PARRESHÍA

La destrucción material y política de México

La destrucción material y política de México

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Cuando la transformación corre peligro la gobernabilidad, la seguridad y la legalidad pasan a segundo lugar.

La acción sólo se conoce cuando termina. La Independencia no se conoció como tal tan pronto cuando Hidalgo llamó a la insurrección en Dolores, sino cuando la consumó, muchos años después, el Ejército Trigarante. De allí el contrasentido de autodeterminarse y calificarse aún antes de iniciar la acción, como es el caso de lo que López llama Transformación. Será lo que tenga que ser y se llamará como se le llame, una vez que haya concluido. ¡Esperemos que se muy pronto!

El peligro de autoasumir un hecho consumado de antemano es que la imprevisibilidad humana lo derive en otro derrotero o simplemente lo niegue. Se le llama determinismo histórico, por el cual se asume un destino manifiesto, un mandato divino o una consecuencia del devenir no devenido, una obligación metafísica, un cuento de hadas.

Lo grave no es su asunción adelantada, sino la acción política consecuente, que no deviene de una deliberación pública, ni de un acuerdo alcanzado y siempre flexible, ni tampoco de un propósito imaginado y posible, sino de una pasión que como tal se sufre y que condena a algo predeterminado e impuesto por fuerzas ajenas a nuestra libertad y voluntad. Hoy es la Transformación y todo aquel que discrepe de ella es enemigo de la historia y del devenir del pueblo, y del pueblo mismo, y como tal debe ser eliminado, así “el cuchillo de la guillotina se hace razonador; su función consiste en refutar” (Camus). La pasión del determinismo y de la dictadura de ideas abstractas y quimeras es que cuando se suma a la necesidad de creer, conduce a la intransigencia, a la exclusión y a la polarización. Abro un paréntesis acotador: determinismo histórico es tanto el cuento de la Transformación, como la esperanza cíclica de salvador(a) nacional cada sexenio. Lo cierro.

Pues bien, Netchaiev fue un compañero de lucha de Bakunin a finales del siglo XIX quien, en coherencia a su pasión revolucionaria consideró que “todo estaba permitido” y el revolucionario debía despojarse de todo, bienes, relaciones y hasta nombre: “En él todo debe concentrarse en una sola pasión: la Revolución”. Ante ello no queda más que la violencia generalizada al servicio de una idea abstracta, es así como Netchaiev justifica la violencia contra hermanos. Más no solo justifica la violencia, también la mentira, ya que, para la revolución, los otros son “un capital que se puede gastar”, un mero instrumento; de ser necesario, un combustible. Y así es como se llega a que contra la Revolución (léase Transformación) no hay derechos, sólo deberes. (No me vengan con que la ley es la ley, cuando contra la Transformación no hay ley, ni libertad, ni Suprema Corte que valgan).

En ese mundo, el hombre y la vida ya no valen nada, sólo vale la Transformación y su triunfo. De allí que nada importen 161 mil homicidios dolosos en lo que va del sexenio y contando, los 800 mil muertos por una pandemia encargada a merolicos; los quizás —nadie sabe a ciencia cierta— 250 mil desplazados de sus hogares, negocios y tierras, en los hechos expropiados o incautados por el crimen organizado; los feminicidios, los desaparecidos, los muertos en el derrumbe del Metro o los quemados vivos en una cárcel migratoria; los niños con cáncer pero sin medicinas, los periodistas asesinados y el sentido y sensación de nación que hemos perdido.

Y es que, cuando la transformación corre peligro la gobernabilidad, la seguridad y la legalidad pasan a segundo lugar. Hacia dentro sólo importa la propaganda, la indoctrinación infantil (Libros de Texto) y la anulación, primero de la inteligencia y, luego, del pensamiento. De allí a los campos de concentración y Totalitarismo, solo hay un paso.

Y ya entrados en gasto y a estas alturas del sexenio y del delirio, no me cabe duda que Netchaiev ya habría fusilado a la democracia y sus acólitos en defensa de esa abstracción y pasión llamadas 4T.

En Núremberg, el arquitecto Albert Speer confesó que cuando Hitler vio perdida la guerra ordenó la destrucción material y política de Alemania por los propios Nazis: “Si el pueblo alemán no es capaz de vencer, decía, no es digno de vivir”.

Poco nos falta para que al pueblo mexicano nos declaren en la Mañanera indignos de vivir.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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