LETRAS

Los medios deben callar

Los medios deben callar

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Mucho hay que decir sobre cómo los medios vaciaron a la política de ideas y programas. También de políticos.

A veces el silencio no llega y las voces enloquecen. Me acuesto urgido de dormir. Es tarde. El tráfago ha sido agobiante, el stress constante, la carga monstruosa. Apenas y desayuné, algo atraganté de pasada. A media mañana el café me sale por las orejas. Los teléfonos no paran de llamar y el escrito urge para ayer. Comemos pizza fría. Más café por la tarde. Enciendo el tercer puro. Con la noche cambios urgentes al documento, la impresora se atasca y no alcanza para la nómina de mañana. A casa llegó el estado de cuenta con recargos, mi señora llama para recriminar mi descuido sobre los vencimientos; prefiero que crea descuido y no quiebra.

El cliente entra en pánico, hay que ponerse la cachucha de psicólogo. De cena un pedazo mordido de pizza y una cuba para las agruras. Mañana se aprecia aún más complicado. Llego a casa, leo en la cocina los periódicos del día (de ayer). Todos duermen, ni el perro se levanta a saludarme. En silencio entro a la recámara, a oscuras me cambio, a tientas me acuesto. Prendo la luz de lectura y leo media hora. Tengo que cerrar el libro, mis ojos leen, dentro de mí oigo la lectura, pero mi mente divaga, se rehúsa a seguirme. Apago la luz, estoy agotado, lo único que deseo es dormir.

Pongo la cabeza en la almohada y un tornado de pensamientos se levanta devastador. Mi mente salta de una idea a otra, a recuerdos, pendientes, miedos, remordimientos, pensamientos, sueños, apetitos, apegos, odios, planes, deudas, cobranzas, sexo; en fin, a lo que sea. Integrada con motor propio, la mente salta cual changuito de rama en rama entre brincos, alaridos y machincuepas, y me arrastra en su parloteo incesante y enloquecedor. Las horas pasan, el cansancio se agudiza, el sueño me elude. Amenaza el alba; mente y corazón retroalimentan mutuamente su aceleración. Mi respiración es agitada, me levanto desaforado, como si el mundo estuviese llegando a su fin.

El día aún no despunta y ya siento que me es insuficiente. Sin desayunar salgo despavorido al horror de nuestra infame ciudad. Microbuses, minitaxis y señoras suicidas me reciben con la agresividad de Atila. Mi mente sigue revolucionada. Yo, cual frijol en olla, al garete tras ella. En otras ocasiones, cuando una situación se torna difícil y no le hallo solución, pero las circunstancias no me agobian, dejo las cosas como están y me voy a dormir, "mañana será otro día", digo. Me olvido del problema, lo relego. Duermo profundamente y cuando despierto, o bien me estoy duchando, la solución me asalta. La expresión no es alegórica, la solución irrumpe en mi mente sorpresiva y alevosamente, y a veces ni siquiera en ella, sino en mis entrañas, como una punzada en el estómago, o algo instintivo que la mente no alcanza a descifrar pero que señala con convicción y nitidez meridianas el curso a tomar. La diferencia en ambos casos es el papel de la mente.

En el primero la loca de la casa anda desatada cocinando un amasijo de memoria, deseos, temores y sueños con un alto grado calorífico que acelera su autocombustión. Su ruido es tal que no hay espacio para nada más, el universo todo lo abarca su locura. Está bloqueada como congestionamiento de tránsito; embotada por sobrecarga, sin flexibilidad, frescura y apertura. Centrada sobre sí misma, sin capacidad de ver y comprender.

En el otro, la mente está callada y en reposo, serena. En silencio escucha los sonidos de lo más profundo e incomunicable de mi ser, eso que no soy yo y se halla en mí pero más allá de todo. En este caso la mente se halla libre de lastres y ataduras, es ágil, inocente, abierta, fresca, nueva.

En el primer caso la mente "supuestamente" guía, aunque en realidad extravía; en el segundo nadie guía, sólo hay despertar. En otra ocasión comenté la imposibilidad de ejercitar una escritura creativa con la mente acelerada, para escribir se requiere una cierta magnitud de onda que sólo se alcanza en un estado de mente serena. Cuando ésta se asemeja a una olla de chapulines resulta infructuoso escribir. Lo mismo pasa con la toma de decisiones, si la mente se encuentra tranquila, quien decide puede valorar y sopesar la disyuntiva, pero cuando la mente está alterada, y no me refiero a una alteración clínica, sino a su ritmo acelerado, resulta prácticamente imposible concentrarse en el problema y más aún en su valoración objetiva.

En otras ocasiones, casi en todas, la mente se haya ya amoldada con relación a algo, es decir, se encuentra prejuiciada. El cristiano ve con recelo, a veces con odio, al protestante, el judío al musulmán, el panista al priísta, el americanista al aficionado del Guadalajara y así hasta el infinito.

