La efigie

Por Luis Farias Mackey Jun 22, 2022

Foto Copyright: INAH

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El pastor conduce al rebaño en el remolino de su ombligo.

Cuál buen salvaje poblamos el paisaje de nuestro extravío.

Extirpado de entusiasmo el espíritu vaga sin destino con ciega esperanza.

Nos han robado el fuego divino. Sin aliento el vacío de voluntad se abisma en derrota definitiva.

El pastor conduce al rebaño en el remolino de su ombligo.

Con tenacidad faraónica de momia detiene el devenir en un decorado eterno: tramoya condenada a inamovible perspectiva. Por eso todo debe construirse en “los tiempos” del director de escena, no en el tiempo. Por ello las inauguraciones sin piedad de las obras; porque no son ellas las que se erigen, sino la efigie: una representación que se sueña eterna.

Cuál buen salvaje, nos perdemos en entre decorados y escenarios; en los “otros datos” de oscuros laberintos.

¡Bienvenidos a la 4T!

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Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.