Louis Vuitton: lo falso y lo fake en el feminismo mexicano
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Comencemos por aceptar que no es lo mismo una réplica que una falsificación, como tampoco es lo mismo una falsificación que algo fake. Las réplicas se asumen como lo que son, una copia: jamás pretenden ser originales, a diferencia de lo falso (peligroso por sutil y bien camuflado) y lo fake, que es superficial, fingido, chafa. Ninguno es verdadero (aunque estos dos últimos pretendan serlo) se trata de simulaciones, una mentira, pero hay un abismo en el daño que pueden ocasionar.
En el mundo del arte, por ejemplo, muchas veces se exhiben réplicas por cuestiones de seguridad o de protección en la transportación o manejo de la obra original. Seguramente no faltará quien trate de lucrar con alguna réplica de arte (en cuyo caso estaríamos hablando de falsificación) pero es muy improbable que tenga éxito, ya que un comprador de piezas de gran valor jamás adquirirá una obra sin la verificación de un experto. En la naturaleza, y siempre por motivos de supervivencia, hay especies que se hacen pasar por otras. Un ejemplo es la falsa coralillo, perfecta falsificación de la muy venenosa coralillo, que emula los colores de esta última para disuadir a sus depredadores al no tener métodos de protección. ¿Y si los patrones replicados no tuvieran tanta similitud como los de la falsa coralillo? Estaríamos frente a una coralillo fake.
Las famosas bolsas Louis Vuitton (falsificadas the world over) pueden darnos un norte en el mundo de la moda. Las fake son las tan mal hechas que aun quienes no somos expertas en bolsas sabemos que se trata de una muy mala copia. En cambio hay las falsas, aquellas tan bien elaboradas en sus costuras y cierres que resulta difícil comprobar su autenticidad (al menos a simple vista). Estas bolsas, las falsas, si se llegan a portar en un contexto adecuado, logran confundirse con las auténticas.
Algo semejante pasa con el feminismo, donde tenemos falsas feministas y fakeministas. Estas últimas son más fáciles de identificar pues no pasan de acciones como subir su foto o selfie en redes sociales un 8 de marzo, con camiseta y paliacate morado en mano y haciendo la “señal del dedo” (en contradictoria actitud de macho violento), gritándole a su diminuto mundo digital que están en pie de lucha por “la causa”; aunque estridentes, la mayoría de las ocasiones, son inofensivas, su “activismo” no pasa de despertar la burla de quienes las conocen. Fakeministas, también, aunque de un “mayor calibre”, aquellas mujeres que aprovechan su género y el clima de corrección política para aceptar un premio importante que saben le correspondía a un hombre; su impostura llega a lastimar el mérito de alguien más, pero el daño no llega a ser de gravedad. Y como estadio final de esta categoría, podemos hallar a aquellos hombres que deciden cambiar de sexo y competir, por ejemplo, en los Juegos Olímpicos contra una mujer y colgarse (sin remordimiento alguno) la medalla de oro.
Lo grave, lo verdaderamente peligroso, es cuando llegamos a las falsas feministas, esas que están muy bien enmascaradas y que solo un ojo experto es capaz de identificar. El daño que pueden generar es inmenso, no solo por manchar la admirable y genuina lucha de años de las verdaderas feministas, sino porque las feministas falsas a las que me refiero son aquellas que llegaron a escaños o cargos públicos solo por su género, pero que nada hacen para crear o defender políticas públicas que garanticen la seguridad de las mujeres vulnerables. ¿Alguien puede sostener que estas medidas han ayudado a reducir los feminicidios o la protección a mujeres vulnerables? ¿Habrá alguien que se atreva a presumir que estas medidas de “paridad” han servido para mejorar las cosas?
Las dichosas “cuotas de género” llevan casi 30 años de existir. La primera legislación en este sentido fue en 1996 cuando se exigía un máximo de 70% de representación masculina en las Cámaras, luego se fue modificando para “equilibrar” cada vez más la balanza (2007 y 2014) hasta llegar a la llamada “ley de paridad de género en todo”(50-50). Nuestro gobierno está desbordado de falsas feministas (siempre con honrosas excepciones) que han traicionado a las verdaderas feministas que alguna vez lucharon y dedicaron su vida al movimiento. No todas son Minerva Bernardino o Hansa Mehta, auténticas luchadoras por los derechos, libertades y dignidad humana de todas en todo el mundo.
Muchas olvidan que ser mujer no garantiza entonces más y mejor protección para las mujeres (que sería lo lógico). Urge pensar en cómo generar verdaderas políticas públicas para prevenir, atender, defender, proteger, sancionar e idealmente erradicar la violencia contra las mujeres y legislar desde la verdadera esencia de lo que es hacer política: desde lo auténtico, desde un espíritu genuino de querer hacer el bien, ese que carece de género pero que busca el bien común para todos los seres vivos.
Ser mujer no otorga en automático los valores necesarios para defender a otras mujeres ni la capacidad de legislar a favor de ellas. Pensar que solo las mujeres son capaces de defender con los dientes a otras mujeres es un error: es tan infructuoso como el querer obtener antídoto contra las coralillo a partir de una falsa coralillo.
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