Sentado el punto de partida, paso al tema de este escrito. Se dice que la democracia moderna no puede existir sin los medios de comunicación, yo sostengo en contrapartida que ninguna democracia puede existir con los medios que tenemos. Eso que llamamos democracia y ciudadanía no existen en la realidad, son una mera ilusión, un juego de espejos, mejor dicho, de pantallas. Los medios electrónicos hace mucho expropiaron a su favor nuestra calidad ciudadana, nuestra capacidad racional y nuestro derecho a decidir. Creemos ser libres y participar activamente en la cosa pública, creemos estar informados, creemos razonar, creemos elegir. En realidad estamos secuestrados, pero no es un secuestro físico de cuerpo y movimientos, lo es psicológico, de nuestra mente, de nuestra capacidad de ver, razonar, valorar, juzgar y decidir. Es un secuestro del sentido de la realidad, creemos ser libres sin serlo y agradecemos a nuestros captores la libertad que nos niegan.

En la democracia moderna el gran y único elector son los medios. Ellos imponen popularidad e impopularidad, santos y demonios, gustos, modas, temores, alegrías, dudas, certezas, agenda, realidad. Lo que no está en los medios no existe. Lo que los medios fulminan se pudre en el infierno. Lo que los medios alaban se eleva a los altares. Lo que los medios quieren, eso somos. Los medios engulleron a la política y ésta dejó de ser pública para fundirse en un amasijo de intereses económicos y de poder.

Es menester recordar que no todo poder es público y menos político. Los medios nos han hecho creer que todo poder es malo y que sólo puede ser de entes políticos (gobiernos, partidos, líderes políticos) cuando en realidad toda organización genera poder, sea familia, empresa, iglesia o club deportivo. Los medios generan poder, un poder inconmensurable, a tal grado que pueden imponer su poder como un no poder, desacreditando cualquier otro que sí señalan y satanizan al tiempo de esconder el que ejercen. Un secuestro más, en este caso del ¡poder! Creemos que los medios son transparentes, incoloros, inodoros, desinteresados; que su único fin es transmitir intacto y sin distorsión un mensaje entre su emisor y el receptor, una especie de paloma mensajera fiel, bondadosa, generosa, desinteresada. Casi, casi el Espíritu Santo.

Pero el mensaje no transita por un medio etéreo, desapegado a intereses, ajeno a compromisos, exento a voracidades y sin merma de su integridad. Para empezar no todos mensajes acceden al medio, éste discrimina acorde a sus muy particulares apetitos: El "raiting", dice en irresponsable disculpa, determina los contenidos, así sean éstos mierda envasada. Nada mejor que la guerra en Irak para ejemplificar el caso; de ella vimos lucecitas en una eterna noche, interminables explicaciones de blancos y objetivos sobre fotografías y planos, entretenidas ilustraciones animadas, descripciones pormenorizadas de la capacidad tecnológica y destructiva del arsenal norteamericano (precisamente defendiendo al mundo de un inexistente arsenal que, de haber sido, sería de juguete) puntuales partes de una guerra aséptica y quirúrgica, sobre blancos militares sin daño a la población civil.

La guerra en los medios fue una guerra sin niños desmembrados entre la ruinas y la desolación, sin viudas en ríos de sangre, sin poblaciones enteras volatilizadas, sin hospitales, fábricas y campos arrasados, sin llanto y sin llagas, sin póstulas y sin moscas, sin el verdoso olor a muerte, sin alaridos acallados por el dolor. Los medios, pues, se reservan el derecho de admisión: hay emisores y mensajes marginados y ostracados. Una franja importante de emisores y mensajes carecen de visa de ingreso a las soberanías mediáticas, es decir, de existencia. Ya pueden inmolarse frente a cámaras y micrófonos que de su vida y extinción nadie jamás sabrá.

Existen otros que se presumen más favorecidos por tener el derecho de cruzar el umbral y existir para los medios, sin darse cuenta que sólo son víctimas propiciatorias o piezas de recambio mediático. Una vez adentro, emisores y mensajes son propiedad y juguetes del interés mediático, y éste puede hacer y deshacer de ellos lo que quiera. Los medios, a fin de cuentas rémoras del capitalismo, sólo tienen intereses; ni amigos, ni responsabilidades, ni compromisos; ni memoria, ni conciencia; ni vergüenza, ni sentido de justicia, ni obligación con la verdad, ni espejo en cual mirarse.

Así, uno es el mensaje que entra y otro el que se transmite. No sólo el mensaje puede ser alterado, también lo es el emisor: el medio así como expropia el mensaje para sus intereses, clasifica, califica, juzga y premia o condena al emisor. Los medios son los hacedores modernos de dioses y demonios, religiones y mitos, cielos e infiernos, de Auschwitz y nirvanas. Los medios, pues, trastocan emisor y mensaje en lo que mejor responda a sus intereses.

Tan crean popularidades, santidades, inteligencias y bellezas, como instituyen villanos nefandos e irredentos, deshonras, inmoralidades, corruptelas e ineptitudes. Los medios son una caja negra que amoldan y prostituyen con absoluta impunidad la realidad: emisor, mensaje y circunstancia. Quien maneja el medio maneja la realidad. El medio no transmite simple y llanamente el mensaje, sino que lo clasifica, califica y utiliza acorde sus intereses.

No es lo mismo que el mensaje se difunda al principio del programa, que al final; después de una nota agradable que una desagradable; en la barra política que en la sección de banalidades (¿hay algo que no lo sea en los medios?); si se le da un minuto con imágenes propicias, o una mención de cinco segundos con escena negativa. Hay veces que la nota es presentada positivamente pero las imágenes son escogidas para desmentirla, desvirtuarla o denigrarla; hay otras en que nota e imagen son positivas, sin embargo el tono del presentador es de descalificación, incredulidad o mofa.

