LETRAS

In Memoriam. Mi padre, don Arturo

In Memoriam.  Mi padre, don Arturo

Foto Copyright: Assisi

“Mire, le habla un ciudadano mexicano que se enamoró de una italiana”. Casas Alemán explotó entre divertido e irónico, “pero licenciado, eso nos sucede a todos, y ¿para eso me ha llamado?, ¿cuántas veces?”



Hoy cumplirías 97 años de vida don Arturo Martínez Caceres Saldaña. Te extraño viejo.

Recuerdo que a principios de los sesenta se fue a recorrer Europa por primera vez, junto con mamá, volaron por Sabena en primera clase y luego de Bruselas a París en un helicóptero Sykorsky, del que me regalaron una réplica a escala. Viajaron por tierra por la Francia de sus amores hasta bajar a La Mandrágora, donde se dice que BB los invitó a comer una memorable tarde. Y luego Italia, la decadente Venecia, como una vieja madame ya retirada. Y la Toscana, la inigualable Florencia, Siena, Perugia, de regreso Lucca y antes Assisi, aquí hicieron cuentas y decidieron regresar a París para pasar el resto de sus vacaciones. Los últimos días del muy planeado viaje. En una callejuela del pueblo de San Francisco, se quedará otra muestra de su bonhomía y deferencia. Mi madre, materialmente se enamoró de un mantel que adornaba el aparador de una tiendita doblando la esquina del barrio principal. “Cómpramelo Tatis”, le dijo. Y mi padre, como era de desprendido, viendo que el dichoso mantel costaba millones de liras, dicen que volteó y le dijo: “Mabe, si quieres el mantel es tuyo, pero el presupuesto, entonces, será obligadamente de menos días en Francia y tendremos que olvidarnos de Grecia e Inglaterra”. Mamá, que siempre ha sido muy consecuente con los deseos de papá y leyendo entre líneas contestó: tienes razón el mantel está precioso, pero vale más París. Saldado el asunto, ya se retiraban del lugar, cuando en uno de esos rayos del destino que ocurren por que sí, ve don Arturo que el tendero, con dificultad, trata de pegar en el vidrio exterior, donde el mantel se aprecia, la etiqueta inconfundible, azul y blanco, de American Express. Se le iluminó la cara, la vio: “ya tienes el mantel” le dijo.

El tendero estrenó esa tarde las ventas del día con la tarjeta de crédito de papá y la maquinita manual que tuvo que aprender a usar bajo la guía del comprador. Tanto platicaron y alabaron la mercancía, que el mismo tendero le dolía vender, que salió la familia a conocer a quién se llevaba el mantel bordado a mano de precio inaccesible que tanto tiempo adorno la tienda, la ciudad, la Toscana, la vida del tendero. Salió la esposa, la nona, y la nieta Christina de escasos siete años. Todo fue una conmoción y hubo lágrimas de la nona y de Christina, parece que ninguna entendía a cabalidad la felicidad de los vendedores italianos y los compradores mexicanos. Mi padre salió un momento de la tiendita y regresó cargado de chocolates y un pequeño muñeco de peluche para la niña. Esa tarde el viejo tendero abrió una botella de chianti y brindó con mis padres. A Christina le gustó el muñeco, pero no la enloqueció. Al ver su reacción mi padre le dijo en su italiano aprendido en las películas de Fellini y de Visconti en las lecturas del Dante, Italo Calvino, Alberto Moravia, en las biografías y textos de Leonardo y Miguel Ángel. por ejemplo. Lo recuerdo siempre leyendo, siempre con el libro en la mano y muchas veces fumando. Le dijo” Christina, desde México, Mabel y yo te vamos a mandar una muñeca enorme, de tu tamaño. Espérate y verás”.


Poco tiempo después regresaron a la entonces transparente y bella, habitable ciudad de México y regresaron a la rutina del trabajo enriquecidos por las vivencias de su viaje, en parte filmadas en una ultramoderna Bolex que mi tío Pepe, de experiencia en cinematografía le consiguió y enseñó a usar. Varios fines de semana nos reunimos con bocas abiertas a disfrutar las películas que mi padre trajo de su primer viaje a Europa. Tlalpan fue siempre el paraíso, para propios y extraños, más aún con cine y palomitas de maíz.

Indefectiblemente el tiempo va cubriendo nuestros sueños, los modifica, nos hace olvidarlos. Llegó la Navidad y el mantel de mamá fue la sensación de la temporada. En cada cena en familia y con invitados con buen vino y mejor platica oí la felicidad, sentí la felicidad junto con ellos. Ese mantel se convirtió en talismán de buena fortuna y deliciosa comida. Pasaron los días y las noches buenas de diciembre, en el nuevo año mi padre echó manos a la obra para cumplir su promesa.

