EL IFE A LA DISTANCIA

Espejos electorales

Espejos electorales

Dicen que Woldenberg cambia a seis de sus consejeros electorales por uno de los recién nombrados para el Distrito Federal. La autonomía de los consejeros del IFE, por lo visto, no los abstrae de efectos devaluatorios.

Más aún, bien podría decirse a los consejeros que "los muertos que vos matais gozan de cabal salud"; hasta donde me alcanza la memoria, el licenciado Rubén Lara renuncia en marzo de 1998 a la Dirección Ejecutiva del Servicio Profesional Electoral, tras meses de hostigamiento y descalificaciones por parte de los consejeros electorales. Se dice, y hasta la fecha nadie lo ha desmentido, que en la mañana del nombramiento de don Fernando Zertuche como secretario ejecutivo, previo a la sesión del Consejo, Molinar ofreció a Woldenberg el voto de los ocho consejeros a cambio de que les entregara, también, la cabeza de Lara; Woldenberg se negó y, como se sabe, el nombramiento de Zertuche no obtuvo unanimidad. Lara, no obstante, renunció semanas después, harto de las intromisiones violatorias en sus atribuciones legales por parte de la Comisión que preside el consejero Merino.

Otro caso curioso es el de Rodrigo Morales. Este nuevo consejero (del DF) fue propuesto por Woldenberg para ocupar una de las direcciones ejecutivas durante el proceso de 1997; en ese entonces los consejeros del IFE se manifestaron en contra argumentando que éste aún no se había recibido y, por tanto, conforme a derecho, no podía ocupar dicho cargo. En 1998, sin embargo, los mismos consejeros le propusieron a Woldenberg el nombramiento de una directora ejecutiva de la que luego se supo no estaba recibida; no obstante, los consejeros hicieron todo tipo de desfiguros para mantenerla en el cargo, tragándose las razones que, en su momento, utilizaron contra Morales.

Leonardo Valdés, por su parte, sí fue aprobado por los consejeros del IFE como director ejecutivo de organización para el proceso de 1997, a escasos días de la elección el presidente de la comisión de organización, Cantú, a petición del PRD, obligó a Valdés a modificar el sistema de cómputo para el reporte del desarrollo de la jornada electoral, ello acarreó fallas, no de operación por lo que toca al flujo de la información a oficinas centrales, sino en las terminales de algunos partidos. No obstante saber que ello se debía a los cambios (caprichos) de última hora del consejero Cantú, que algunos atribuyen que él y su costoso como ilegal ejército de "verificadores-encuestadores" querían ser quienes informasen al Consejo sobre el desarrollo de la jornada (cosa que, por cierto, nunca hicieron), y que los inconvenientes en la red se corrigieron de inmediato, en el pleno del Consejo se criticó acre e injustamente al director de organización, por la ausencia de una información que todos tenían sobre la mesa y en sus computadoras. Concluido el proceso, Valdés renunció, iniciando con ello el retiro de muchos de los profesionales que el Estado mexicano, o séase nosotros los contribuyentes, había formado a través de muchos años.

Javier Santiago y Huchim también colaboraron en el IFE de 1997, ambos, sin embargo, se retiraron una vez concluido el proceso.

La opinión pública tiene ahora un referente para valorar el comportamiento del Consejo General del IFE y sus consejeros. Por su parte, los nuevos funcionarios electorales del DF cuentan con ejemplos epónimos de lo que no se debe hacer para evitar que partidos, gobierno y sociedad les pierdan la confianza.

El nuevo IFE, pues, tiene ahora dos espejos que le permitirán reflexionar acerca de su actuación: el viejo IFE, probado en tres elecciones federales y el órgano electoral del DF. Las reflexiones a que haya lugar deberán orientarse bajo la perspectiva de que el IFE ciudadanizado fue creado con miras a evitar los conflictos postelectorales, no para generar los preelectorales que hoy cruzan el circuito de acción de ése, hoy tan cuestionado, ente de Estado.

PS. De España... luego hablamos.

#LFMOpinión
#IFE
#Woldenberg

Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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