Troya.

Pero ahí mismo se acababa todo.

Tras bambalinas, todo seguía igual: los problemas, los reclamos, la falta de recursos, las obras rebeldes a sus comandos y tiempos, el elefante blanco —le llamaba— que, como su esposa, a todo le ponía peros, exigía argumentos, presentaba opciones, alegaba problemas que en su mente jamás existieron al idearlas en un futuro inamovible. ¡Y las malditas medicinas que no aparecían por obra de magia! ¡Y la economía más rebelde que todos los gobernadores juntos! ¡Y los recursos que se achicaban a cada capricho! ¡Y los fideicomisos que se acabaron en un suspiro!

¡Ah, pero en la carpa de Palacio todo era exacto, dúctil y cómodo! El lenguaje colérico fluía cual cañería: “atrabiliario, verde y oscuro”; no requería razón ni causa para arrebatarse, todo era culpa de alguien; él siempre la víctima, siempre el verdugo, siempre la salvación.

Sin enemigos, o, mejor dicho, con los enemigos reales enfermaba, taciturno y agrio; triste y desolado. Callaba en un rencor morado, acedo y solitario.

Ya lo había dicho Jaspers —a quien jamás leyó ni leerá—: “Cuando se está insatisfecho de sí mismo, entonces otro debe tener la culpa. Cuando no sé es nada, sé es, por lo menos, anti”.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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