PARRESHÍA

Sentido y hogar de futuro

Sentido y hogar de futuro

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No bastará la mujer o el hombre idealizado como salvador(a), ni el mejor de los proyectos de Nación; necesario, antes, es rezurcir todos los desgarres en el tejido nacional de las últimas décadas y recuperar de su descrédito lo político.

La preocupación por el futuro de México siempre ha sido azarosa y ha estado presente en todas las generaciones de su haber, no obstante, en las que coincidimos en estos aciagos momentos reviste un carácter de emergencia terminal. Ni el más entusiasta y ciego de los creyentes en la 4T puede abstraerse de los truenos que anuncian la tormenta. Y nadie en su sano juicio puede esperar en las actuales circunstancias patrias un futuro despejado de riesgos y pesares. A veces pienso que quienes se sueñan sucediendo a López Obrador viven totalmente desconectados de la realidad; de otra suerte, su sueño sería una pesadilla digna de la sinrazón.

Ahora bien, en el ámbito de penetrar el futuro, en Méxicolectivo ya estamos trabajando en la organización de lo que serán nuestros Encuentros Colectivos Estatales, en la plataforma digital donde ya recibimos y procesamos opiniones y propuestas, y en mesas temáticas para discutir, entre quienes sufren el problema y quienes lo estudian y tratan, los temas sustantivos del acontecer nacional. Nos mueve llegar a junio a un Encuentro Colectivo Nacional de amplio espectro con una Nueva Visión de País. Estamos ciertos que muchos otros esfuerzos similares acompasan nuestro andar. En México palpita más fuerte que nunca un ansia compartida de futuro.

Los temas son muchos y su densidad profunda, hay, sin embargo, uno que a mí en lo personal me preocupa con especial insistencia. Nada podremos lograr en seguridad, educación, salud, justicia, gobernanza, finanzas públicas, productividad, medio ambiente y ciencia y tecnología, por mencionar sólo algunos rubros, si antes no resolvemos Lo Político.

Permítame ponerlo de la siguiente manera: sólo podemos salvar a México con México. No podemos cambiarlo por otro, sino cambiarlo a él desde él. No es, pues, un problema de simple sueño o iluminación, de personalidades epónimas, ni de teorías aprendidas y copiadas, tampoco de simple voluntarismo. Es un problema de realidad y político, de todos.

Para cambiar a México es menester primero curarlo. México urge de una catarsis profunda. Para los antiguos griegos la catarsis era una “purificación ritual de personas o cosas afectadas de alguna impureza”.

Pues bien, México, ¡nosotros!, debemos purificar nuestras personas y nuestras relaciones. Empecemos por reconocer que curar a México es curar a todos sin distinción. Hoy estamos cruzados de abismos e inundados de muros; la divisa es el desencuentro, hay hoy en nosotros más odio, rencor y resentimiento que hambre de concordia y entendimiento. ¿Cómo curarnos si no podemos ni vernos?

Quien gane el 24, si es que hay elecciones; o quien por cualquier otro arte ocupe los espacios de poder, se enfrentará a un México “destazado” y su reto será creer que gobierna una unidad de acción efectiva cuando sólo administra retazos de tejidos en descomposición acelerada y convive en magras circunstancias con fuerzas reales de poder ajenas a la vida estatal e institucionalizada de la sociedad, o bien hacerse cargo de un esfuerzo monumental de largo aliento para reconstituir las costuras de la patria.

Curar a México no es sólo darle visión de futuro, estructura programática y respiración de boca a boca a sus instituciones, ¡si es que queda alguna! Curar a México es cerrar las heridas entre nosotros, reconstituir un nosotros, darle a México un nuevo perfil en donde todos tengamos lugar con dignidad, respeto y entusiasmo, donde nos podamos reencontrar en nuestra pluralidad sin matarnos. La seguridad, la salud, la educación, el empleo, las condiciones de vida digna siempre son de alguien, no son en sí mismas un algo. De nada nos servirá discutir sobre ellas y diseñarlas en su futuro si antes no salvamos a ese alguien por las que obtienen sentido: el “mexicano”. El mexicano, no como una individualidad, sino como un concepto que nos hace ser lo que somos a cada uno y a todos en conjunto.

Parafraseando a Hegel: el concepto “mexicano” “no renuncia a su universalidad ni la pierde en la objetividad dispersa, sino que hace manifiesta esa unidad suya gracias, justamente, a la realidad y en ella. Pues su concepto propio consiste en preservar en lo distinto a sí la unidad consigo mismo”: sólo soy verdadera y profundamente mexicano siendo con todos los mexicanos que no son yo y siendo yo mismo con y entre ellos. Negar y denigrar a cualquier mexicano por ser diferente a mí, por pensar diverso a mí, por ver distinto a mí, no lo niega ni denigra a él, me niega y denigra a mí y… a todos. Estamos indisoluble y gloriosamente atados. ¡Todos!

En otras palabras, no bastará la mujer o el hombre idealizado como salvador(a), ni el mejor de los proyectos de Nación; necesario, antes, es rezurcir todos los desgarres en el tejido nacional de las últimas décadas y recuperar de su descrédito lo político.

El domingo 26 pasado observamos dos Plazas de la Constitución: una abierta y ciudadana, llena de Constitución y política; otra amurallada, abstraída del palpitar nacional, silenciosa, antipolítica, opaca y apocada, ensimismada, enojada y enfrentada a la Carta Magna y sus instituciones. Menester es quitar entre nosotros cualquier muro y abismo, cualquier desconfianza, cualquier recelo, cualquier ofensa, cualquier espina.

Por eso en Méxicolectivo hablamos de un espacio y tiempo ciudadanos, una especie de Ginebra nacional, ámbito de neutralidad para el reencuentro y sanación de las heridas, pero también una soberanía sobre nuestro tiempo. El espacio y tiempo públicos han sido por décadas ocupados por partidos, “políticos a sueldo”, gobierno y medios. Empecemos por construir un espacio y tiempo ciudadanos sin tutelas, y en él nuestra conversación y reciproca sanación. Curémonos mutuamente nuestras heridas, seamos Príamo abrazándose a las piernas de Aquiles en perdón de la muerte de su hijo; démosle al desencuentro de hoy sentido y hogar de futuro.

México no sólo lo vale, lo necesita, a riesgo de matar hoy nuestro mañana.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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