Poco Acatamiento
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"Cuando los consejeros llegamos al transatlántico del IFE, dice el consejero Molinar, el gobierno y la rama operativa (suponemos que del IFE) esperaban que, como buenos vacacionistas, nos tiráramos en las sillas de cubierta a descansar, leer y tomar el sol. A diferencia de esto, examinamos todo el transatlántico: salones, camarotes, cocina y bajamos incluso a las máquinas a revisar su funcionamiento y, a veces, para desarmarlas y volverlas a armar, todo esto, además, de supervisar el trabajo de la tripulación" (El Universal 23/XI/97).
¿Qué podemos concluir de esta "teoría del transatlántico"?
Primeramente que el consejero Molinar se posiciona y posiciona a sus enemigos: el gobierno y la rama operativa (del IFE, asumimos). Para él su nombramiento no es para ejercer la función del Estado de organizar elecciones, sino de cruzado contra las fuerzas del mal y la antidemocracia personalizadas, a su entender, por estos dos sujetos y, además, de policía del IFE.
Segundo, es difícil entender de dónde saca que su papel, en lo que él llama transatlántico, sea de vacacionista, o por qué supone que así opinen sus por él señalados enemigos. Hasta donde entiendo lo que se demanda del grupo de consejeros hiperactivos es que constriñan sus actos a lo que la ley expresamente los faculta, que es, por cierto, mucho más que vacacionar. Baste leer la Constitución y al Cofipe para salir de dudas, en especial los artículos 108 y 110 constitucionales, donde puede uno percatarse que los consejeros electorales están sujetos a las responsabilidades de los servidores públicos, entre otras la del juicio político, precisamente por no tener una función estatal de turista.
Finalmente, su dedicación de detective chino, su responsabilidad sin límites y su apostolado marinero que lo han llevado a recorrer todo el barco, a revisar su funcionamiento e, inclusive, a reconstruirlo, tiene un nombre en la legislación mexicana: usurpación de atribuciones, contra la que procede juicio político; o al menos abuso o ejercicio indebido de un cargo contra lo que cabe la responsabilidad administrativa. Y la razón es muy sencilla. No ha existido en la historia de la humanidad ningún régimen autoritario, dictatorial o totalitario que no haya esgrimido a su favor una misión superior, un apostolado, una cruzada suprema, un desempeño heróico, sacrificado y desinteresado, una responsabilidad ilimitada. En estos casos el poder no emana del pueblo y se instituye y norma para su beneficio. El poder deviene de una misión trascendente, la mayoría de las veces solo clara para los iluminados que la abanderan y que les autoriza a transgredir todo límite, cualquier división de funciones, todo régimen de responsabilidades y la ley por la que se somete a toda autoridad al imperio de derecho.
Evitemos confusiones. El IFE no es un transatlántico, es un órgano de Estado en un Estado de Derecho y, por ende, sometido en todo lo que corresponde a su funcionamiento a la ley y no a caprichos, ocurrencias o autoimpuestos apostolados. Los consejeros no son turistas, pero tampoco son sujetos tocados con una función trascendente; son servidores públicos, regidos por la ley, con funciones acotadas y un régimen de responsabilidades especial. Pedirles que se constriñan exclusivamente a sus atribuciones legales no es pretender reducirlos a vacacionistas. Su tarea es tomar las decisiones acerca del rumbo y funcionamiento de la institución, pero de allí a que puedan desarmarla y armarla a capricho, entrometerse en todas y cada una de sus áreas y acciones, y violentar la estructura y división de funciones, competencias y responsabilidades que la Ley establece, hay un mundo y una responsabilidad legal de diferencia.
Los argumentos del consejero Molinar no acreditan, pues, exceso de responsabilidad ni motivo de reconocimiento alguno; antes bien hablan de irresponsabilidad, ya por usurpación de atribuciones, ya por abuso de un cargo público.
Inclusive en un transatlántico, el navegante que se meta a desarmar las máquinas o dirigir la cocina provocará que la naviera le finque responsabilidades. No puede resultar más que paradójico que el consejero haya escogido para ilustrar su teoría el ámbito naval, donde el síndrome del marinero hacendoso, convencido de que todo está mal y solo él puede resolverlo, se conoce como el de los Pinzón, aquellos compañeros de Colón que cegados por la codicia, al amparo de la obscuridad y bajo la excusa de ser mejores y más responsables marineros, lo abandonaron en las costas de Cuba con miras a salirse de su mando, buscar por su lado oro y regresar primero a España para desacreditarlo y obtener para sí los beneficios de las capitulaciones reales.
Semanas después Colón los encuentra en las costas de la República Dominicana, los perdona y guía de regreso a Europa para verlos saltar al muelle y reiniciar presurosos su tarea de intriga, avaricia y mezquindad con que la historia los conoce. De los Pinzón afirma Colón: "No obedecían sus mandamientos, antes hazían y dezían muchas cosas no devidas contra él", eran "gente desmandada", un grupo amotinado, "malas personas y de poca virtud, (que) presumen hazer su voluntad con poco acatamiento".
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