Requiem para un amigo
Hoy hace un año murió un queridísimo amigo; hombre de tempestades, al que se adoraba u odiaba. Su vida jamás conoció términos medios. He aquí lo que entonces escribí para él. (Isla Cervera, Puerto Progreso, Yucatán) Y el cielo rompió en llanto. La mañana era soleada y calurosa. Desde temprana hora la gente empezó a llegar a la Casa del Pueblo. No obstante la muchedumbre, imperaba el silencio. El vacío colmaba los ánimos. Apenas en la madrugada se había tomado la decisión. No faltó quien criticara la premura alegando que poca gente acudiría.
La decisión, sin embargo, no había sido fácil. Sus instrucciones habían sido puntuales: "Que me entierren, no me quemen (incineren); que me velen en la casa con ataúd cerrado". Un día antes, miércoles 18 de agosto, había marcado a su celular. No contestó. Llamé a su oficina: "lo esperamos en cualquier momento". Luego supimos que en el preciso momento otra cosa se esperaba. Una ambulancia lo trasladaba a emergencias. La mañana lo despertó con un paro cardiaco. "Víctor, Víctor", alcanzó llamar a su hijo. Un rictus de dolor marcaba su voz. Minutos más tarde la sirena abría paso al destino.
En la ambulancia dio sus últimas instrucciones. Un soplo de vida lo acompañaba al llegar al hospital. Pronto también lo abandonó. Fue el último abandono que sufrió. Entonces estuvo completamente solo. Más tardó en morir que las leyendas que siempre lo acompañaron en dispararse hasta convertirlo en una.
Los priístas, con razón, pidieron llevarlo a la Casa del Pueblo, su casa. Víctor y Amira, su hermana, los únicos familiares que se encontraban al tiempo en Mérida, alegaron su última voluntad. Desde media tarde el hogar paterno era un hervidero de gente, las ofrendas florales que llegaban sin cesar eran amontonadas en el pórtico, la sala donde era velado apenas podía albergar, bien apretujadas, a diez personas. "Fue gente del pueblo y el pueblo quiere despedirse de él", alegaban amigos y políticos. Por la noche arribó Felipe, el otro hijo varón, y su esposa, quienes se hallaban fuera de la ciudad.
Doña Amira, la ya para entonces viuda, y la otra hija del matrimonio, Pilar, se encontraban en Europa y no habían sido localizadas. Cerca de las tres de la mañana se tomó la decisión. Sus restos serían llevados a la Casa del Pueblo para un póstumo homenaje priísta. Para las doce del día no cabía un alma en el auditorio. Los celulares empezaron a repiquetear: "Ya salieron", "Vienen en camino", "No tardan". No obstante la espera se alargó por más de media hora. Sentada al rayo del sol, al pie del busto de Carrillo Puerto, lloraba sin tregua ni consuelo. Entrada en carnes y años, pequeña cual maya, con dos bastones que la acompañaban a cada lado, ignoraba sol, calor y muchedumbre. Sola, entre sus lágrimas y sollozos, entre sus recuerdos, en su dolor. Adentro, en el auditorio, mujeres humildes en típico hipil y hombres con ropa de manta y guarache tradicional, en su mayoría entrados en años; jóvenes espigadas en pegados pantalones de mezclilla; sombreros de palma y gorras en hombres y jóvenes de apariencia campesina; guayaberas y camisas en los de aire urbano.
Caras famosas del ayer y del hoy mezclados en el silencio y en el sudor con Juan Pueblo; empresarios y damas de sociedad; locatarios de mercados y taxistas; burócratas arriesgando su trabajo y obreros; desempleados y empresarios quebrados, ambos hermanados por el cambio; profesionistas y secretarias; familias enteras e individuos solitarios, todos esperándolo con miradas acuosas y perdidas, con tristeza y añoranza; algunos con remordimientos, los más con gratos recuerdos. Sorprendía el gran número de jóvenes de ambos sexos y variadas franjas sociales, nadie pensaría que esperaban a un "Dinosaurio".
