Un grito en el desierto
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La tarde helada me obligó a guardar cama. En mi libreta escribí tu nombre. Ya sabes, he sido monotemático los últimos años. Es difícil moverme con este dolor en la espalda, pero he aprendido varios trucos de los terapeutas: primero, tienes que creer en aliviarte; segundo, siempre es útil tener un paño delgado a la mano, siempre mojado, frío y calor. Tercero, sirven los analgésicos, aunque deshagan el estómago. Y, finalmente, mañana será un mejor día: habrá sol, ella vendrá a preguntar, tal vez deje un beso a tu alcance, oirás a Malher, escribirás su nombre.
Me emocioné al oír su voz, aunque lejana, me convencí de que aún contaba para los dos lo nuestro. Lo inacabado. Es el compromiso, digo en voz baja cuando no escuchas. ¡Qué importa! En tanto yo lo sienta estarás conmigo.
Al tercer día el dolor era tan intenso que materialmente quise acabar con todo de una buena vez. Hice un gran esfuerzo por levantarme y recibirte como debe de ser: bien oloroso, con mi pijama de seda, medio rasurado y una flor escondida que te di, en el momento exacto, como un acto de mágica prestidigitación, cuando menos lo esperabas.
La vitalidad que se escapaba regresó como un milagro. Te vi sonreír. Es cierto, solo el que carga el saco sabe lo que pesa. La verdad es que, aunque el tiempo se escapa, no se irá como agua entre los dedos, sino en mis caricias en tu cuerpo.
Sentí desesperación y agonía y en uno de esos lentos estertores, desperté de un salto. Ahí a mi lado, desnuda, con el cabello sobre la cara, con un poco de baba en la boca soñabas en tu libertad, como lo platicamos tantas, tantas veces, en medio del dolor y el sufrimiento. Cuando el primero se vaya libera al otro del posible hartazgo, de la rutina, de la ignominia de hacer las cosas por necesidad, por costumbre, por tu religión que tanto admiré al principio, por carencia.
Sentí la consabida humillación por no haber sabido quererte más. Desperdicié fuerza y conocimientos experimentando otros deliciosos manjares, pero ¿acaso era yo culpable de mi glotonería? ¿De mi afición por las frutas de sabores distintos y formas morbosas y truculentas?
Ahora a mi lado está la bruja shakespeariana. Es un laúd el que se oye. Te quise morder para ver si eras real y te esfumaste con la mañana. O tal vez soy yo el que ya no es.
Escucho tu voz, estás liberada. Todo he sido para ti.
Me despertaste con un beso, como más me gusta.
El café está caliente y me lleno de su aroma. Son estas las cosas que valen la pena, un amor a quien en secreto se ama, otro amor que es el mismo que te levanta porque tienes que trabajar y traer lo que hace falta, en el cuento de nunca acabar. Regresar siempre a besarte detrás de la oreja y ahí empezar.
Hoy rompí las reglas no escritas y te atraje hacia mi, nos amamos con impaciencia sabiendo que mi tiempo ya había acabado y que tu, una vez liberada pudieras volver a escoger otro camino. O dejarme solo, como hace años, cuando me perdonaste la vida.
Por favor regresa, aunque no me reconozcas más. Estaremos juntos en la playa, como cuando te conocí, desnuda entre las olas. Cubierta de espuma y deseo. Cuando fueron los primeros escarceos de nuestra catedral.
Poco a poco fui perdiendo la conciencia. Todo lo demás lo relataron los noticieros: famoso detective enloquecido, amante de la ópera y cellista aficionado fue internado ayer en el manicomio. Lo último que oí, fue una televisión prendida donde se arrebataban la palabra para contar que los rusos invadieron y que la suerte de millones estaba en riesgo.
Yo aquí hecho un ovillo en un grito de dolor. ¿A quién diablos le importo yo, si viene otra vez la guerra? ¿Y qué será de ti? Tan desprotegida, tan bella. En estos tiempos en que la belleza es peligrosa bien se sabe, se las roban, las secuestran, las casan con viejos, las embarazan niñas y adolescentes, ¡habrá que cuidarte mucho!
