PARRESHÍA

El pueblo no vota ni es votado

El pueblo no vota ni es votado

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Los pueblos no votan, no tienen credencial de elector, no aparecen fotografiados en los listados nominales; no se ven, no se oyen, tampoco goza del derecho a ser votados. Son tan inelegibles como intangibles.

El problema no es de porcentajes, financiamientos, autonomías, derechos partidistas, mesas de expertos, sabiduría electoral ni pedigrí comunista, aunque sea impostado.

La disyuntiva es pueblo o ciudadanos: democracia de ciudadanos, plural, libre, igualitaria, controvertible; o de pueblo, única, univoca, inapelable, sagrada, incorpórea.

Los pueblos no votan, no tienen credencial de elector, no aparecen fotografiados en los listados nominales; no se ven, no se oyen, tampoco gozan del derecho a ser votados. Son tan inelegibles como intangibles. Las libertades, los derechos y las obligaciones políticos son ciudadanos, no pueden ser imputados a eso que llaman pueblo.

La democracia, pues, o es de ciudadanos, o no es. No hay democracia del pueblo, por más que se diga que es la del pueblo, por el pueblo y para el pueblo; el significado es de ciudadanos, por ciudadanos y para ciudadanos. Lo demás son pamplinas,

Y allí es donde la puerca tuerce el rabo y radica la trampa de esta reforma. El timo no está en los detalles, que serán consecuencias, sino en el nombre. ¡En el principio era el verbo! Y quien nombra ejerce en los hechos un poder, impone un significado a los demás. Nombrar a esta reforma de la “representación del pueblo”, lo que en los hechos hace es fulminar, desaparecer, ningunear al ciudadano: lo hace ninguno, nada.

Una democracia sin ciudadanos lo es sólo de nombre. Lo demás, si son 100 o 200, si el porcentaje es 43, 51 o 99, si son de primera minoría o de representación proporcional, si son con partidos o sin ellos, con prerrogativas o sin ellas, con INE o con Taddei, con justicia o con Soto, con sesudos análisis y los expertos de siempre o sin ellos es lo de menos.

De qué nos sirven todas las teorías políticas, toda la sapiencia electorera y todos los abajofirmantes, si nuestra democracia está vaciada de ciudadanos.

Antes de envolvernos en los sagrados mantos de la democracia teórica y en las citas de los grandes tratadistas, debiéramos reparar si discutimos una reforma de democracia de ciudadanos u otra del constructo pueblo.

Lo demás, repito, es consecuencia.

¿Seremos capaces de entender, o se trata de discutir por discutir o, peor aún, hacerse notar?

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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