LETRAS

El Merolico

El Merolico

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Tenemos alguien a quien cabe inscribir de merolicos. Se trata de Andrés Manuel López Obrador, un enfermo de psicosis delirante quien desde niño mostró su trastorno de ese modo consistente, en hablar de continuo mucho y al tiempo decir poco.

J. Newman
Colaborador invitado




El vocablo sólo existe en México y se le da al hablador público ambulante, sea alucinado, predicador, comerciante, curandero, anunciador, prometero, charlatán, labioso, narrador de retahíla, contador de cuánta cosa o todo junto causante del rimoso dicho: “¡Merolico, Merolico quién te dio tan grande pico!” en honor de un extranjero, presunto europeo llegado por mar procedente de sudamérica allá por el 1864 quien, graduado de Cirujano Dentista en la Escuela de Medicina de Santo Domingo y de quien se cuenta residía en el Hotel de Iturbide en la calle de Plateros, de impreciso apellido —haya sido Van Merlick o Maire O’lick— que hizo fama en la ciudad de Puebla y en ésta en los años posteriores hasta entrados los 80, cuando literalmente desapareció , anunciando personalmente su oficio frente al Templo de la Profesa, mezclado con el anuncio de la venta de reliquias legítimas, brebajes y cataplasmas milagrosos, destacando su elegante atavío y la famosa convocatoria de arranque “¡Chumina Calaverita, animal del demonio, sal de tu agujero! ¡Atrás de la raya que vamos a trabajar! que, convertida en paradigmática, se perpetuó en el imaginario.

Extracciones y curaciones a base de sus 4 medicaciones cardinales: beber su Bálsamo Milagroso Vegetal (mezcla de esencia de clavo, concentrado de fuccina y goma diluidos en vinagre, alcanfor y sobre todo alcohol ) que constituyó la matriz de los diversos tónicos, preparados, compuestos y vinos medicinales previos a los productos farmacéuticos ya de patente de laboratorios surgidos hasta luego de los años 30 del siglo XX; aplicación de la llamada “Esmaltelina Sin Rival”, a base de polvos vegetales mezclados en dilución de esencia de clavo empleada para restaurar muelas, dientes, labios y encías; mascado y chupado de malvaviscos aromáticos que propiciaban la expulsión de Taenias y parásitos intestinales y aplicación inhalada o frotada de “Aceite de San Jacobo” que curaba dolencias, cólicos, torceduras, malos humores y hasta callosidades.

La venta pública y expansiva de estos 4 Productos Curalotodo y su magnetismo verbal y de actuación, ampliaron enormemente la fama del Doctor Merolico, al punto de motivar la proliferación de homólogos reales o émulos falsificadores como un tal Ulises de Seqyier o de Seguié, supuesto noble francés, quien destacó por su presunta facultad de Imponer las Manos para diagnosticar y curar las diversas Escrófulas del pueblo llano, poder atribuido por la tradición a los Reyes de Francia e Inglaterra desde la edad media o, con menor inventiva y prestigio, otro personaje citadino llamado el Médico Santo quien ofrecía Curar con Saliva. Haya sido la atractiva parafernalia del Doctor Merolico, la distinguida seducción del noble Seguié o la popular imagen del Médico Santo, los 3 personajes de finales del siglo XIX en la Ciudad de México, validos de reales conocimientos de medicina o herbolaria, de presuntos poderes basados en la fe y la religión, empleaban con mayor o menor eficacia el recurso mágico y seductor del Habla.

Ya hablando del Habla —escrita, leída, actuada— esto nos lleva al otro lado del Merolico. Resulta que a lo largo de la historia de la literatura, al menos en la de occidente —pues, como en todo, Oriente es otra Historia— han proliferado, entre desaparecidos y subsistentes, decenas de géneros literarios de los que usual y simplonamente sólo recordamos muy muy pocos: oratoria, poesía, novela, ensayo y cuento, los más a la mano. Sin embargo, solemos ignorar los más que tuvieron todos su momento, pero no por ello no existieron, no dejaron huella y no han desaparecido, pues se pueden hallar en las grandes bibliotecas y hasta en la muy simplificada aunque inmensa Wikipedia portátil de hoy.