Afuera, frente a la entrada principal, la clase política priísta: diputados, senadores, presidentes municipales, ex colaboradores, cercanos y lejanos en tiempo y en afecto. Caras nuevas y viejas, cada una con su haber y su conciencia. Todos en algún momento recibieron: cargos, poder, consejo, oportunidad, favor, amistad y hasta protección. Algunos correspondieron, otros olvidaron; los hubo que -como San Pedro- negaron tres veces. No faltaron los Judas y los Pilatos. Entre tanto personaje, como en festín, la prensa -fauna tan parecida a la política en vicios como lejana en virtudes- hurgando cual chacal por la nota amarilla, la declaración peyorativa, la foto denigratoria, el escándalo nuestro de cada día. Aves de carroña "vomitan su bilis y lo llaman periódico".
No es de extrañar que él, siempre previsor, haya dispuesto ser velado con el féretro cerrado. Quienes días antes departían con el Gobernador, ese día, lanzaban a cuanta grabadora encontraban loas cerverianas. Quien nunca desaprovechó oportunidad para dolerse de la injerencia política de Don Víctor, tampoco lo hizo entonces para dolerse por el gran vacío que su muerte dejaba. Aquellos que le recriminaron su presencia en el PRI yucateco, rasgaron sus vestiduras por la orfandad en que ahora éste se hallaba. Mientras ella, sola, al frente de la plaza, al pie de Carrillo Puerto, ignorando a políticos, fotógrafos y reporteros, consumiendo para sí, en el anonimato, sin reflectores y entrevistas, lejos del bullicio mediático y la oportunidad política, sus lágrimas, sus penas, sus recuerdos. Cuando la carroza fúnebre entró al estacionamiento un aplauso cerrado lo recibió. El aplauso se prolongó durante los 15 minutos que tardó en recorrer por última vez el auditorio de la Casa del Pueblo.
La cargada no se hizo esperar, siempre inoportuna y abyecta. Entre codazos, puntapiés y pisotones entró por última vez a su casa. Fue entonces que el cielo se unió con cerrada y atípica lluvia a las lágrimas y aplausos que lo acompañaban en su casa, la del pueblo. Ráfagas de fresco viento cruzaron de lado a lado el abierto auditorio, como si el cielo escoltase a Don Víctor. Cuando finalmente el ataúd fue depositado para su iniciar las guardias la lluvia cesó tan violentamente como había dado inicio. Las guardias se sucedieron, primeros los políticos, luego las dirigencias, después las organizaciones, tras de ellos los representantes municipales. Hasta el final el dueño de la casa: el pueblo que, como tantas veces antes, se arremolinó en su torno, ahora en postrer adiós. Las escenas se sucedieron: ancianos, adultos y jóvenes; hombres y mujeres. Todos humildes, callados, dolidos.
Ojos inyectados de llanto, ensimismamientos, recuerdos. Sobre el féretro fueron depositando flores, adioses, besos. Doña Samuela, como el cielo minutos antes, rompió en llanto y abrazada al féretro depositó sobre él sus lágrimas y tristezas, sabedora que Don Víctor, aún muerto, la escuchaba y atendía. Bety Peralta, acompañada de su hija, ahogaba su llanto en una de las esquinas del auditorio. –"Bety, le llamó Don Víctor apenas el lunes anterior, háblale al peluquero para que me corte el pelo" –¿"Pero qué prisa tienes, si Amira llega hasta el viernes"? –"No, Bety, debo estar listo para el miércoles". Lo estuvo. "Se apagó en 14 días", me dijo Bety con los ojos llenos de dolor y de rabia. Simplemente se dejó morir, dejó de luchar‚ se apagó. Gaspar Quintal, físicamente tan parecido a Don Víctor cuando joven, guardaba hermético sus pensamientos. Juan Solís, a su lado, observaba como él, desde lejos y en silencio. Ambos compartieron con Don Víctor su última etapa. Supieron y compartieron el abandono progresivo de muchos, la amistad y lealtad de pocos.
Era la madrugada del lunes 17 de mayo, horas después de la elección. Gaspar contestó el teléfono de su recámara. –"Te espero en la oficina a las seis". Gaspar estaba por acostarse tras una larga y difícil jornada. Miró la cama, colgó el auricular y se dirigió a la regadera. La jornada no había terminado, jamás terminaban con Cervera. En la oficina hablaron de fallas, errores y traiciones. Cada cual con nombre e historia. Pero Don Víctor no era un hombre que se congelase en el pasado, esa misma mañana ya hacía planes para el futuro. Por lo pronto la lucha postelectoral. Después la reforma del PRI. Planes y estrategias llenaban la oficinita del "Bunker"; en algún momento Don Víctor se tocó el pecho y dijo: -"Me tengo que cuidar el corazón". Gaspar se sorprendió, pero Don Víctor cambió la conversación. A no pocos extrañó que en las últimas semanas de vida Don Víctor se dedicase a arreglar sus papeles. ¿Preparaba su partida, llenaba su tiempo, organizaba el porvenir?
