Epifanías

Poder sin autoridad

Poder sin autoridad

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El poder es producto de la acción conjunta; en tanto que la autoridad siempre va vinculada a un sujeto; subjetivizar el poder es envenenarlo.

Poder y autoridad. — El poder surge de la acción conjunta y efectiva —“en concreto”, dice Burke— de varios. Contrario a su origen, lo verdaderamente destructivo del poder es su subjetividad, es decir su monopolización ilegítima.

Si el poder no es un fenómeno de la voluntad y menos de la voluntad de uno, es controlable y para ello dividido. La división de poderes no mengua su efectividad (Montesquieu) y, al contrario, por la especialización de funciones, la perfecciona y garantiza.

La autoridad, sin embargo —con independencia al origen del poder— siempre va vinculada a una persona y, por eso, se hace subjetiva, “pues la autoridad tiene un contenido objetivamente válido, creído por todos” (Arendt).

Si bien el poder pudiera definirse como la fuerza carente de autoridad; en tanto hay autoridad —aceptación de la mayoría— su poder no se cuestiona, le es algo inherente y secundario. Es con la ausencia de autoridad —contenido objetivo creído por todos— cuando surge como problema el poder.

Cuando el poder su subjetiva —cuando se apropia en monopolio y voluntad—, substituye a la autoridad. Una autoridad aparente oculta tras de sí un poder sin contenido objetivamente válido. Ya no es la acción conjunta el origen del poder, sino la voluntad; la división de poderes queda borrada al dejar de ser el poder “entre” varios, éste se hace ilimitado, sin control, arbitrario.

Con la ausencia del “entre” los hombres, el poder deja de ser político. Es solo fuerza sin razón.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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