Saber y pensar
Saber y pensar. — Para Arendt el pensamiento es “la actividad original del hombre en el campo de lo que no podemos saber”. Pero no en el sentido de que pienso donde ya no puedo saber, sino en el significado de “que querer saber y poder pensar son igualmente originarios. Pero —acota— donde quiero saber, no puedo pensar; y si pienso ya no quiero saber”. Hay siempre una tensión entre ambas actividades, “el pensamiento ahoga la sed de saber, y la voluntad de saber aniquila la capacidad de pensar”. Quien sabe o cree saber se atrinchera en una seguridad que no admite el cuestionamiento propio del pensamiento. Pero, además, “en la fe, el espíritu del querer saber conquista el ámbito de lo que no puede saberse”, es decir, destruye “la capacidad de moverse y orientarse real y originariamente en el ámbito de lo que no puede saberse”.
Quien piensa no está condicionado por los objetos del querer saber, de ahí que el pensamiento es “la única actividad realmente ‘incondicionada’ y la fuente de la libertad”. Por ello el pensamiento no acepta la tiranía de la lógica, ni la autoridad de la fe.
Quien sabe o cree saber ya no se asombra y solo el asombro nos mueve a pensar.
Cuando se parte de lo que se sabe, hay ya un condicionamiento en el pensar. Por eso Nietzsche consideraba al pensamiento como creador, pero bajo una filosofía del martillo, dispuesta a romper el mármol que aprisiona a la estatua o los sepulcros que sotierran las resurrecciones.
Todo ello lo veo ahora con quienes quieren saber si hay que votar o no en la revocación de mandato. Buscan seguridad, fe, verdad revelada; no ciudadanía, porque no se trata de saber, sino de pensar. Quizás así, no sólo sabremos qué hacer, sino, además, descubramos aquello que aún no sabemos o deliberadamente se nos oculta del saber y del pensamiento.
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