La hormiga
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Una hormiga subió a la página que Nina iluminaba con su pequeña lámpara de mano. Estaba segura de que era la misma hormiga que se le aparecía siempre en diferentes lugares del departamento de su papá, como si esperara pacientemente a su regreso cada quince días.
Nina sentía siempre ganas de quedarse, pero no se había atrevido, hasta hacía poco, a decírselo a su mamá. Temía herirla. Los quería igual, simplemente ahí se sentía más acompañada, sobre todo por aquella hormiga que de alguna extraña manera se las ingeniaba para estar presente.
—¡Nina, corre, ven! —gritó su padre.
Nina se paró de inmediato y corrió hacia el despacho.
—¿Sabes? Hoy es el día del que platicamos, te van a hacer muchas preguntas, quizás no te gusten, pero debes prepararte para contestar lo que quieres.
—Sé lo que quiero -respondió.
Ese día era su cumpleaños, aunque nadie parecía recordarlo. Ni su papá ni su mamá.
—No tarda tu mamá, ve a recoger tus cosas— agregó su padre al tiempo que tocaba la bolsa de su camisa en busca de la cajetilla?. Te vas a quedar con ella un tiempo, mientras termina todo esto.
Nina fue al cuarto a hacer lo que le pidió su padre. Mientras guardaba sus cosas, buscó con la vista a la hormiga. No pudo encontrarla. Sonó el timbre. Sin dejar de abrazar su pequeña maleta tipo baúl, Nina salió del cuarto y subió al coche en la parte trasera. Con la derecha apretaba la antigua llave del maletín, que era del mismo tamaño de su mano. Amaba esa maleta: se la había heredado su abuela, que a su vez la heredó de su madre. Fue el último regalo que le dio, precisamente en el cumpleaños anterior. Nina rompió a llorar. Sus padres se miraron, pero no dijeron nada.
Cuando el coche se detuvo frente al juzgado de lo familiar, Nina seguía llorando. Sin embargo, súbitamente dejó de hacerlo: una hormiga salía del ojo de la cerradura de la maleta de su abuelita.
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