PARRESHÍA

Marchar

Marchar

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Arrebatar al ciudadano su acceso al espacio público, ámbito donde puede mostrarse, ver y ser visto, oír y ser oído; lugar para el discurso y la acción entre los demás.

Lo privado y lo público eran en la antigüedad griega dos mundos distintos. En lo privado, el padre de familia ejercía sobre su mujer, prole y esclavos un dominio absoluto, despótico. Era padre, señor y amo; dominus, le llamaron los romanos. En lo público, esa misma persona era un igual más entre sus pares, con los que tenía que ponerse de acuerdo para gobernar su ciudad. Con la caída del mundo griego esa distinción se perdió y llegó a lo público el “dominio” despótico propio del padre de familia, del mundo privado de los no iguales; un mundo de amo y esclavos y menores, donde la familia estaba “organizada como monarquía” (Mommsen).

Calígula, en vez de César, prefirió ser llamado dominus, título que Augusto y Tiberio rechazaron como maldición e injuria, precisamente porque implicaba un despotismo desconocido en el espacio de lo público.

La diferencia es que en lo privado priva el interés propio del dominus (amo), en tanto que en lo público lo que prevalece es aquello que media (inter—es) en lo plural.

Esta diferencia es hoy trascendental porque desde lo público se pretende gobernar como privado (amo) y privatizar lo público. Cuando ante una marcha de reclamo ciudadano, el gobierno contesta organizando otra marcha, se acredita así lo que Platón sostiene del tirano, cuya principal característica es arrebatar al ciudadano su acceso al espacio público —la calle y el mercado, el Ágora—, ámbito donde puede mostrarse, ver y ser visto, oír y ser oído; lugar para el discurso y la acción entre los demás. Por eso el tirano prohíbe hablar en público y ocupa para él todo espacio de audición pública, reduciendo a los ciudadanos al espacio privado y aislado de sus hogares. En una tiranía solo uno puede mostrarse y la arena pública es monopolizada exclusivamente por él. Por eso el confinamiento de la pandemia fue festejado por López Obrador como “anillo al dedo”.

Veamos con atención la convocatoria de “su” marcha. Una marcha para marchar, no para participar en igualdad de condiciones. El 27 se marchará atrás de él, no con él. Se marchará para él, no por un interés público; se marchará para conmemorar su triunfo, no para exigirle resultados. Se marchará cual rebaño detrás del pastor, no como ciudadano libre expresando en igualdad un parecer plural sobre la cosa pública. Se marchará en la polarización propia del rencor y el resentimiento, no en la búsqueda de soluciones mejores para todos. Se marchará en egolatría, simulación de política y distracción mediática. Se marchará en una competencia absurda de capacidades de movilización y ruido, desconociendo lo profundo que suele ser la expresión ciudadana cuando es verdadera.

Por eso a López Obrador le perturba que el ciudadano abandone el ámbito privado al que quiere reducirlo cual súbdito o esclavo, y tome las calles y las colme y se haga presente, y discurse y actúe en la libertad y pluralidad. Le espanta que los muchos se reconozcan en una pluralidad común. Porque para él, el único autorizado y capaz para hacerse cargo de los asuntos públicos es el mismo. Su voz no acepta interlocutor. En su mundo no hay lugar para el otro igual, solo caben hijos menores de edad, esclavos y súbditos. No me gusta meterme con la vida privada de los demás, pero en este caso hago una excepción, rindiendo cumplidas disculpas adelantadas: en su persona, al momento que su hijo menor estuvo en condiciones de hacerle frente por cuestiones de adolescencia, en lugar de atender sus problemas lo desterró, es decir, lo dejó sin espacio para manifestarse, para ser visto y para ser oído. Finalmente, el propio Platón decía que el tirano, incluso cuando actuaba en interés de sus “súbditos” no dejaba de serlo, porque ocupa un espacio y una escala que no le corresponden.

La desubicación de López Obrador es, como lo dijimos hace ya muchos años, solo equiparable a la de Santa Anna, que renunciaba al gobierno que encabezaba para levantarse en su propia contra. Así, en respuesta al pueblo que en su contra marcha, en lugar de atender sus reclamos, organiza una marcha a su persona. El problema es que no puede acreditar para qué ni por qué marcha. La respuesta es la de todo movimiento, por marchar, que si se detiene deja de ser, porque es solo eso: movimiento sin origen, rumbo ni destino.

El domingo 27 no habré de marchar.


PS. — Después de esto seguirá otro plantón en Reforma de aquí a diciembre del 2024. Al tiempo.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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