Lo actuado por Merolico, sus afines, desafinados, conexos y puntos intermedios, ese uso del habla en escenarios públicos so pretexto de anunciar, vender, distraer, convencer y hasta extraviar a los escuchas, viene de tan lejos como los primeros capítulos de la más antigua mitología griega, donde Hades nombra lo mismo a un Dios remoto y terrible que al laberíntico y tenebroso inframundo donde reside. De él, el mito cuenta historias, iniciando con las que él mismo contaba. Una vez que los dioses olímpicos derrocaron por igual a los Titanes que a los Gigantes: Hades en persona, quien gozaba de un habla notable, contaba él mismo, echó suertes con sus dos hermanos, Zeus y Poseidón a fin de resolver los territorios y poderes de los tres y resultó que, mientras Poseidón presidiría los mares, Zeus reinaría en los cielos y Hades haría lo propio en el Inframundo donde quiera debajo de la tierra que ello esté y sea aquello lo que su idea concite. Por lo pronto Hades sea, de ahí en delante, el único de los Dioses que no habita en el Olimpo, ni en los cielos, ni en los mares, sino en ese allá que inspira curiosidad, respeto y miedo.

Para no vivir solo, Hades optó por secuestrar a la también diosa Perséfone, no escogida en vano, pues es la diosa del placer, hija de Zeus y Demeter. Cuando Hermes descubrió la desaparición de Perséfone exigió de aquel la devolviese, cosa que sin chistar siquiera procedió a hacer, sólo que para entonces Perséfone ya había comido las semillas de granada de manos de su raptor, lo que le hizo imposible regresar del todo, pues Hades la tenía ya asida con el poder de la granada dando este misterio de estar y no origen, entre otros, a los Misterios Eleusianos, como a tantos otros derivados de los poderes ejercidos por Hades merced a su habla y a aquellos frutos surgidos de sus manos.

A Hades se le representa como un varón maduro, enhiesto y barbado portando un cetro, una horca de dos púas, una vasija para libación de las bebidas que destila y una cornucopia de la q asoman minerales y vegetales que sólo él sabe distinguir y obtener de la tierra. Dispone también de un casco fabricado por Hefesto, capaz de tornar invisible a quien lo porte, don adicional de ese Hades misterioso.

Por todo ello es Hades, de los dioses griegos, quien mayor asombro y temor inspira, al punto que incluso se prefiere no nombrarlo por su nombre, que tal que ello sea convocarlo, y mejor es aludirlo por la propiedad que lo distingue que es su habla, Eubuleus, el de los buenos consejos.

Pues bien se atribuye a esta divinidad el ser autor y exponente excelso de uno de los primeros géneros del arte literario, el Soliloquio que consiste en “hablar consigo para otros tanto a los otros como si hablase para sí y era tanto lo que otros veían al escucharlo que quedaban escuchándolo pues de muchos asuntos aprendían”. En tanto género literario existe en los tratados toda una crónica del cultivo de éste y los autores que en ese género se distinguieron en la antigüedad.

Así que Merolico, nuestros varios merolicos, no son del todo improvisados por más silvestres que sean o que parezcan. Tampoco inventaron de la nada lo que cada uno a su modo y alcance han hecho y hacen. Son herederos todos con mayor o menor fortuna.

Para terminar esta nota: tenemos de unos años a la fecha un alguien a quien cabe inscribir en esta lista local de merolicos. Se trata de Andrés Manuel López Obrador, un enfermo de psicosis delirante quien desde niño mostró su trastorno de ese modo consistente, como ya descrito, en hablar de continuo mucho y al tiempo decir poco como no sea la repetición incesante de la trama, en este caso de corte entre religiosa, mesiánica y política, que rota en su cabeza desde muy temprano y que ha llegado a presidente de la República. Un merolico presidente.


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Redacción LFM Opinión

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