En ocasiones la nota puede ser fiel reflejo de la realidad, pero en programas alternos se hace de ella befa y escarnio. A fin de cuentas, el medio expropia el mensaje y hace de él lo que mejor le convenga. Entre transmitir algo propio y comprometedor, siendo ello del tamaño de la pirámide del sol, a difundir algo negativo de su competencia o de alguien no afín a sus intereses, así tenga la intrascendencia de los ceceos de la "Pestañitas", el medio siempre agrandara lo que le conviene y desaparecerá lo que le perjudica. Si tiene algo de pudor (milagritos al Tepeyac) presentará la nota como una especie baladí, una mera trivialidad.

Ahora bien, pensemos en los intereses ocultos del medio, no los propios a su quehacer, públicos y ostensibles, sino aquellos que por su naturaleza deben quedar velados a la sociedad; inconfesables, nefandos, tal vez ilegales. Supongamos -subrayo lo hipotético del caso- que el conductor del noticiero es a la vez propietario de un terreno con el que pretende especular construyendo vivienda de interés social, pero la autoridad ha determinado un uso del suelo diferente por razones de ordenamiento urbano y carencia de agua potable, además, la zona se inunda en épocas de aguas y los mantos freáticos se encuentran a metro y medio de profundidad, haciendo imposible cualquier construcción y tendido de redes de agua potable -de haberla- y drenaje, toda vez que con el paso de cualquier vehículo éstas se romperían mezclándose las aguas negras con las limpias en grave riesgo de la salud de los pobladores.

¿Qué cree Usted que hará el conductor? ¿Acatará o lanzará una campaña enmascarada de reportajes acusando de corrupción y connivencia con intereses ocultos al funcionario más proclive a ser presionado? Lo más seguro es que esconda el golpe y no mencione el tema motivo de la campaña, sino que aprovechen cualquier otro o bien monte uno a la medida.

Supongamos -hipótesis- que un Secretario, tras serios estudios técnicos, anuncia el trazo de una nueva carretera perimetral que desahogará en mucho el tránsito pesado que cruza de paso la urbe. El trazo afecta los intereses inmobiliarios del dueño de un medio. El medio acusa al Secretario de delincuencia internacional organizada, la campaña es tan efectiva que el sujeto tiene que renunciar para enfrentar juicios absurdos y frívolos que terminan en nada. El prestigio del funcionario queda enlodado. De la carretera nadie se acuerda. El desarrollo inmobiliario viento en popa.

La mayoría de las veces la enjundia o saña del medio no responden a una inflamada defensa de la justicia o de la verdad, sino a la utilización de sus poderes fácticos en pos de sus intereses económicos, de grupo o de poder y, a veces, a simples vanidades. Supongamos nuevamente que tu expropiaste un predio para construir una central de autobuses acremente demandada por la población, y yo, medio, me niego a que frente a mi precioso edificio ubiques tal despropósito, se requiera o no. Otra campañita, se construye un parque, la central y el ordenamiento del transporte público pueden esperar. ¿Sabe el ciudadano común lo que se oculta casi siempre tras los más enardecidos reportajes? No. ¿Sabe de la manipulación de que es objeto? No. ¿Sabe de los intereses verdaderos que manejan los medios y, por ende, a la opinión pública (que ni es opinión, ni es pública, sólo es manipulación)? No. ¿Se sabe manipulado? No.

Ya en otra ocasión conté la especie de que el famoso "chupacabras" fue tan sólo una muestra del poder de un medio al Estado Mexicano, para que éste le fuera midiendo el agua a los camotes. El medio no sólo expropia emisor y mensaje y los utiliza según sus intereses, o bien crea la noticia con similares propósitos, además interpreta por nosotros la realidad. Es decir, no sólo muestra o inventa lo que quiere y como quiere, sino que nos lo interpreta a través de sus gurús, de manera que no haya posibilidad alguna de que captemos, así sea por equivocación, algo distinto. Hay un conductor de noticieros que ha hecho época por su propensión a criticar la nota y su emisor sin jamás dar la nota que critica. Una vez lo escuché a lo largo de cuarenta y cinco minutos destrozar al personaje de la nota sin jamás dar a conocer lo que éste dijo. Los conductores de noticias, pero para el caso, los conductores de cualquier programa, han sido entronizados en guías espirituales, profetas y pontífices. Ya no es necesario que el receptor conozca el mensaje, para qué, lo importante es que sepa la interpretación iluminada que el conductor sacerdote le da, él es la verdad, él es el camino. El conductor convertido en "el verbo".