La última vez que platiqué con él en persona, hablamos del juicio electoral, del libro, del PRI, de él, de sus planes. –"Me ofrecen que escriba en el periódico, otros me quieren haciendo comentarios políticos en la radio. Patricio me quiere tres metros bajo tierra. -Por lo pronto, la semana que entra empiezo a recorrer las comisarías. -Al PRI hay que reformarlo desde sus raíces o crear otra cosa. Como está ya no funciona". Quienes sostienen que él presintió su muerte son desmentidos por la agenda y planes que dejó sin cumplir. Todavía la noche anterior conversó ampliamente con Luis Hevia de acciones de mediano y largo plazo. A Juan Solís le encargó un trabajo urgente que revisarían el miércoles de su muerte. El prof. Jorge Flores, fiel a su discreción, guarda sepulcral silencio sobre sus últimos días. En mi caso, me urgía constantemente le llevara los avances del libro y una estrategia para el Consejo de la Judicatura. Se equivocan quienes creen que a Don Víctor lo mató el robo de la elección de mayo de 2004. A diferencia de esos políticos de ahora, que cuando fracasan en una Secretaría les dan otra, la carrera de Don Víctor fue una lucha a contrapelo. Presidentes, Gobernadores, Alcaldes, líderes agrarios, rectores, por mencionar sólo algunos, estuvieron siempre en su contra. Él tuvo que pelear palmo a palmo cada paso de su camino. A Echeverría le aventó sobre el escritorio presidencial su credencial de Diputado un día que le llamó por reclamos del Gobernador Loret de Mola.
Muchas veces tropezó, muchas otras no alcanzó lo que esperaba, conoció la cárcel y la ira presidencial, supo de las inquinas de gobernadores y compañeros de partido, muchas veces fue sacrificado por el Partido. Pero ello jamás lo deprimió, antes bien parecía que los problemas le inyectaran fuerzas y determinación. Sabía pues el sabor de la derrota, por eso siempre fue magnánimo en el triunfo. Dos días después de la elección en Mérida, López Dóriga le preguntó: -"¿A qué sabe la derrota Don Víctor? –"Don Joaquín, contestó, un hombre como yo puede ser destruido, jamás derrotado. No conozco la derrota todavía".
Y era cierto, a Don Víctor no lo mató el robo de la elección y la prostitución del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, no, lo mató el abandono. Cuando decidió levantarse de nuevo y luchar, sólo unos cuantos quedaban a su lado. Al igual que para Nabokov, en Don Víctor la muerte no fue otra cosa que "una reunión más completa de los infinitos fragmentos de la soledad". Finalmente, el viernes por la noche arribaron a Mérida Doña Amira y su hija Pilar. La mañana siguiente fue enterrado. Un camión de mudanzas fue alquilado para transportar al campo santo las ofrendas florales llevadas a su casa. Al llenarse, fueron necesarias tres pick up más para transportarlas en su totalidad.
El cortejo fúnebre alcanzó tres kilómetros de largo. A su paso la gente salió a despedirse de él. Unos se descubrían la cabeza, otros aplaudían, los más simplemente atestiguaban su partida. Todos los taxistas de Mérida hicieron guardia sobre la Calzada Itzaes. Desde temprano en el cementerio la gente empezó a reunirse. Todas las clases sociales se dieron cita y confundieron en un postrer adiós. Los cantos surgieron espontáneos y se sucedieron sin tregua. Finalmente llegó. Con él un vacío que se atragantaba como arena y quemaba los ojos. Sus restos fueron depositados. Esposa e hijos flanquearon la fosa. Los cánticos y porras se prolongaron por más de 45 minutos.
Al final se cantó el Himno Nacional. Cinco horas después todavía había gente que se rehusaba a dejarlo solo.
Don Víctor había entrado a la historia.
Descanse en paz Víctor Cervera Pacheco.