Varias madrugadas estuvo intentando hablar con el embajador de México en Roma, en aquel tiempo, Casas Alemán. Como hasta la fecha, los embajadores tienen horarios de trabajo sofisticados y no parecidos a los de los mortales, por decir lo menos, más sin embargo mi padre insistió, aunque al día siguiente la desvelada lo llevara a pasar un poco más tarde por mi abuelo para manejar por calzada de Tlapan, 20 de Noviembre, cruzar el Zócalo, y llegar a Donceles y Allende; donde mi otro abuelo ya estaría trabajando desde hacía cuando menos veinte minutos antes.

Casas Alemán contestó por fin, con esa seguridad que da el poder, entre arrogante y atento. “Dígame…”, le dijo. A don Arturo le vi muchas veces igualmente arrogante con los poderosos y seductor y atento con los demás. Le dijo: “Mire usted… le habla un ciudadano mexicano que se enamoró de una italiana”. Casas Alemán explotó entre divertido e irónico, “pero licenciado, eso nos sucede a todos, y ¿para eso me ha llamado?, ¿cuántas veces?” –“Señor embajador, es que esta italiana tiene siete años”. Del otro lado Casas Alemán ya estaba enganchado sin reconocerlo, “dígame”, le dijo, “soy todo oídos” Y mi padre le contó lo del viaje, la visita a Assisi , lo del mantel y American Express, los chocolates, el muñeco, del tendero que no quería vender, de la esposa, la nona y Christina Y la promesa de enviarle una muñeca de su tamaño. Entonces el embajador insistió; “muy bello su gesto, hace usted mucho por las relaciones México-italianas, pero yo ¿qué tengo que ver? –“Ah verá usted, como sabe, en Assis no hay aeropuerto y si mando la muñeca a Roma, a los papás de Christina les será muy difícil recogerla, sacar los permisos, pagar los impuestos”. -“No se preocupe, voy a dar instrucciones para que envíen a Roma la muñeca por paquetería diplomática” -“Muchas gracias señor embajador… y podrían enviarla a Assisi? Casas Alemán emitió algo parecido a un bufido, pero se lo tragó, “está bien, yo me encargo, pero la próxima vez venga a visitarme”.

Mi padre y yo fuimos a Ara en Insurgentes y compró una muñecota de cabello negro, con varios vestidos de recambio y que movía los brazos, las piernas, la cabeza. Esa tarde, con un plumón negro escribió con su bella letra de artista, en una banda de hombro izquierdo a cadera derecha, que confeccionó mamá. “Soy para Christina”.

Un par de meses después, en un sobre oficial de la Embajada de México en Italia, recibimos una nota de agradecimiento del Excelentísimo Señor Embajador y doce fotografías de la fiesta en Assisi, cuando el Bentley negro con placas diplomáticas, con dos banderas; una verde, blanco y rojo del lado delantero derecho y otra verde, blanco y rojo con una águila en el centro devorando una serpiente en el lado delantero izquierdo ondeaban bajo el cielo azul de la Toscana y con la sonrisa del pueblo de Assisi. Los vecinos salieron asombrados, caminaron tras el carro negro que apenas cupo en la callejuela, hasta la casa de la familia Tordoni y ahí el segundo secretario de la embajada, preguntó por la señorita Christina Tordoni y le entregó el paquete con la muñecota de parte de Arturo y Mabel, junto con un ramo de flores blancas y rojas. En otra fotografía, se ve a la niña llorando, a la nona llorando, a la esposa llorando y al tendero que se cubre la cara, También a los vecinos aplaudiendo y el caer de la tarde, queriendo tocar las banderas que ondearon con el mismo ritmo, como si todos quisiéramos cantar ¡Viva l’Italia, Viva il Messico!

Casi al mismo tiempo llegó a casa el sobre con vistosos timbres de la costa amalfitana, con una breve carta de los Tordoni, con su agradecimiento y un corazón rojo con flecha atravesado y gotas sangrantes con dos letras mayúsculas iluminadas de muchos colores: C - A.

Cuando el rayo de la buena fortuna me tocó a mí, a principios de los años setenta del siglo pasado, viajé a Italia y fui a Assisi. Christina y yo salimos esa tarde a pasear y yo, en silencio, brindé, como hoy, por mi viejo. “¿Qué tienes?”, preguntó ella -“Sabes, le dije, siento que hace tiempo nos conocemos” - “ Sí, dijo ella, yo siento lo mismo”.

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Arturo Martinez Caceres

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