En ese tenor ya no es necesario informar, para qué, basta con pontificar. "Hijos míos, no busquen ni razonen, Yo soy la verdad, Yo soy el camino, Yo soy la vida". Acude un emisor con su mensaje: "La desnutrición en lactantes alcanza niveles alarmantes, se requiere de un programa especial, recursos adicionales y legislación". -"Oye", dice el conductor con falsa familiaridad, "pero una persona del auditorio, cuyo nombre me guardo, te acusa de traficar armas, drogas, menores y carros chocolates, ¿qué dices a ello?". "Que vaya al Ministerio Público..., mientras tanto decenas de miles de niños están al borde de la muerte si no hac..." "¡No me pendejees! ¡No nos quieras ver la cara de pendejos al público y a mí. Aquí alguien dice que, además, eres un homosexual depravado y socio de Ahumada". -"Centrémonos en las vidas de infantes en peligro por un instante al menos..." -"La opinión tiene derecho a saber, a estar informada. También asegura otra persona del auditorio que tu mujer regentea prostíbulos de animales para señoras en la frontera, y que tu hijo mayor es gatillero de un Capo del centro de la República. Del menor todavía no nos llega nada, quizás mientras contestas el público que nos escucha tenga a bien denunciar algo a los teléfonos que aparecen en pantalla. Llame, nuestras telefonistas atenderán sus denuncias". -"Mira, mi responsabilidad es cuidar la vida de los infantes lactantes, el problema requiere de la mayor seriedad..." -"Quieres decir que tus latrocinios no. Contesta aquí de cara a nuestras cámaras, de frente a la opinión pública que te lo reclama". -"No tengo idea de lo que hablan, pero sí del grave problema de salud que..." -"Vamos a un corte. Ustedes han sido testigos de que nuestro invitado no quiso contestar, que oculta la verdad, que se cobija tras el cargo público. Nuestra encuesta del día de hoy arroja al momento 95,017 llamadas que lo consideran culpable, contra 3 que lo asumen inocente. A ver que nos dices ahora que regresemos. Agradecemos sus llamados a los teléfonos en pantalla".

Antes de reaccionar a lo relatado, antes de juzgarlo, sólo busque en su memoria escenas similares. No es difícil, pasa todos los días. Tal vez mañana Usted sea el "invitado" a la nueva versión de las cámaras de tortura medievales, hoy televisadas. ¿Será que las entrevistas, telefónicas o en persona, si uno las busca, cuestan? ¿Qué las sonrisas también? ¿Qué un comentario grato y bondadoso, o una entrevista sin verdugo ni tormento tienen tarifa especial? ¿Sabe alguien cómo viven los pontífices mediáticos que día a día rasgan sus vestiduras por la corrupción que combaten, denuncian y condenan a cuadro o a micrófono?

Siendo los medios un servicio público concesionado y manejando el poder que manejan, ¿no debieran los dueños del medio y sus pontífices de pantalla y micrófono presentar y hacer pública su declaración de bienes anualmente? ¿No sería interesante? De niño aprendí que quien grita "Al ladrón, al ladrón" generalmente algo esconde. ¿Esconden algo los medios o sólo gritan como perros de rancho? Uno puede negarse a las llamadas a misa, a los requerimientos del Ministerio Público y citatorios de juez. Puede dejar de votar, de pagar impuestos, de ir a clases, de cumplirle a la pareja. Puede mandar al diablo al jefe, despedir al empleado, cesar la relación con clientes y proveedores, divorciarse, pelearse con el compadre, liquidar una sociedad, renegar de su religión, cambiarse de sexo. Todo tendrá su costo, pero es de cualquier manera transitable. A lo único que no puede negarse es a acudir ante los pontífices cuando su presencia es requerida. Hay de aquel mortal que no acuda mansa y puntualmente a su llamado, no hay rincón en el universo a donde no lo alcance su ira. Hay que ir cuando y como ellos decidan; ya podrá declararse el Apocalipsis que primero estará cumplir al llamado. Y hay que ir a sabiendas que se va al matadero. Y, por sobre todo, hay que ir sumisos, considerados, en constricción.

Y así vamos, cual reses al matadero y moviendo la colita como perros, con la cabeza baja y resignados a la ira del cielo mediático. Pero los medios no sólo determinan lo que es y lo que existe, y cómo es y cómo existe, también deciden lo que fue y cómo fue. Antonio Caso sostenía que el pasado era una verdad metafísica. No más. El pasado que algún día conocimos puede dejar de ser en cualquier momento. El villano de ayer puede ser el héroe de mañana, nuestras vivencias como individuo y sociedad pueden ser trucadas o suplantadas. No es que los medios tengan la posibilidad de revisar el pasado y como el historiador aportar nuevos conocimientos, explicaciones y matices.

Los medios tienen la capacidad de reinventar e imponer el pasado que quieran o los pasados que quieran, habida cuenta que uno puede ser hoy y otro mañana, todo depende de su mezcla de intereses y circunstancias. Estamos, pues, de cara a una realidad y a un pasado que son y serán los que los medios quieran que sean. Ahora bien, ¿Qué venden los medios? Tiempo audiencia. Es decir, en esta hora a mi me ven y escuchan x número de personas, según mediciones de empresas del propio medio. En otras palabras nos venden a nosotros. Son, pues, en función del número de nosotros que les prestamos nuestro tiempo y atención.

En ese juego perverso, la lucha entre los medios es por capturar audiencias, subrayo el término capturar. Cautivo es quien carece de libertad y cautivar tiene dos acepciones, la primera es sujetar enteramente a través de una acción de fuerza, aunque ésta sea sutil, no necesariamente violenta; la segunda es ejercer influencia irresistible en el ánimo de alguien. Para cautivar vía influencia es preciso bloquear la capacidad de raciocinio. Cuando se tiene capacidad de razonar, analizar y valorar se puede o no aceptar el influjo, pero cuando el raciocinio ha dejado de operar, cuando ha sido embotado por el miedo, la seducción o el embrutecimiento, cuando vive en hipnosis, la influencia deviene irresistible, ya el sujeto no es dueño de sus decisiones, es arrastrado por la influencia.

