Quo vadis
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En “No me defiendas compadre” lamenté el nivel de la discusión sobre los Libros de Texto Gratuito, ¡y eso que todavía no empezaban las mañaneras vespertinas!, que más que defensa son una mezcla de autoincriminanción, masoquismo y exceso de ignorancia e ineptitud.
Reconozco, claro está, muchas participaciones alrededor del tema por su profundidad, ciencia, profesionalismo, capacidad crítica y propositiva, principalmente en la prensa escrita y programas de análisis. Sin embargo, esos textos y razonamientos tienen un alcance reducido a un grupo en su mayoría afín a sus críticas. De suerte tal que para el grueso de los mexicanos el problema de los Libros de Texto se reduce a una lid entre el “comunismo” y lo que sea en lo que se parapeta el señor Salinas Pliego que, a estas alturas y a dueto con la señora Citlalli —¡qué buena pareja hacen, son el uno para la otra!—, parecen jugar carambola a cuatro bandas con el presidente y sus habilidades de engañar, distraer y confrontar como medio para mantener el desgobierno que hoy es México. Un gobierno, además, que entre risotadas grita “no te oigo” ante el drama humano de cinco jóvenes que se suman a la muerte de decenas de miles más en México y contando.
Tengo para mí que el tema no es, siquiera, los Libros de Texto Gratuito, entre los que la discusión se extraviará en vespertinas, en la nueva versión “Azteca sí, comunismo no”, estadística de errores, conversaciones de reparto entre Salinas y Citlalli, y discusiones sobre temas que, pareciera, fueron incluidos en los libros precisamente para extraviar la discusión y reducirla al vodevile, sin ningún destino más allá del ruido mediático y el raiting. Habilidades ambas de López Obrador, genio generar discusiones fuelle, que “mientras más se inflan más vacías están” (Nietzsche).
Pero el problema es otro: el de un gobierno sin sentido ni puerto. Un gobierno que se enmascara en la entelequia de la Transformación para ocultar que no puede responder a dónde va. Porque no lo sabe. Porque lo suyo no es ir, ni hacer, ni llegar; lo suyo es enardecer, extraviar, enfrentar, desperdiciare todas las energías individuales y sociales en una entropía suicida ensimismada en el espejo de su delirio.
Y así, como en contra de la consideración profesional de sus asesores López decidió cancelar un aeropuerto a medio construir y pagar en nuestro nombre y con recursos públicos algo que jamás vamos a tener; levantar un aeropuerto sin accesos terrestres, ni tráfico aéreo; pero que desquició el sistema aeroportuario de la capital del País y la calificación aérea internacional de México; así como construye una refinería en una ciénega y hace un ecocidio de escala mundial por el capricho de un tren que él personalmente diseña cada fin de semana conforme lo construye desde un helicóptero. Así como no existe estrategia alguna en materia de seguridad, ni de salud, ni de política exterior, ni de nada en este gobierno, para tapar la ausencia de un plan y programa educativos, decidió gastar en unos libros inservibles, en un pleito que hoy amenaza con salírseles de control y en condenar a varias generaciones de mexicanos a la esclavitud de las dádivas de una Transformación que, además, a estas alturas ya se quedó sin dinero para mantener su vulgar clientelismo.
Los Libros de Textos Gratuito son como sus mañaneras: inútil suma de ocurrencias amontonadas entre rencores y delirios sin más sentido que distraer a México de su agonía.
Ese y no otro es “El Problema” de la 4T, que jamás han sabido qué quiere, a dónde va, cómo llegar a dónde no se sabe que no va. Ser una ocurrencia delirante permanente que se consume a sí misma llevándose a la Nación entre las patas y dementes risotadas.
López Obrador es un personaje propio de la política espectáculo y de la teledemocracia. Si bien se queja de ser el presidente más atacado en el universo y anexas; si bien se dolió toda la vida del cerco informativo que, decía, sufría; la verdad es que desde siempre ha vivido del cuento y la explotación, del “colgarse” de aquellas noticias que por su capacidad de audiencia y morbo escogía día a día para montarse sobre la ola que los propios medios creaban sin saber que él se beneficiaba indirectamente de ello. Ambos buscaban el mismo objetivo: escándalo, audiencia, emociones bajunas y manipulación. Si se me permite: apendejar. ¿Por qué hoy habríamos de extrañarnos que tal sea el mismo uso que hace de los Libros de Texto, si son el mejor medio para llegar a una franja etaria a la que no llega las mañaneras ni medios tradicionales? Los Libros de Texto son la versión de consumo infantil de la mañanera hecha gobierno.
Pero el problema, repito, no son los libros de nuestro Marx región 4T y su pilota, es que nadie en México puede decir hoy a dónde va la educación de nuestros niños; qué queremos enseñarles; para qué, ni cómo. Porque es un gobierno incapaz de armar un plan, un programa, un curso de acción, un pensamiento. Y porque nosotros, en lugar de discutirlo, caemos en las trampas sembradas por López en los libros para hacer de esa conversación un manicomio.
No nada más en la educación vivimos en extravío. No hay rubro, cualesquiera del acontecer nacional en que el gobierno —él para todo efecto práctico— tenga la más mínima idea, porque su mundo es él, no los niños, no los muertos, no los desaparecidos, no los enfermos, no “el otro”. Es un hombre—gobierno sin otredad: es Dios.
Volamos a 12 mil metros de altura en lo más profundo de la tormenta perfecta y el piloto no sabe volar, desconoce el avión y sus instrumentos, los principios más elementales de la aeronáutica, de la física, de la gravedad; no sabe leer el radar, usar la radio, interpretar los instrumentos de vuelo; abrocharse el cinturón de seguridad. Para él pilotear —respirar— es pelearse e insultar a tripulación, a los pasajeros, a los controladores de vuelo, al tráfico aéreo, a las poblaciones sobre las que vuela, al equipaje y hasta el comisariato del avión. Culpar a la nave, a su constructor, al clima, a todo piloto anterior y posterior a él y a los Fenicios mientras la nave cae en picada con destino a algo que llama Transformación y él se dedica a flagelar el viento y las nubes con el látigo de su resentimiento.
En esa nave vamos todos, nuestros hijos incluidos, quizás por ello los eduque para la nada.
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