PARRESHÍA

Perseverar

Perseverar

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Cuando se inmersa una nueva idea en la sociedad es como la gota de tinta en el agua; puede difundirse (difuminarse), o autoafirmarse al contacto con lo distinto.

Si dejamos caer una gota de tinta en un recipiente de agua, la tinta lentamente se difunde (se extiende, se esparce, se propaga físicamente) hasta formar un líquido grisáceo. Si el recipiente es lo suficientemente grande pronto la diferencia de color deja de ser perceptible a la vista.

Contrario a lo inorgánico, entre los seres vivos el contacto con lo distinto “no es, como el caso de un proceso químico —según Hegel—, un producto neutro en el que se ha suprimido la autonomía de ambas partes (…), sino que lo que vive evidencia extenderse por lo distinto a él, sin que esto sea capaz de resistir su poder”. Nietzsche lo explica con la teoría de las fuerzas. Para él, el mundo no se rige por el principio de causalidad, ya que la relación causa—efecto es determinista, los efectos quedan indefectiblemente determinados por las causas. Y si bien toda voluntad produce efectos, no lo hace mecánicamente sino en una dialéctica de fuerzas, donde una fuerza quiere poder más que las demás, se impone y manda desde un sentido de superioridad de fuerza. Fuerzas, pues, en permanente lucha donde unas ganan y otras ceden o resisten, pero donde todas subsisten y se necesitan y retroalimentan recíprocamente, en una especie de sistema simbiótico. No hay en esto una acción mecánica, ya que la fuerza que manda provoca en otra, desde dentro de ella misma, una modificación de manera autónoma, toda vez que ésta puede obedecer o resistir, a diferencia del determinismo externo de la relación causa—efecto.

“La fuerza, apunta Deleuze, es quien puede; la voluntad de poder es quien quiere”. La fuerza es muda y absurda, no necesita mostrar al sujeto que la acciona, ni explicar su razón, simplemente aparece como obstáculo a la entrada de nuestra casa. No así el poder, por eso Nietzsche dice que “comunicarse es originalmente ampliar su poder al otro”. La intermediación del poder no puede ser más que elocuente, “articula el mundo nombrando las cosas (significándolas) y determinando su ‘hacia dónde’ y su ‘para qué’” (Han); crea significatividad y sentido. Por eso, en una intermediación débil y silenciosa priva la fuerza y el poder se aproxima a la violencia, en tanto que en una intermediación rica y discursada priva lo que Hegel llama el “poder libre”, que no es otra cosa que la intermediación y conciliación de libertades.

En una intermediación rica, el otro es un individuo libre de decisión y acción que, en lugar de padecer la fuerza, puede hacerla suya y accionarla como propia. Por ello el verdadero poder “no opera contra el proyecto de acción del otro, sino desde él. Un poder superior es aquel que configura el futuro del otro, y no que lo bloquea (…), el soberano toma sitio en el alma del otro” y el otro “reacciona con autonomía a la causa”. (Han). Porque, recordemos, lo viviente reacciona con autonomía a lo externo; además de que lo externo no es nunca la única motivación que mueve la libertad del individuo, que siempre decide inmerso en una complejidad de motivaciones.

Al respecto dice Hegel: “así, estando en lo distinto de sí, lo vivo solo se junta consigo mismo”; porque estando en lo distinto, tercia Han, “no se pierde a sí mismo, sino que más bien, ‘extendiéndose por lo distinto a él’, lo ocupa consigo mismo, continuándose de este modo a sí mismo en lo que es distinto a él. La marcha hacia el otro se configura como una marcha hacia sí mismo. Según Hegel, el organismo es ‘un juntarse consigo mismo en un proceso externo’ (simbiosis), es decir, en su relación con lo distinto”.

Para Hegel, el rasgo fundamental del espíritu es la interiorización: guardar lo distinto y externo en nuestro interior: “Todas las actividades del espíritu no son otra cosa que diversos modos de reducir lo exterior a esa interioridad que es lo propio del espíritu”, donde conocer es “destruir lo que a la conciencia le resulta exterior y ajeno, siendo de este modo un regreso de la subjetividad a sí misma”, y pensar es “el último vértice de la interioridad”: “El hombre no es libre cuando no piensa, pues entonces se está comportando en función de otro”, es decir, cuando no regresa a sí mismo desde lo otro y permanece afuera, en la alteridad y ésta no alcanza a iluminar su espíritu.

Toda la psicología nos muestra que sólo encontramos nuestra autoafirmación en contacto con lo distinto, pero siempre que nos recobremos en nosotros mismos y reflejemos (reflexionemos) eso distinto desde nosotros. Por eso el neurótico sólo admite en sí una medida muy reducida de lo distinto.

El gran peligro se da cuando un ser vivo “no tiene el poder de juntarse consigo mismo en lo distinto (y) sucumbe a causa de lo distinto, es decir, a causa de la versión negativa que genera en el ser vivo eso distinto en lo cual él penetra” (Han), tal y como se difumina la molécula de tinta en la de agua. Por eso para Nietzsche voluntad de poder no es otra cosa que voluntad de sí mismo, de ser y hacer más de sí mismo; no de autoconservación, sino de autosuperación.

Aunque parezca un contrasentido, Hegel habla del “poder libre”, ese que nos permite perseverar y preservar en lo distinto la unidad del sí mismo. Un poder que no se limita a someter lo distinto (fuerza), sino que lo libera; un poder que “siendo sí mismo en lo distinto de él (…) se extiende por lo distinto de él, pero no como algo violento, sino más bien reposadamente y recuperándose a sí mismo en eso distinto”. Una fuerza que en contacto con otras fuerzas no se dispersa, sino que hace expresa su unidad gracias a ese contacto. En la violencia muda de la fuerza priva el aislamiento; en el poder elocuente la libertad como espacio y continuidad compartidos, donde el poder mueve (no coacciona ni impone) decisiones y acciones, aun sin necesidad de un mandato expreso.

Pues bien, cuando se inmersa una nueva idea en la sociedad es como la gota de tinta en el agua; puede “difundirse” (difuminarse), conforme la teoría cinética de Einstein, o autoafirmarse al contacto con lo distinto, acorde a la voluntad de poder de Nietzsche.

Así como las moléculas de agua absorben con mayor o menor velocidad a las de tinta, así el ámbito social busca imponer sobre cualquier nueva idea las fuerzas que guerrean en su interior y en su poderío. Así lo urgente exige privar sobre lo importante, la inmediatez sobre el largo plazo, los particularismos por sobre lo plural, el destello sobre la profundidad y la consistencia, la seguridad de lo conocido por sobre la incertidumbre de lo por pensar, los caminos conocidos por sobre la tierra sin caminos, la ocurrencia sobre la perseverancia. Otra manera similar de ver el problema es la de Mateo, quien recomienda no echar vino nuevo en odres viejos porque los odres se revientan y el vino se pierde, pero la realidad humana impone el hoy y aquí: todo cambio se germina y cultiva precisamente en el ambiente que se busca cambiar, y se procesa entre las conductas y condicionamientos que urgen ser modificados, de allí lo difícil y lento de los cambios a escala social. La única manera de que la idea no se diluya como la gota de tinta en el agua es perseverando en sí misma al extenderse por lo distinto y regresando siempre a sí misma y a su propósito primordial. Por eso Nietzsche recomendaba a quien quisiera desprenderse de su sobreabundancia brindándola: “¡Obséquiate primero a ti mismo!”

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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