De tiempo atrás se ha estudiado los comportamientos violentos del individuo seducido por el influjo de la masas, valga recordar "Las brujas de Salem", las hordas nazistas, las guerras religiosas y la fiebre futbolera. Sin embargo, hoy ya no es necesario que grandes masas se concentren físicamente para que las defensas del individuo sucumban a su influjo en un seguimiento irracional y, a veces, violento; basta que los medios enardezcan nuestros ánimos a distancia.

Pero volvamos al cautiverio, primero se nos cautiva con una influencia irresistible, el anzuelo que nos apresa adormeciendo defensas y raciocinio, el moderno canto de las sirenas, luego por una sujeción total, no violenta, sino sutil, psicológica pero endemoniadamente más efectiva que con cadenas y los grilletes, toda vez que en nuestra hipnosis nos creemos libres, dueños de nuestro ser y felices. En algún momento de la evolución el hombre decidió privilegiar las sensaciones y desde entonces es rehén de ellas, en su torno hemos construido todo nuestro mundo y vida. Y a las sensaciones las alimentamos con ilusiones y cosas. Siempre queremos ser algo más: famosos, ricos, brillantes, guapos, delgados, jóvenes y a esa búsqueda entregamos todo nuestro ser sin darnos cuenta que vamos tras una ilusión, no tras lo que es, sino tras lo que queremos que sea. Negamos lo que es, por miedo a enfrentarnos a ello y nos refugiarnos en la ilusión de lo que queremos ser.

Puede que nunca alcancemos lo que deseamos y entonces nuestra angustia se incrementa, pero puede que sí, tan sólo para encontrar que eso que tanto soñamos no soluciona nuestros problemas, de manera que empezamos de nuevo, con una nueva ilusión, ideal, religión, trabajo, partido, candidato (por favor no vayan a pensar en Porfirio, Camacho o Durazo, entre otros. Me pregunto, ¿Si viviera Aguilar Zinser dónde andaría ahora?). Y ya ubicados en el mundo de las ilusiones, que mejor que las cosas para saciar nuestro vacío, soledad y angustia. Así, hemos construido una vida de cosas y para las cosas; en las cosas creemos encontrar alivio, paz y alegría, en las cosas depositamos nuestra ilusión de ser. Al primer signo de angustia o depresión salimos corriendo a comprar lo que sea, una revista, un pastel, un disco, un coche, un traje, un vestido, la nueva dieta, una copa, y no somos más que nuestras ilusiones y deseos, es decir, somos entes cosificados. ¿Nos creemos el centro de la creación y no somos más que un montón de cachivaches, recuerdos y deseos! Y si nuestra vida se centra en ilusiones y cosas, quien maneje unas y otras maneja nuestra vida. El mundo actual vive inmerso en el desasosiego, el vacío, la soledad y la incomunicación. El hombre se siente perdido e insignificante. Ante ello voltea a la ilusión y a las cosas. Y los medios, sabedores de ello, le dan ilusión y cosas. ¿Cómo evitar la angustia y el vacío que te carcome? No necesitas el suicidio, la flagelación, la iluminación, la religión o la lucha de clases, o contra el comunismo o contra el terrorismo mundial, basta encender la televisión o la radio.

Detengámonos un momento en el concepto distracción. En una de sus acepciones, la que nos venden, distracción significa "divertir, entretener, recrear", puede ser vista hasta como una acción humanitaria para descargarnos de problemas: "Tras el cúmulo de dificultades a que te enfrentas allá afuera, aquí hay algo que te ayuda a sobrellevar la vida, a serenar tu ánimo". Pero distracción también significa "apartar, desviar. Apartar la atención de una persona de aquello a que la aplicaba o debía aplicarla". Los carteristas distraen tu atención sobre la cartera. Una persona distraída centra toda su atención en algo y descuida todo lo demás. Al distraerte te diviertes, sí, pero también te descuidas, desatiendes y olvidas de todo lo demás. No por nada distraer tiene una tercera acepción: "Malversar, sustraer fondos o dineros". En este sentido la distracción implica derivar las cosas a un objeto distinto al que están afectas. En la distracción hay siempre una malversación, sea de fondos o de atención. Al distraernos malversamos nuestra atención, ésta debiera centrarse sobre la realidad toda, pero como nos asusta huimos de ella, nos distraemos, dilapidamos nuestra atención, la engañamos, la entregamos a quien la cautive. Quien nos distrae nos divierte, en el doble sentido de entretener, grata o ingratamente, y apartar nuestra atención de algo.

De un tiempo a la fecha, cada vez que observo algo en la televisión, lo escucho en la radio o lo leo en periódicos o revistas, me pregunto en qué consiste el divertimiento, qué se esconde atrás de la nota, sobre qué están apartando mi atención. Dirán que soy paranoico, pero como bien dicen: el hecho de ser paranoico no significa que no puedas ser seguido y vigilado. Pues bien, nuestros medios nos divierten, todo en ellos sin excepción es divertimiento, es decir, entretenimiento, secuestro y malversación de nuestra atención. Sin atención sobre el problema es imposible su captación, comprensión, valoración, toma de posición frente a él y, lo que es peor, acción consecuente, por lo menos acción conciente y razonadamente consecuente, porque puede haber acción, pero como estampida aterrorizada, turba incendiaria o foxismo, no como seres concientes, juiciosos y racionales.

