Discordia
A diferencia de los griegos, nosotros conta(ba)mos con conocimientos e instrumentos de administración pública para pulsar si el Estado funciona bien: un INAI, para tener acceso a la información pública que debe ser pública y en público; el CONEVAl, para medir si los programas contra la pobreza, además de cobrarse en las urnas, realmente la reducen en los hechos y de manera significativa; la CNDH, para medir y, en su caso, atemperar el talante autoritario del poder; la Auditoría Superior, para conocer el uso, destino, eficacia y honradez en el gasto público; el INE para organizar elecciones confiables, y otras muchas instituciones de control ciudadano del poder. Claro, mientras existieron y funcionaron.
Hoy nos encontramos como los griegos, sin instrumentos de información, de medición, de control.
Pretenden que el recto hacer del Estado lo demos por hecho por ser ellos quienes son, aunque bajo ese criterio lo que se acredita es exactamente lo contrario.
Pareciera que todo debe quedar en un acto de fe, en un ejercicio de creencia: ¿tú crees en Morena? ¿Tú no crees?
Pero los griegos, en su desnudez de gobernación y control, sabían si el Estado hacia lo correcto o no. Para ellos un Estado estaba bien gobernador cuando entre los ciudadanos reinaba la concordia.
Y hoy, en México, no se conoce la concordia. Antes bien, reina la rijosidad, el encono, el desprecio, la grosería, la vulgaridad, la vana-gloria, la sordera, el descontón, la censura, el espionaje, la ignorancia y la ignominia, la opresión.
No nos hacen falta informes, estadísticas, sesudos análisis, prospectivas, ni siquiera mesas de expertos: estamos mal.
Y peor vamos a estar.
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