Poder sin autoridad
Poder y autoridad. — El poder surge de la acción conjunta y efectiva —“en concreto”, dice Burke— de varios. Contrario a su origen, lo verdaderamente destructivo del poder es su subjetividad, es decir su monopolización ilegítima.
Si el poder no es un fenómeno de la voluntad y menos de la voluntad de uno, es controlable y para ello dividido. La división de poderes no mengua su efectividad (Montesquieu) y, al contrario, por la especialización de funciones, la perfecciona y garantiza.
La autoridad, sin embargo —con independencia al origen del poder— siempre va vinculada a una persona y, por eso, se hace subjetiva, “pues la autoridad tiene un contenido objetivamente válido, creído por todos” (Arendt).
Si bien el poder pudiera definirse como la fuerza carente de autoridad; en tanto hay autoridad —aceptación de la mayoría— su poder no se cuestiona, le es algo inherente y secundario. Es con la ausencia de autoridad —contenido objetivo creído por todos— cuando surge como problema el poder.
Cuando el poder su subjetiva —cuando se apropia en monopolio y voluntad—, substituye a la autoridad. Una autoridad aparente oculta tras de sí un poder sin contenido objetivamente válido. Ya no es la acción conjunta el origen del poder, sino la voluntad; la división de poderes queda borrada al dejar de ser el poder “entre” varios, éste se hace ilimitado, sin control, arbitrario.
Con la ausencia del “entre” los hombres, el poder deja de ser político. Es solo fuerza sin razón.
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