Sin la atención puesta en los asuntos que nos son vitales, que nos atañen como individuo y como sociedad, habrá quien crea que los hemos exorcizado, pero permanecen allí, sin solución y complicándose. Y aquí encontramos una cuarta acepción del término distracción, en tanto huida, escape y fuga de la realidad. Es tan agobiante la realidad que me fugo en distracción. ¿Por qué atender a la descarnada realidad cuando existe el fútbol, Adal Ramones, Big Brother, las telecomedias, en su doble versióin: las guionizadas y los noticieros, los chismes de la farándula, los concursos y demás? ¿Para qué preocuparme por el desempleo, la inseguridad, la desnutrición, la educación que no educa, el embrutecimiento de nuestra niñez, la falta de competitividad, la pobreza extrema, el agotamiento de nuestros mantos acuíferos, el envejecimiento de nuestra infraestructura, el deterioro de nuestras instituciones, leyes y marco de convivencia, si hoy hay expulsión en el Big Brother, nuevas videofilmaciones y fut todo el día?

Quien controla la distracción controla la atención, la divierte, la cautiva, la secuestra y una vez hecha prisionera puede hacer de nosotros lo que quiera. Si nuestra atención esta distraída (secuestrada) es fácil imponernos gustos, modas, necesidades, creencias, prioridades y gobiernos. Si nuestra atención se halla permanentemente distraída las decisiones que nos corresponden tomar como sociedad organizada son tomadas por otros, sin consultarnos, sin siquiera enterarnos que las toman y cómo las tomaron, al fin estamos muy ocupados viendo TV y escuchando radio.

En ese orden de ideas, ¿existen realmente condiciones de libertad para la democracia? ¿Somos realmente libres para razonar entre opciones? ¿Estamos en capacidad de centrar nuestra atención en el problema y comprenderlo? ¿Existe posibilidad alguna de que decidamos si nuestra atención se halla secuestrada por los medios? Mucho hay que decir sobre cómo los medios vaciaron a la política de ideas y programas. También de políticos. Hoy lo que rifa es el spot y el escándalo, no llega el más apto, el más preparado, el mejor equipo, la mejor propuesta, llega el que sobrevive al bombardeo de mierda a que se ha reducido la política que ¡parajoda! controlan y administran los medios, y el que ellos "posicionen" que, para todo efecto práctico, es sinónimo de imponer. Los medios, en su afán de cautiverio, requieren enfrentarnos a unos con otros; la armonía no vende.

Necesario es alimentar y soliviantar los prejuicios, que el americanista salga enardecido a defender sus colores, que el perredista se llame victimado, que el panista se inflame cual cristero, que el priísta acuse genocidio en su contra. Los prejuicios tienen que imperar, de manera que en la llama de su ardor la razón se nuble. Guerra Santa y odio jarocho, no sensatez y raciocinio objetivo es lo que impera en nuestra democracia. Ruido y prejuicios, escándalo y odios son el combustible que la mueve. En todo ello, no hay ciudadano civilizado, maduro y conciente, no hay libertad, no hay raciocinio; hay un medio que manipula, que enfrenta, que divide, que enardece y que de todo ello medra. En su ruido los medios no sólo embotan la mente, sino que soliviantan nuestros miedos, terrores y prejuicios.

En México los medios nos mueven manipulando nuestros prejuicios, vendiéndonos al villano favorito del momento y alzando a los altares al nuevo salvador. No es que están con alguien en especial, están con ellos y con sus intereses y habrán de ver que el que llegue lo haga tan debilitado y comprometido con ellos que pliegue el gobernar a los intereses del medio. He aquí un nuevo cautiverio de los medios, el del Estado.

Así las cosas, considero que la nueva reforma política que nos espera, a riesgo de convertirnos en zombis, es la reforma de los medios. Destaco lo de reforma política, no hablo de una reforma de los medios, encapsulada en sus intereses y mundillo, hablo de una reforma política que incumbe a todos los actores sociales, para ordenar y normar los medios como parte integrante de la sociedad, con obligaciones y no sólo derechos, con responsabilidades, sujetos a la transparencia y a la rendición de cuentas. No obstante, mientras eso llega, creo menester tomar algunas medidas urgentes y precautorias. Entre ellas podría señalar, la prohibición total de spots políticos, que sólo han servido para enriquecer a los medios a costa del desdoro, prostitución y envilecimiento de la política. Ello, además, ahorraría a la sociedad miles de millones de pesos que urge se dediquen a mejor fin. Por spot político me refiero no sólo a los de los partidos y candidatos, sino principalmente a los del gobierno. Con ello regresaremos al Presidente del set de televisión a su augusta y angustiosa responsabilidad de gobernar, y éste, gobernadores, presidentes municipales, diputados y senadores no andarían gastando miles de millones para promocionar su persona y partido presumiendo que hicieron lo que es su obligación legal y política hacer, para lo que fueron electos y por lo que se les paga.

