PARRESHÍA

¿Podremos entenderlo?

¿Podremos entenderlo?

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Y es que en la democracia no hay más relación ni condicionamiento que el que media entre quien elige y quien es electo: el voto.

A Denise Dresser




La democracia no es sólo un método, un procedimiento; es antes que nada un mandato. Esto es así, nos dice Sartori “porque el poder de elegir produce también como resultado, a modo de retroalimentación, el que los elegidos tengan en cuenta el poder de sus electores”. Hay, insiste, una especie de retroalimentación para con el electo de las expectativas esperadas por su elector: su mandato.

Y es que en la democracia no hay más relación ni condicionamiento que lo que media entre quien elige y quien es electo: el voto.

Pero hemos metido con calzador un condicionante que rompe y altera esa relación: el principio de paridad. Así, la decisión del que manda y su mandato no es necesariamente lo que triunfa y quien triunfa tampoco forzosamente responde a ellos. El poder de sus electores le resulta entonces ajeno. Peor aún, quien se alza con el triunfo puede no ser el mayoritariamente electo, sino alguien impuesto por sobre el voto ciudadano en función de una paridad de género artificialmente metida en una ecuación donde sólo debieran contar los votos.

El problema, sin embargo, es que, al romper esa relación y mandato, quien resulta ungido puede no haber sido electo y, por ende, tampoco responder, ni tener porqué a su mandante. Toda vez que no llega por él, sino por una cuota justa, pero artificial y ajena. Y, así, tenemos una democracia en donde el voto pasa a un segundo lugar y su mandato al basurero.

¿Podremos algún día entender esto?


PS. — Espero no ser denunciado por violencia política de género por estas líneas.

PS.1. — Ahora resulta que si se le menciona a la señora Brugada que no ganó la encuesta sé es misógino. ¡Vive Dios!

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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