EL IFE A LA DISTANCIA

Novelas y prisas

Novelas y prisas

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Pendejos con prisa

En septiembre del año pasado señalé la crisis que se cernía sobre el IFE. Hoy la crisis se ha apoderado del Instituto cual cáncer que carcome su tejido institucional. Por supuesto que hay quienes lo niegan: ¡novelas!, dicen; ¡novelistas!, nos califican.

Entre los novelistas más destacados contamos, para nuestra fortuna, con los integrantes de la Misión de Expertos de la ONU que, en su "Análisis del Sistema Electoral Mexicano", novelaban acerca de los "aspectos potencialmente conflictivos (del IFE), especialmente en la relación entre los consejeros electorales y el aparato técnico-burocrático”.

La potencialidad del conflicto para algunos novelistas hace tiempo que es acto, para quienes están "en uno de los momentos de mayor fortaleza del IFE" es simple novela, sí, pero de terror.

Literatura aparte, lo más lamentable es que este drama institucional a nadie le importa: partidos, gobierno, medios y ciudadanía observan indolentes, cuando no entusiastas, como la ciudadanización y autonomía, transmutadas de chivas en cristalería, destrozan al Instituto.

Durante meses he venido ocupándome del fenómeno. No obstante, mis preocupaciones por la institución y su consistencia, con miras a las elecciones del año 2000, han arado en el mar. Allá pues los partidos cuando el juego de espejos y simulaciones, que han montado sobre un supuesto apartidismo e imparcialidad ontológicos de ciertos sujetos, les entregue por resultado caos, ceniza y jirones del IFE. Allá el gobierno y su política de avestruz: tarde se dará cuenta que esta ave cuando esconde la cabeza deja el trasero al aire. Allá los medios cebados y cegados por el escándalo y la diatriba, dedicados a encumbrar dioses monstruosos y a atizar piras y linchamientos públicos. Allá las ONG que creyendo tocar las puertas de la democratización plena, sólo han acertado armar redes de complicidad y construir un futuro de dispersión y enfrentamientos sociales. Allá la ciudadanía, que creyéndose representada, es burlada, utilizada y ofendida. En su nombre se ha montado una vulgar pantomima. La ciudadanización terminó en monumental tomadura del pelo.

Finalmente he sido convencido por el consejero Cárdenas: la locura e irresponsabilidad que se enseñorean en el IFE requiere de absoluta autonomía. Todo tiene un límite y resulta sádico, además de entrópico y hasta aburrido, seguir observando y comentando la muerte de esta institución. Ya en el 2000 habremos de tropezamos con sus vestigios.

En otro orden de ideas, resulta reconfortante confirmar el avance político que los mexicanos hemos logrado, la solidez de nuestros ideólogos y la consistencia de sus conceptos y proyectos. La reciedumbre y brillantez de los políticos de esta generación epónima será la envidia de todas las generaciones por venir. Basta leer las intervenciones de la senadora Serrano en Tribuna para enmudecer al mismísimo Cicerón ante su contundencia.

Por ello es que debemos felicitarnos por la entrevista que Elena Gallegos nos obsequió esta semana, en la que retrata a uno de los exponentes más fieles de la riqueza y profundidad ideológica-política de nuestro tiempo. Vicente Fox (La Jornada 16-II-98). "Con improbable modestia" cual debe ser en un ideólogo de sus vuelos, Vicente Fox nos dice que le urge ser presidente "porque no soporta que 40 millones de chiquillos y jóvenes estén sentenciados a tragar frijoles y tortillas el resto de su vida; por la amenaza de más guerrillas y sublevaciones y… ¡Porque si!”. En boca de cualquier otro la densidad de sus conceptos pudiese ser tachada de demagogia, superficialidad o capricho. Por fortuna se trata de él. ¡Hosanna en las alturas!

Fox lo tiene todo pensado: "Vamos a sumar a todos", ¡claro hombre!, cómo no se nos había ocurrido. "Vamos a dejar a un lado las diferencias del condón, del control natal, de los dogmatismos o de las posturas sectarias”. Pero hombre, habérselo dicho a Chuayffet y la reforma del Estado se hubiese cocinado desde cuándo. "Vamos a sumarnos a tres o cinco ideas que nos van a unir a todos. No las tengo en este momento, pero estoy trabajando". ¿No convendría una iluminadita en el Cubilete para acelerar las cosas?, digo.

"Yo no me siento genio -nos dice-. No me siento figura. No me siento filósofo. Ni me siento político. Simple y sencillamente soy un demócrata". Improbable modestia, no cabe duda. "Uno es cándido. Uno es simple y sencillamente honesto y transparente. Yo le digo ¡sí! al pueblo de México". ¡Qué profundidad! Allí sí que ni la Tigresa.

Pero don Vicente, además de conceptuoso y galano en el decir, es valiente. Oigamos a Fox charrasqueado: "Yo soy católico y ando confesado y comulgado cada domingo. Me compré un seguro pa' mis hijos. Lo demás estoy dispuesto a entregárselo a mi país, a mi querido México (que bueno que lo aclaró, ya ve usted cómo hay gente malpensada). Estoy dispuesto a entregarle mi sangre, mi tiempo, mi sacrificio". Ahora sí que me disculpe, pero ya se poniendo muy Quetzalcoatleico con aquello de la sangre, no se le vaya a pegar lo del Tucán Mayor y lo encontramos luego en el Zócalo desangrándose con puntas de maguey.

"Dios inventó el tiempo, Fox inventó la prisa”. "Me dice que soy muy acelerado. ¡Sí que lo soy! ¡Mucho más que acelerado! ¡Yo tengo mucha prisa!". Y esto sí que me hace dudar. ¡Dios (e inventores asociados) me perdone(n)! pero es que recuerdo a un jefe muy querido que alguna vez me dijo: "Mire Luis: no hay cosas urgentes, sólo hay pendejos con prisa”.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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