Los programas de los partidos y candidatos, como en muchas partes del mundo, deberán ser de presentación de propuestas, sin parafernalias, sin candidatos convertidos en títeres de cine; de análisis de problemas y de propuesta de soluciones. ¿Que es aburrido? Sí lo es, pero visto está que lo entretenido distrae pero no soluciona problemas ni centra al ciudadano en su deber ciudadano. ¿Qué preferimos, ciudadanos resolviendo los verdaderos problemas de la sociedad, por aburrido que ello sea, o autómatas divertidos y narcotizados en la fruslería y manipuleo mediáticos? Y aquí entramos al punto fino del asunto. El problema no radica en si los programas políticos son o no aburridos, si tienen raiting o no. De entrada el simple planteamiento es un insulto a los mexicanos. Es aceptar que nuestro nivel como sociedad está a la altura de Brozo y Paty Chapoy: Como somos un hato de vacas locas estamos condenados a comer mierda hasta el fin de los siglos. No, el problema radica en que cuando el mexicano centre de nuevo su atención en los temas que le son vitales, y no en los distractores que la tienen secuestrada, va a demandar soluciones a gobierno y sociedad, y esos reclamos sociales habrán de subvertir el orden actual, injusto, depredador e inhumano, siendo los intereses económicos predominantes los primeros en verse dañados.

México no necesita guías ni salvadores, tan sólo requiere despertar. Despertar del cautiverio de su distracción y manipulación mediática. Despertar de la cháchara que atosiga su entender. Tiempo es de preguntarnos si los medios nos han hecho mejores seres humanos, más inteligentes, mejor comunicados, más solidarios, más felices, con menos pesares y angustias. Si nuestras vidas son hoy más sanas, más nobles, más gratas, más humanas que antes de los medios. Al igual que la divinización de las cosas, hemos deificado a los medios, sin embargo, considero dable pensar al mundo y a nuestras vidas sin estos medios que hemos construido. No me refiero a su tecnología, sino a su uso. ¿Es posible la existencia de medios al servicio de la sociedad, no regidos por intereses particulares y sus afanes de control y manipulación? ¿Son imaginables medios formativos e informativos y no sólo distractores, embrutecedores, desinformadores y manipuladores? Creo que sí.

Hemos reproducido en los medios nuestra mente desenfrenada y febril. La mente ocupada en mil y un temas a la vez y al final en ninguno. No la acallada, perceptora, abierta, fértil, inocente, ágil, sino la loca de la casa que cual changuito con pulgas salta y parlotea sin fin, arrastrándonos sin rumbo, embotando nuestro entendimiento, imposibilitando nuestro racionamiento, esclavizándonos a sus fugas, a sus trampas, a sus retruécanos, a sus burlas. En espejo fiel de nuestras mentes congestionadas y paralizadas, inservibles, hemos construido una mente externa, los medios. Pretender con ellos un análisis objetivo de la realidad y una decisión independiente es imposible.

Más volvamos a lo inmediato. Debe prohibirse el spot político, los políticos deben regresar a gobernar en vez de andar dando lástima en la televisión, la discusión política debe centrase en problemas y soluciones, no en ataques, escándalos y denuncias. Las campañas políticas deben hacerse dando la cara a la ciudadanía y escuchando sus demandas, es decir, en la calle, en los campos, en las industrias, en las escuelas, no guareciéndose en la realidad ficticia del set de televisión, con maquillajes, actores, guiones y publicistas. Las campañas políticas en televisión deben desarrollarse temáticamente, con análisis y propuestas, en donde todos los candidatos tengan las mismas posibilidades, tiempos e inclusive set. Estos tiempos deben ser gratuitos y en tiempos de mayor audiencia. La realidad y su análisis, aunque les pese y les cueste a los medios, no tienen por que ser divertidas, gratas y económicamente redituables (a los medios), son una necesidad de la democracia. El ciudadano, para serlo, debe centrar su atención en los problemas de la sociedad, por aburridos que estos sean y por poco redituables que les resulten a los medios. Tenemos que hacernos cargo que los medios antes de ser negocio, embrutecimiento y diversión, sean una función pública, si el ejercicio de ella cuesta, pues que la cubran.

Los programas de análisis entre partidos, candidatos y analistas deben ser entre ellos, sin que el gurú o pontífice del medio participe como árbitro supremo, autoridad moral o cancerbero de la verdad. ¡Ahora resulta que cámaras y micrófonos praestan qua natura non da!

Finalmente, y aquí regreso al principio del escrito, los partidos y los medios deben callar una semana antes de la elección. Corresponde a los ciudadanos decidir el sentido de su voto, lo deben hacer considerando propuestas y programas, no lemas, imágenes o descréditos, pero por sobre todo deben hacerlo en silencio. Nuestra legislación prevé un espacio de silencio para partidos y candidatos días antes de la elección. Ello responde al propósito de que los ciudadanos tengan un ámbito de calma, reflexión y silencio para decidir su voto. No obstante en los hechos ese espacio jamás se logra. El vacío y silencio de partidos y candidatos previo a la elección es llenado frenética, impúdica e impunemente por los medios. En un campo a sus anchas los medios hacen lo que saben hacer: divierten, en el sentido de desviar o hipnotizar, y manipulan. Hasta un bebé de pecho sabe que uno o dos días antes de la elección los medios soltarán una bomba atómica contra el candidato y partido que les interese perjudicar. Partido y candidato que se encuentran impedidos por ley a contestar y aunque lo hicieran no tienen tiempo ya para controlar o revertir el daño avieso y cobardemente causado. El ciudadano cree que el medio le está haciendo un servicio, que el reportaje es providencial y su publicitación fortuita, cuando en realidad obedece al interés nefando y distorcionador del medio. Ello se llama propaganda negra, además de bajuna y cobarde, envilece el clima político, desmerita la política y confunde al elector, toda vez que generalmente es falsa y exacerbada.

