PARRESHÍA

País de un solo hombre.

País de un solo hombre.

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O el político estudia, o se estudia para político.

Corrían los ya lejanos días de 1957, la ciencia política en México rendía sus primeros frutos en una facultad ad hoc, de reciente creación, en la UNAM. Un maestro dictaba cátedra sobre "La utilidad nacional de la carrera de ciencia políticas". En el auditorio, entre tantos, escuchaba el autor que sería de la magna biografía de Santa Anna, "El país de un solo hombre", tan actual cual nunca, Enrique González Pedrero.

"Vivimos cambios extraordinarios que se han visto y se ven todos los días", iniciaba el orador citando a Maquiavelo, en remembranza de los inicios de la Teoría del Gobierno y del Estado Moderno, ante ávidos estudiantes de la política, "frontera del bien y el mal, en la que, a veces ‘lo que parece virtud es causa de ruina y lo que parece vicio, sólo acaba por traer el bienestar y la seguridad’, como lo decía el Floretino, aunque a veces, añade Pero Grullo, el vicio sólo traiga eso: vicio y ruina."

Y les hablaba de la licenciatura en Ciencias Políticas "en un país de maravillosa improvisación, que ‘vive al día como la lotería’ y cuyos políticos, que lo son casi todos los soldados que en cada hijo el Cielo dio a la patria, entienden que la política es un arte sutil que requiere una magnifica opinión de la propia valía, amplitud de visión, justa percepción, lealtad relativa (nada más relativa), no gran amor a la verdad, suspicacia, mano izquierda, sonrisa oportuna, muy mala memoria para convicciones y opiniones, y honestidad no excesiva: virtudes todas que es fama, piensan, sólo se adquieren con la herencia y con la práctica", para concluir que esa "es, ha sido y probablemente será por algún tiempo una de nuestras tragedias."

De allí la necesidad de estudiar la política como ciencia y no como ocurrencia o modus vivendi. Agregaría, para actualizar la hipótesis a nuestros días: el medro y la depredación.

Por ello concluía el catedrático, "el teórico político no sabe lo que va a pasar; pero sí hacía dónde se tiende y por qué se tiende. Y sobre todo, puede valorar, porque las sociales son ciencias, me atrevería a decir, conciencias de estructuras y tendencia: la estructura, fijada por la historia; la tendencia, otorgada por la dignidad del hombre (…) la ciencia política, como ciencia cultural, es conciencia de fines." Y remachaba: "en esta época en la cual el monstruo del Estado ha llegado en ciertos casos a devorar a sus propios hijos; en que la organización política se balancea entre tantos extremos, resulta indispensable la conciencia política de la estructura y de la tendencia." De lo que se es y de lo que se busca.

De allí la importancia de la ciencia política para generar conciencia y responsabilidad políticas.

Dos polos son los destinos de la ciencia política, la academia y el Estado, con un agravante, el licenciado en Ciencias Políticas no es un político, ése se hace y demuestra en los hechos. No se es político por inercia o por nombramiento, ésta demanda conciencia, adecuación, experiencia y eficacia.

Decía el maestro que quien aspire a político, no importa el cargo al que llegue, debe "ir como semilla. No puede ir con la vanidad de la flor o la pretensión del fruto (…) entender el poder, entender la vida estatal que nos rodea, aprovechando la experiencia del mundo, aunque sólo sea en teoría, es algo fundamental para orientarnos."

La carrera, sostenía, es distinta a otras: "se puede alquilar un conocimiento, pero nunca una convicción."

Finalmente, tras un recorrido histórico de la política universal y mexicana, concluía: "por ese complejo destino de tantas proyecciones, no nos puede llevar ni el iluso impráctico ni la ceguera del fanático extranjerizante, ni el egoísmo caudillejo, ni la viveza del abusado. Necesitamos, claro está, del gran político que pudiera elevar su voz de profeta, en un ambiente donde pueda ser oído; pero como el genio es privilegio fuera del control humano, del técnico modesto, pero consciente y sistemático, que actúe en el pequeño detalle que es la única forma de realizar la obra calculada que está esperando la constante y renovada decisión del hombre público para cumplirse.
Necesitamos de una plena conciencia de realidades y tendencias en el guía y en sus colaboradores."

"Siempre ha habido y siempre habrá políticos con o sin estudio, pero que son frecuente botín de improvisados que sólo cuentan con su decisión, se apoyan en su bendita ignorancia, síntoma de su irresponsabilidad, y lucran a favor de su egoísmo. Necesitamos, en todas las filas de la política, plena conciencia de nuestros problemas internos y externos; de las influencias que recibimos o ejemplificamos; de nuestras tendencias y proyecciones en un mundo en crisis. Y ése es un problema de cultura y responsabilidad."

Concluía el maestro: "O el político estudia, o se estudia para político."

Recupero este viejo texto en honor de toda la experiencia y responsabilidad pública destinada al matadero por una decisión arbitraria de desplazar conocimiento y práctica para acomodar feligreses bajo una visión maniquea de la función pública, a la luz de egoísmos caudillejos del "país de un solo hombre".


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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