Epifanías

El algoritmo

El algoritmo

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En esta dictadura del uno no hay violencia ni coacción, hay lo que hay: lo habitual, lo cotidiano, el paisaje; la obviedad, donde el poder es de nadie.

El algoritmo. — Nuestra obviedad es una “cotidianeidad” machacona y enfadosa llamada mañanera que repite ad nauseam los mismos argumentos y adjetivos sin que logremos encauzarla en una perspectiva sociológica y teoría del hábito que Heidegger llamaría “comprensión promediada” e “interpretación pública”; esa percepción del acontecer que acríticamente calificamos de “normal”, esa visión uniformada y aceptación dada que domina “toda interpretación del mundo y de la existencia”, y que resulta que siempre “sigue teniendo razón en todo”.

La cotidianeidad y su hábito le otorgan una “continuidad de sentido” a algo que, en sí mismo, posiblemente jamás lo tuvo, ni lo tiene, ni lo tendrá. Horizonte que contrafactualmente opera la percepción de los hechos y de las acciones bajo una única interpretación y ninguna otra posible.

Surge así en el sujeto receptor la posibilidad de un comportamiento promediable y, en los hechos, un “comportamiento promediado”. A ese sujeto Heidegger le llama el “uno impersonal”, uno que “ve, actúa y juzga tal y como se ve, se actúa y se juzga” promediadamente. “El uno, dice, que no es nadie determinado y que son todos —aunque no como una suma— prescribe el modo de ser de la cotidianeidad”. La interpretación pública de la realidad deja de ser plural, los individuos quedan exceptuados de leerla y comprenderla, dan por buena una interpretación uniforme y previamente dada, y se someten y reproducen su dominio sobre ellos. “Uno mismo forma parte de los otros y consolida el poder de ellos. ‘Los otros’, a quienes se los llama así para ocultar que uno mismo está incardinado esencialmente en ellos, son aquellos que en la convivencia cotidiana ‘están ahí’ en primer lugar y la mayoría de las veces. El ‘quién’ no es este ni aquel, no es uno mismo ni algunos ni la suma de todos. El ‘quién’ es el neutro, el uno”, dice Heidegger.

En esta dictadura del uno no hay violencia ni coacción, hay lo que hay: lo habitual, lo cotidiano, el paisaje; la obviedad, donde el poder es de nadie. En esta dictadura difusa siempre hay villanos y culpables, pero nunca responsables; sabemos quién nos la hizo, pero no quién responda de corregirlo. Pero también en la dictadura del uno impersonal hay mucho de comodidad y más de cobardía, el sujeto no tiene porqué aparecer, hacerse ver y hacerse oír, tomar definición y sustentar una postura, sólo tiene que fluir, dejarse llevar, seguir lo promediado sin responsabilidad alguna, diluirse.

El “uno” neutro, es uno con todos, pero en soledad, no media entre él y el otro más relación que el mismo comportamiento promediado; no existen lazos comunitarios ni se comparten objetivos: “Todo el mundo es el ‘uno' impersonal” (Han) e incomunicado. El algoritmo.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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