PARRESHÍA

El fin de los partidos políticos

El fin de los partidos políticos
Los más ofuscados foxistas (¿hay de otros?) sostienen ilusamente que el pasado 2 de julio su epónimo héroe derrotó al PRI en una guerra del bien contra el mal. Se equivocan.

Los más ofuscados foxistas (¿hay de otros?) sostienen ilusamente que el pasado 2 de julio su epónimo héroe derrotó al PRI en una guerra del bien contra el mal. Se equivocan. Así como no hay guerra zapatista más que en los mensajes de Fox y Marcos (aunque entre los dos bien pueden generar una que dé contenido a sus ansias de paz), tampoco en el 2000 libramos una lucha entre la luz y las tinieblas. Hubo, sí, un proceso electoral del que se derivan responsabilidades públicas de cara al pueblo y la historia; nada más.

Ni nació un nuevo México, ni se perdió de un borrón la historia patria. Entre paréntesis, Señor Presidente, Usted afirma reiteradamente que los mexicanos estamos por construir una gran Nación. Se equivoca. México es una gran Nación. Afirmar lo contrario, no sólo acusa ignorancia histórica, sino soberbia, la peor compañera del servidor público. Más volvamos al tema.

El pasado 2 de julio Fox no venció al PRI, y no crean que se me pegó lo ofuscado, no, lo que pasa es que el 2 de julio Fox triunfó sobre el sistema de partidos en su conjunto y sobre cada uno de los partidos en particular. Por supuesto, el gran perdedor fue el PRI, quien no sólo perdió el poder, sino que en la batahola extravió brújula, memoria y sensatez, pero antes del 2 de julio los panistas perdieron al PAN: se lo tragó Fox sin masticarlo y al hacerlo se engulló ideología, pasado, cuadros y futuro.

Refugiados en el Congreso, algunos sobrevivientes del panismo histórico resisten la ignominia, la ridiculización y la fobia foxista. La crisis del PRD es congénita, pero ello no obsta para que también sufriera el pasado julio un penoso entierro. De los demás emblemas y negocios familiares y personales no vale la pena ni gastar tinta. El problema es que ninguno de los partidos políticos nacionales han acusado conciencia de su fallecimiento.

Todos, algunos con más pudor que otros, actúan como si nada hubiese pasado, como si los códigos del pasado régimen siguieran operando y el sistema de partidos estuviese en su mejor momento. Otros, añorando el pasado, apuestan a la reconstrucción de lo ido. Todos andan cual alma en pena y sólo dan idem.

Requerimos construir un nuevo sistema de partidos y, en él, nuevos referentes partidistas. En esto no caben Cids Campeadores que ganen batallas muertas. Para Fox y su gobierno los partidos no son actores políticos a considerar, ni interlocutores indispensables. Los partidos no están en su agenda, preocupación y estrategia.

Es más, su apuesta es terminarlos por desacreditar como actores políticos. ¿Alguien sabe de alguna mesa donde el nuevo gobierno discuta con los partidos la reforma del Estado, la Constitucional, la Fiscal o la Eléctrica? ¿Alguien conoce tan siquiera un acuse de recibo de los extrañamientos hechos por el Congreso al Ejecutivo?

Y no hay que ir muy lejos por la explicación. Recordemos 1994, cuando los entonces ciudadanizados sanangelinos y los consejeros ciudadanos asociados comandaban los embates contra los partidos a favor de la sociedad civil y las candidaturas independientes.

Ésos que entonces agraviaban a los partidos, se montaron sobre ellos para llegar seis años después al poder y como el alacrán del cuento al llegar a la otra orilla del río clavaron su venenoso aguijón en el confiado transportista (si no, preguntar al dueño del PVEM y su relación con Aguilar Zinser o, de perdis, al PAN sobre Fox y Creel).

Fox va a gobernar con la televisión, unos cuantos empresarios y las transnacionales. No necesita partidos, ni Congresos. Al tiempo.

Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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