Por desgracia, es a lo que los medios han reducido la política hoy en día. Si bien tenemos que exorcizar la propaganda negra de nuestra realidad, menester es que por lo menos durante la semana previa a las elecciones nadie pueda utilizarla, principalmente los medios que son quienes mayor raja de ella sacan. El elector bombardeado con notas escandalosas, monstruosas y descomunales, acude a las urnas malinformado, manipulado y prejuiciado. Cree estar votando libremente, pero en realidad vota según el interés del medio. No acude como ciudadano, sino como cruzado, libertador o guerrillero; y no acude a votar pensando en problemas, propuestas y soluciones, sino a castigar, defenestrar, satanizar; no acude siendo él, sino la manipulación del medio. Callar los medios implica que durante la semana previa a las elecciones en ningún programa y medio se toque, ni siquiera indirectamente, tema político alguno. Que no haya spots, ni mesas de sabios, ni noticias políticas, ni entrevistas, ni chistoretes presidenciales, ni encuestas, ni videoescándalos, ni reportajes con propaganda negra, ni pontificaciones, ni pontificadotes (por amor de Dios). Nada. Silencio y respeto al ciudadano.

El día de la jornada electoral los medios debieran desaparecer. En las pantallas debiera proyectarse la bandera nacional con música de fondo a lo largo de todo el día, la radio, por igual, transmitir sólo música y los periódicos publicar única y gratuitamente la ubicación de casillas. Ni un noticiero, ningún reportaje, nada de mesa de sabios, de supuestos defensores del voto presionando o coaccionando a electores, ningún Porfirio anunciando resultados dados a conocer desde el extranjero, o denunciando supuestos ilícitos como instrumento de propaganda negra, ningún reportero autoimpuesto como defensor de la ciudadanía y el voto. Nada. Silencio y respeto al ciudadano. Nada de encuestas de salida y conteos rápidos de los medios antes de que la autoridad dé a conocer los resultados preliminares. Una vez que haya hablado la autoridad electoral entonces sí, que los medios digan lo que quieran, que sus pontífices rasguen sus vestiduras desde el Olimpo, que sus sabios de cabecera (de Meyer, sálvanos Señor) despotriquen, que sus encuestadores interpreten la realidad, pero todo hasta que el último ciudadano haya depositado su voto y las autoridades hayan realizado, sin presiones, sin cháchara y sin intereses mediáticos su escrutinio y cómputo.

Habrá quien pregunte ¿Por qué lo medios? Porque los medios son parte interesada, por el poder que detentan, por la distorsión que hacen de la realidad, por los amarres que pueden tener en juego. No hay tratadista que no sostenga que los medios son un actor importantísimo en las democracias modernas, yo sostengo, por mi parte, que hoy el único y verdadero actor son los medios, y que seguirán siéndolo en tanto no les arrebatemos nuestro derecho a decidir sin su influencia. No obstante, nadie discute la necesidad de acotarlos, de normarlos, de regularlos, de callarlos como un actor con alta capacidad de disrupción política y económica de la democracia.

Otros estarán pensando en el derecho a la información. Pregunto: ¿Derecho a la información de quién y para qué? ¿De nosotros o de los medios? ¿Para que se nos informe la realidad, o para que se nos deforme, distraiga y manipule? ¿Derecho para informar o para medrar? ¿Estamos realmente informados? ¿Habrá quien lo crea? ¿Es posible tener silencio con el locuaz, omnipresente y frívolo parloteo vacuo de nuestros medios? ¿No es ésta la forma más depurada de distracción para que el ciudadano no tenga oportunidad de pensar, de valorar, de decidir? ¿Puede analizar quien se encuentra embotado en el sin fin de mensajes, chismes, propaganda, espectáculos y ruido de nuestros medios? ¿Es que realmente sabemos hoy por hoy quién es cada uno de nuestros candidatos, qué propone, qué ha hecho, qué piensa; o lo que sabemos es lo que los medios hacen y deshacen de ellos? ¿Es el Fox real de hoy distinto al real de ayer, o es que el Fox que nos impusieron los medios era una ilusión, una manipulación de nuestros deseos, temores y odios?

Si vemos bien, nuestros medios no comunican, hacen ruido, manejan nuestros jugos gástricos y embotan nuestra mente con basura sin fin. Imposible pensar y decidir con tanta estática mediática. El ciudadano tiene que acallar su mente y en silencio y soledad decidir. El ruido mediático distrae, embrutece, embota y finalmente impone su decisión. ¿Serán los medios capaces de callarse? No lo creo, si algo los puede aterrorizar hasta la locura es el silencio, porque en el silencio el hombre recuperará su libertad y raciocinio, y al hacerlo reestablecerá sus prioridades y demandas, incompatibles ambas con los intereses de los medios. Los medios, pues, deben callar. Al menos en temas políticos durante la semana previa a la elección y durante la jornada electoral. Puede que esté soñando, pero puede también que en el silencio el ciudadano reencuentre su ciudadanía perdida y en ella la soberanía popular, inmanente al pueblo, no trascendente desde la moderna divinidad mediática. PS.- Como sea, este sueño es mío propio, no impuesto por los medios.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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