Escucho tu voz, estás liberada. Todo he sido para ti.
La vitalidad que se escapaba regresó como un milagro o dos. Te vi sonreír. Es cierto, solo el que carga el saco sabe lo que pesa.
Sentí desesperación y agonía y en uno de esos lentos estertores, desperté de un salto.
Escucho tu voz. Fueron los primeros escarceos de nuestra catedral.
Alrededor de las tres de la mañana de mi día de descanso recibí una llamada persistente. Deslice la pantalla para contestar medio dormido y atolondrado después de reconocer el número telefónico de comunicación entrante.
_ ¿Sí?
_ T. te necesito
_ ¿Dónde estás?
El lago de Miramar es un cuerpo uniforme de agua dulce. De este a oeste corre normalmente el viento y los patos y las carpas comparten la laguna. Apenas hace frío en la madrugada. De vez en cuando se agitan tratando de eludir a las águilas que sin remedio los apresan entre sus poderosas garras, elevando el vuelo al instante, después de hundirse apenas, completando el ciclo natural de eficientes y notables cazadoras.
El Calavera se estira y maulla. Ya sabe que estará solo otra vez, quién sabe por cuánto tiempo. Aunque ahora ya recuperó peso desde su última estancia obligada en chirriona y ha desarrollado prácticas de sobrevivencia y trampas para atrapar ratones y musarañas, tiene su pertenencia bien acendrada y extraña. Dicen bien que los gatos se parecen a sus amos. ¿Y los amos a sus gatos?
Aprendió a refugiarse bajo la vieja mesa de billar que, abandonada al fondo del patio, ya sin fieltro, se deteriora a diario y es, sin embargo, un refugio adecuado contra depredadores, aunque tiene el mérito de haber sido el campo de victorias y fuente de ganancias cuando el joven Perrin, estudió geometría en el entonces cuidado tapete verde.
Cogió la envejecida gabardina de Burberry’s y echó antes de salir apresurado una mirada a la canasta de correspondencia con una veintena de cartas nunca enviadas para la misma destinataria. Ninguna contenía la dirección de envío. Una colección de poesía no recitada, de deseos no cumplidos. Bésame, dime cuánto deseas, que tu voz también la quiero. Su vida tenía esa cuidadosa resolución: la certeza de decirlo sólo cuando fuera tiempo, como si no cambiaran o envejecieran nunca las circunstancias y permanecieran siempre a la mano oportunas y discretas. Como si quisiera posponer el momento de placer y así nunca agotarlo.
T Perrin echó a andar el motor del MG TF 1500 color verde obscuro, convertible que recibió de herencia. Se calzó los guantes y avanzó despacio sintiendo el estremecimiento natural de su encuentro cotidiano con lo desconocido. Su vida nunca ha sido predecible, nunca hubiera aceptado un cómodo horario de 9 a 5. Y, sin embargo, supongo que a veces se extraña la conocida rutina. Ningún sobresalto, más allá de las cotidianas discusiones intrascendentes entre amigos y conocidos. Los insolentes jefes.
Y para algunos, los afortunados, cursos modernos de superación personal, de mejores relaciones y técnicas sexuales, clases de yoga y besos bien dados para alargar el placer. Caricias y palabras juntas.
En esto está. La ve desnuda en su memoria.
Llega rápidamente al castillo, el de los dos. Ella llora hecha un ovillo. Más bella y deslumbrante que nunca.
Al fondo la cadavérica figura del afortunado infortunado joven seleccionado.
Ella es así, tiene gustos sofisticados. Ama y… mata.
T Perrin la envuelve en su envejecida Burberry color crema. Se ahoga un grito.
Hace tanto tiempo que ya no siento tu aliento, que ya no existimos juntos. Ahora soy sólo tu sombra en el desierto.
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