PARRESHÍA

Voto quiero más que indiferencia

Voto quiero más que indiferencia

Foto Copyright: lfmopinion.com

¡Cómo no acompañar a Brozo!

Voy a tocar tres temas que muestran la locura de nuestros tiempos.

Terminas y te vas”, gritan multitudes al presidente de la República en 20 capitales del país.

El reclamo es precisamente lo que López Obrador busca en las urnas, pero no a su manera, ni bajo su juego. Estas multitudes no le han comprado su farsa, ni están dispuestas a una ratificación ensalivada. Su reclamo no es por revalidar, sino exigir el cumplimiento del mandato en las urnas del 2018 que protestó cumplir. Lo demás es inútil y ajeno.

En otras palabras: cállate; deja de estarse haciendo buey, cumple tu obligación y nos vemos en el 2024. No necesito ratificar nada. Acata, cumple y atente a las consecuencias. Parece ser el mensaje.

Todo empezó como un juego ante el brillo de su reflejo y nunca esperó que lo plateado se humeara en el espejo negro de Tezcatlipoca.

De ahí la desesperación en la otra vertiente de la locura. El gobierno y su partido chapoteando en la inmundicia que ellos mismos prohibieron y que, por años, reclamaron a los de antes. Con un agravante: sus desfiguros son para suplicar en una competencia sin adversario ni triunfo que vayan a votar para ¡revocarlos!

¿Constitución, Ley, INE, TEPJF, ciudadanía, sentido común, autoridad, vergüenza? “¡Al diablo con sus instituciones!”

“No estás solo” le gritan, aunque bien pudiera ser: “No estás loco".

Y así, urgidos de ratificarlo, abren su juego y muestran su desesperación:


Vota, por favor yo te lo pido;
vota sin medida ni clemencia,
voto quiero más que indiferencia,
porque el rencor duele menos que el olvido
”.


Los que gritan “terminas y te vas”, saben del caos que caería sobre México de entrar a una revocación sin destino; sin saber qué sigue. Los que juegan a la ratificación, saben ya de la profundidad y silencio del desprecio ciudadano. El ciudadano, quizás por primera vez, conoce el valor de su voto. López empieza a reconocer que ha perdido el toque y el encanto; está urgido de presencia en las urnas, pero ya no para solazarse en su ego enfermo, sino porque sin ciudadanos en las urnas no habría a quién acusar de fraude. No se puede robar lo que no existe: presencia y voluntad ciudadana.

No dudo que su perversidad le dé para inventar, como lo hizo en Tabasco en el 2000 con la causal de nulidad abstracta, el “fraude abstracto”, ése que nadie ve, ni se puede probar.

Cuál no será su desesperación, que anuló a su secretario de Gobernación cuando le correspondía llevar la interlocución con las oposiciones para sacar adelante sus tres reformas: eléctrica, militar y electoral. A ver quién le contesta el teléfono después de sus arengas placeras en Torreón y Hermosillo el sábado pasado.

Y aquí el segundo tema: ¿por qué ahora, por qué él? Una posibilidad es que López Obrador ya midió que no le salen los números y quiere romper el tablero antes de perder el juego. Incendiar el casino antes de quebrar. Estalló la interlocución antes de perder la votación en las reformas.

Siempre es más fácil culpar a otros de nuestras impotencias.

Un poder, además de incapaz de crear algo nuevo, destructivo. Un poder que pasó del génesis: antes de mí la nada; al apocalipsis: después de mí el diluvio.

Y aquí el tercer tema: se discute en la Cámara de Diputados nada más y nada menos a qué edad está en condiciones un niño(a) para decidir sobre un cambio en su sexualidad. Un tema digno de especialistas multidisciplinarios. La materia ameritaba una de las discusiones de mayor profundidad, seriedad y alcance que se pueda llegar a imaginar, por tratarse del futuro de nuestros menores, a cargo de nuestra responsabilidad como sociedad organizada en Estado.

Pues bien, en ese preciso momento: ¡el caballo de Troya! En un lance absurdo, propio de las legislaturas de este sexenio, la ofensa de llamarle "señor" a una diputada que llegó a la Cámara por el único mérito de ser transgénero. ¡Muy su derecho, su vida y curul! Pero los niños de México y su futuro valen por mucho más que la ofensa —indebida sin duda— a su persona (Quadri cayó en la trampa, ¡otra vez!). ¡Adiós los niños, adiós sus derechos, adiós la definición de a qué edad estarían listos para decidir con conocimiento de causa sobre su futuro sexual!

Y se impuso el silencio religioso: prohibido hablar de una persona transgénero, de sus derechos, de sus obligaciones, de su comportamiento. Prohibido tocarle con el pétalo de una rosa, así vaya de por medio el futuro de la niñez mexicana. Aquí no se viene a hacer leyes, ni argumentar razones; se viene a defender derechos de quienes ya los tienen y hasta con fuero. ¡Qué se pudran los niños!

Dos diputadas transgénero incendiaron la asamblea y una hasta tomó posesión de la presidencia de la Cámara de Diputados: ¡Al diablo con sus instituciones! Por supuesto, porque en ese momento no estaba en el sitial de la presidencia un miembro de su partido, sino un vicepresidente en funciones. Si eso le hacen al presidente del Congreso de la Unión, qué no harán a los pobres mortales que se crucen en su camino.

Aquí no hay más derechos que los nuestros, de los que nadie puede hablar y de los niños ¡mejor ni hablamos!, para qué: las víctimas en el monopolio del derecho de callar a todos los demás. La expulsión de todos de todos los espacios. ¡Quítense que ahí les voy!

Estos tres asuntos derraman una constante, a la que llamo el síndrome Gordillo: crear y alimentar tu propia CNTE para vivir de salvar al mundo de ella, aunque en la gresca nos vaya de por medio el país y los derechos de su niñez; si ya les quitamos el derecho a una educación y salud de calidad —y hasta las quimios— qué más nos da cuándo y cómo determinen sobre su vida entera.

Y mientras esto sucede, la pederastia —hasta de un diputado, por cierto—, la trata de menores y los embarazos de niñas y adolescentes en aumento. ¡Cómo no acompañar a Brozo!: “¿Voy a participar en una emboscada contra la democracia? (…) ¡Primero… voy y chingo mi madre!”.



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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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