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A la Jefa de Gobierno la persigue el fantasma de la tragedia que la pone en predicamento cada vez que la desgracia se vuelve noticia nacional y empaña aún más su triste papel de gobernante.

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La jefa de Gobierno de la Ciudad de México lleva en sus hombros el costo de ser una comparsa del inquilino de Palacio desde que asumió el cargo. Para ella lo importante es obedecer, complacer y repetir el discurso de su jefe.

Para estar en el ánimo de su jefe y no irritarlo, es mejor, obedecer y aceptar sus propuestas “indecorosas” —léase, hacerse cargo de la construcción y secrecía del segundo piso, en su administración de la Ciudad de México— y perder identidad, en otras palabras, ser una simple efigie a sus ojos, que le permita estar en su círculo de confianza, no hacerlo es estar fuera de las mieles del poder.

Con esa lectura, Claudia Sheinbaum ha guardo el decoro en el archivo de su casa y ha preferido ser comparsa para disfrutar de los dividendos políticos que le otorga su jefe.

Con ese manto protector, ha sido Secretaria del Medio Ambiente en el gobierno capitalino, Jefa Delegacional en Tlalpan y Jefa de Gobierno de la Ciudad de México y aspirante a corcholata para sucederlo.

Como funcionaria se ha dado a notar más por hechos trágicos que por festinar sus políticas públicas.

A la Jefa de Gobierno la persigue el fantasma de la tragedia que la pone en predicamento cada vez que la desgracia se vuelve noticia nacional y empaña aún más su triste papel de gobernante de la Ciudad de México.

La “maldición” se ha convertido en su propia pesadilla en los últimos años; desde el 2021 a la fecha; ergo, las tragedias del Metro, que han exhibido su “incompetencia” ante la población, por más esfuerzos por aventar la responsabilidad de la tragedia a los conservadores y a los grupos interesados en descarrilarla para el 2024.

Su estrategia de Imagen ha sido “victimizarse” ante su jefe y el pueblo sabio, así como frente a la mirada acuciosa de los aspirantes a medieros que utilizan el servicio del Metro de manera cotidiana.

Pero, también ser “comparsa” tiene sus beneficios en momentos de crisis, al tener el respaldo de su jefe frente a la adversidad y tener la tranquilidad de que su mentor la defenderá ante los hipócritas que basan su censura en pura politiquería.

Con ese manto protector, Claudia Sheinbaum se ha manejado a lo largo de su gestión sin que se avergüence por su falta de atención a los problemas frecuentes de la Ciudad.

Su jefe no ha escatimado ningún recurso para desviar la atención de la tragedia, desde poner su palabra hasta su pecho por salvar la Imagen de su “hermana”.

La acción más estridente, sin duda, es otorgarle a la Jefa de Gobierno seis mil elementos de la Guardia Nacional para resguardar el Metro de eventos atípicos que pongan la nota roja en el servicio.

A pesar de esas políticas públicas espectaculares, la tragedia se ha convertido en el mejor acompañante del Metro en perjuicio de los usuarios y los propios hechos descalifican la grandiosa idea de vigilar el Metro bajo la responsabilidad de la Guardia Nacional.

Sería muy sano que la Jefa de Gobierno escuche otras voces más sensatas que le ayuden a salir de este tobogán de crisis, para entender que el problema del Metro no es un problema de “terrorismo”, es un problema añejo de carácter técnico: mantenimiento.

Vivir en el error, es vivir con el fantasma de la tragedia, en tiempos sucesorios, es un suicidio político.

Al tiempo.

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Gerardo Conde

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